Sociedad
Para qué sirven los mitosLos mitos sirven para crear cohesión social de un modo abierto y sin imponer una homogeneidad forzada. El mito descubre su potencia cuando es creado colectiva y conscientemente, cuando es expresión de una comunidad madura y soberana de sí misma.
Para entender para qué sirven los mitos hemos de comenzar por descartar algunas confusiones, entender qué son los mitos y comprender el contexto en el que aparecieron desde la Antigüedad hasta hoy.
Qué no es un mito
Un mito no es una creencia falsa. Cuando por ejemplo pinchamos en un enlace que se titula «Cinco mitos sobre la Sharing Economy» lo normal es que encontremos un post que debería llamarse «Cinco mentiras de la Sharing Economy». Esta acepción del mito como error o mentira, muy acendrada en inglés y que se refuerza ahora en nuestro idioma por las malas traducciones, es un resto de la enconada lucha de la Iglesia medieval contra la permanencia de los sistemas de creencias y valores del mundo Antiguo que trataba de desacreditar. Propaganda. Ya es hora de dejarla atrás.
Un mito no es alguien muy admirado. Llamar «mitos» a personas muy reconocidas es otra acepción que confunde más que aporta. De nuevo nos viene reforzada por las traducciones del inglés y también tiene un elemento común con la anterior: la asociación del mito con la adoración supersticiosa y la irracionalidad.
¿Qué es un mito?
Ante todo un mito es un cuento. No aspira a contarnos una realidad histórica ni científica. Su criterio de verdad es el de la literatura: pretende ser «verdadero» no porque cuente cosas que «realmente» pasaron sino problemas a los que nos enfrentamos y descubrir en ellos modelos de comportamiento moral.
Por esa razón el mito es siempre alegórico, nos está tratando de transmitir actitudes y valores a través del relato de unos personajes más o menos verosímiles o fabulosos.
Por lo mismo es intencionado. Nos cuenta algo por alguna causa. Nos quiere situar ante un problema determinado que refleja problemas cotidianos de fondo a los que se enfrenta una sociedad o una comunidad determinada.
Lo que el mito refleja de esa experiencia comunitaria no es tanto una solución como un problema. El mito es dilemático, el protagonista se enfrenta a alternativas.
Que nos presente alternativas no quiere decir que nos diga qué hacer en cada momento o que solo reconozca una única manera correcta de hacer las cosas. Una de las características más importantes del mito es que es interpretable de diferentes maneras dentro de un determinado conjunto de valores. Los mitos no tienen «moraleja» fácil o evidente.
Por eso, a diferencia de la fábula o la literatura moralizante, el mito es complejo. Si tomamos por ejemplo el ciclo de Mitra y lo descomponemos en pequeños relatos con sentido propio, los «mitemas», el resultado es una superposición de actitudes, situaciones y resultados en los que algunos mitemas se repiten y otros resultan contradictorios entre sí. Ese carácter complejo y abierto no es un error, es lo fundamental del mito.
Es precisamente a través de los dilemas y la complejidad como nos transmite un conjunto de valores. Por lo mismo, si no los conocemos previamente, nos resultará difícil entenderlo. Y es que lo que da sentido al mito es la experiencia de una comunidad determinada. El mito «vive en la conciencia comunitaria» y fuera de la experiencia de esa comunidad dejará fácilmente de tener un sentido evidente.
Religio vs Religión
A partir del siglo IV nuestro mundo, el mundo Mediterráneo, sufrió un choque y un cambio brutal: la implantación de una religión de estado monoteísta. El culto elegido por los gobernantes imperiales, el cristianismo, hasta entonces solo había sido practicado por una pequeña parte de la población, posiblemente entre el 2 y el 4% de la población total del Imperio Romano.
Lo que es más importante y chocante aun, el cristianismo no se fundamentaba en un sistema de creencias con raíces comunes a las que hasta entonces habían fundamentado la convivencia y la organización social, sino en las tradiciones y valores de un pueblo de pastores del extremo oriental del Mediterráneo.
El cambio fue tan brutal y rápido que son muchos los que hablan de un «cambio de civilización» aunque otros ponen el énfasis en los innegables elementos de continuidad. A fin de cuentas, si estos no hubieran existido, por brutal y sangrienta que hubiera sido la imposición política de la nueva religión -y ciertamente lo fue- no hubiera podido consolidarse.
Construir esa continuidad fue una estrategia consciente de los gobernantes políticos y los dirigentes cristianos. Se «tradujeron» fiestas y símbolos. Saturnalia se convirtió en Navidad; el Shabbat se «corrió» al Domingo, día del Sol Invicto; las Isis lactantes pasaron a ser «vírgenes de la leche»; los jefes cristianos empezaron a usar los sombreros de los «pater» mitraícos, la famosa «mitra»; el anagrama de Cronos -que simbolizaba el ciclo del tiempo con sus dos primeras letras, una jota (X) y una erre (P) griegas- se convirtió en el primer gran «logo» de la nueva religión, el Crismón, por la coincidencia con las letras iniciales de «Jristos», Cristo. Y lo que no es menos importante, los oscuros conceptos de la teología judía comenzaron a reinterpretarse en lógica greco-romana. El empeño tuvo a veces resultados chocantes. Por ejemplo, María, para poder ser aceptada como madre de un dios, tuvo que convertirse en virgen en el momento de la concepción pues en ningún mito clásico un dios había tenido relaciones sexuales con una mujer que no lo fuera.
Es de sobra sabido que el ascenso cristiano supuso el asesinato de decenas de miles de personas, tal vez centenares de miles, en una época en la que la población total del imperio rondaba los 18 millones y que destruyó templos, bibliotecas y conocimientos con mayor efectividad que ninguna invasión o plaga, pero se ha valorado poco hasta qué punto destruyó también el lenguaje en su intento de adaptarse y al mismo tiempo malear el pensamiento civilizado de aquellos siglos. La «fides» romana -el valor de la palabra dada- pasó a convertirse en «fe» opuesta a la razón. La «virtus» -coraje y superación personal- en «virtud» asociada a la devoción y el comportamiento sexual canónico. La «pietas», respeto y dedicación a la familia y la tribu, en «piedad» cristiana es decir en exacerbación supersticiosa del culto. «Sacer», generador de significado, se convirtió en «sagrado», es decir en sobrehumano e incuestionable bajo la nueva ideología de estado. Y, como no podía ser de otra manera, la «religio» se convirtió en «religión» con todas las connotaciones que la palabra tiene para nosotros.
La «religio» en la Roma clásica, implicaba una obligación jurídica ligada a la pertenencia a la comunidad consistente en honrar simbólicamente aquellos valores que constituían la base de la convivencia. El concepto mismo de divinidad estaba muy alejado del cristiano. Mientras los cristianos creían en un dios que «existía realmente» y que intervenía de forma directa y personal en el curso cotidiano de los acontecimientos. Para los romanos los dioses, si tenían existencia real más allá de la que tiene un personaje de ficción literaria, era como alegorías que podían inspirar los actos de las personas. Por eso se podían «divinizar» de la nada ideas o personas. Como escribe
La mitología, la colección de las muy diversas y contradictorias historias de los dioses, formaba parte de este mundo alegórico, literario y al mismo tiempo poderosamente activo en la vida de las personas a través de los relatos, los símbolos y las ceremonias.
Para qué sirven los mitos
Hasta aquí hemos descubierto el mito como un relato abierto e interpretable que refleja y reproduce los valores de una comunidad alertando de sus dilemas. Como base de la cohesión de una comunidad, como respuesta a la pregunta «qué es lo que nos une» hay que reconocer que es un dispositivo muy sofisticado: da una respuesta igual para todos sin imponer homogeneidad, sin decirnos que solo hay una forma correcta de ser y hacer.
Por supuesto, eso no es todo. Lo más importante es lo que está implícito: un conjunto de valores y una jerarquía de los mismos que no se pone en cuestión sino que se refuerza con el mito. Enki teme no encontrar un lugar para los diferentes, Mitra duda si sacrificar al toro, Mowglie teme dejar atrás la infancia y sus afectos… pero quien recibe el relato de Enki no duda en ningún momento de que la alternativa al orden social sea el caos, quien descubre los misterios de Mitra que el significado de la vida sea crear abundancia y los lectores del «Libro de la Selva» no se cuestionan si deberían rechazar la vida social para volver a la Naturaleza/infancia.
Las alternativas al mito
Las alternativas al mito hacen más débiles a cualquier sociedad o comunidad. La sustitución del mito por el dogma o la creencia política o religiosa limita la «normalidad» a una franja demasiado estrecha, demasiado homogénea. Se genera un conflicto irresoluble entre lo que los individuos hacen, sienten y piensan espontáneamente y lo que se les exige para reconocer su pertenencia a la comunidad.
El dogma como articulador social solo se mantendrá mediante élites cínicas y brutales al mando de estructuras necesariamente disciplinarias y represivas en una cultura que se hará hipócrita para sobrevivir entre un deber ser increible y un ser miserable. Es la historia de todos los estados que se han pretendido «trascendentes» por hacerse instrumentos del cristianismo, pero también de las grandes maquinarias totalitarias del siglo XX, desde Franco a PolPot pasando por la dinastía «suche» norcoreana.
Por contra, la sustitución de un espacio de valores compartidos por un relato meramente racionalista de lo común al aplicarse a lo social se tornará una y otra vez utilitarista, llevando al descreimiento de lo colectivo y a la disolución de los lazos cohesivos entre los miembros de una sociedad.
Como podemos entender ahora, esa fue la gran -e interesada- apuesta del neoliberalismo. Pero no es un caso único en la Historia. Los primeros grandes historiadores de la caída de Roma estaban convencidos de que esa había sido la «enfermedad» que había socavado el Imperio. Y más recientemente autores que van desde Nietsche a García Gual pasando por Strauss nos dicen que fue la puesta en cuestión de los mitos por los sofistas la que llevó al fin de la polis griega como comunidad libre y autosuficiente.
Mitos y evolución social
Por eso no es de extrañar que los mitos formen parte de las dinámicas comunitarias «espontáneas». Todas las comunidades, en todas las sociedades y épocas, los han creado. Es una forma de compromiso entre los valores compartidos en un momento histórico por una comunidad y la diversidad irreductible de actitudes de las personas que la componen. Si las comunidades crean mitos es porque los necesitan para mantenerse cohesionadas sin volverse demasiado rígidas y represivas ni demasiado individualistas y descreídas en lo común.
El mito la forma de responder al «qué nos une» que permite, dentro de un campo de valores compartido, una mayor diversidad de actitudes e ideas. Y es esa posibilidad de la interpretación alternativa la que explica la otra gran ventaja del mito como cohesionador social: reinterpretarlo es fácil y eso es clave para poder evolucionar.
Mitos y soberanía
El ámbito de convivencia y valores comunes que describe un mito no es ningún secreto. Cada sociedad y comunidad tiene relativamente claros los suyos. Por eso aparecen continuamente nuevos relatos que aspiran a convertirse en mitos. Algunos nacen en la literatura -¿quién duda que «El viaje a Icaria», «Estrella Roja», «Animal Farm» o «1984» sean propuestas de mitos socialistas?- otros nacen de la evolución de verdaderas «leyendas urbanas» o interpretaciones populares más o menos auténticas de hechos de actualidad -como fue el relato sobre Isaac Peral en la España del cambio de siglo. Pero la verdad es que la mayor parte de los nuevos mitos se crean a partir del reciclaje de relatos anteriores.
Durante el siglo XIX por ejemplo, los padres de la mayor parte de los nacionalismos europeos reutilizaron y reinterpretaron cuentos y prácticas moribundas de la ruralidad para crear arquetipos e historias, inventar tradiciones y secularizar ceremonias y ritos de paso hasta entonces monopolio de las estructuras religiosas y dinásticas que dominaban el Antiguo Régimen.
El problema es que solo los próceres patrios, si acaso, sabían hasta qué punto era invención lo que estaban construyendo. La legitimación del mito dependía de su verosimilitud histórica precisamente porque contradecía la memoria de los contemporáneos, así que los mitos nacionalistas aparecerán como argumentaciones históricas que una vez apoyadas por recreaciones literarias (obras de teatro y novelas), imágenes (pintura «histórica» que idealiza el relato) ganarán -aunque no siempre- en lugar común y celebraciones más o menos rituales. Solo entonces, cuando ganaron base social, pudieron convertirse en operativas social y políticamente.
Pero la «mitopoiesis» -la creación de mitos- no se limita ni al autor individual literario, ni a la falsificación histórica con objetivo político, ni a la leyenda urbana incontrolable. También es posible dar forma a historias y relatos sobre lo común en común, de forma abierta y consciente.
Sirve entonces para delimitar en el seno de una comunidad los valores compartidos, sus límites y su alcance de una manera mucho menos rígida y con un espíritu muy diferente al de la elaboración de normas. En ese caso es cuando el mito alcanza su mayor potencia, porque cuando una comunidad es capaz de dar forma abierta y conscientemente a sus propios mitos, está demostrando no solo madurez, sino soberanía sobre sí misma, capacidad y dominio sobre las condiciones de su propia existencia.
Fuente: menéame.net
Para entender para qué sirven los mitos hemos de comenzar por descartar algunas confusiones, entender qué son los mitos y comprender el contexto en el que aparecieron desde la Antigüedad hasta hoy.
Qué no es un mito
Un mito no es una creencia falsa. Cuando por ejemplo pinchamos en un enlace que se titula «Cinco mitos sobre la Sharing Economy» lo normal es que encontremos un post que debería llamarse «Cinco mentiras de la Sharing Economy». Esta acepción del mito como error o mentira, muy acendrada en inglés y que se refuerza ahora en nuestro idioma por las malas traducciones, es un resto de la enconada lucha de la Iglesia medieval contra la permanencia de los sistemas de creencias y valores del mundo Antiguo que trataba de desacreditar. Propaganda. Ya es hora de dejarla atrás.
Un mito no es alguien muy admirado. Llamar «mitos» a personas muy reconocidas es otra acepción que confunde más que aporta. De nuevo nos viene reforzada por las traducciones del inglés y también tiene un elemento común con la anterior: la asociación del mito con la adoración supersticiosa y la irracionalidad.
¿Qué es un mito?
Ante todo un mito es un cuento. No aspira a contarnos una realidad histórica ni científica. Su criterio de verdad es el de la literatura: pretende ser «verdadero» no porque cuente cosas que «realmente» pasaron sino problemas a los que nos enfrentamos y descubrir en ellos modelos de comportamiento moral.
Por esa razón el mito es siempre alegórico, nos está tratando de transmitir actitudes y valores a través del relato de unos personajes más o menos verosímiles o fabulosos.
Por lo mismo es intencionado. Nos cuenta algo por alguna causa. Nos quiere situar ante un problema determinado que refleja problemas cotidianos de fondo a los que se enfrenta una sociedad o una comunidad determinada.
Lo que el mito refleja de esa experiencia comunitaria no es tanto una solución como un problema. El mito es dilemático, el protagonista se enfrenta a alternativas.
Que nos presente alternativas no quiere decir que nos diga qué hacer en cada momento o que solo reconozca una única manera correcta de hacer las cosas. Una de las características más importantes del mito es que es interpretable de diferentes maneras dentro de un determinado conjunto de valores. Los mitos no tienen «moraleja» fácil o evidente.
Por eso, a diferencia de la fábula o la literatura moralizante, el mito es complejo. Si tomamos por ejemplo el ciclo de Mitra y lo descomponemos en pequeños relatos con sentido propio, los «mitemas», el resultado es una superposición de actitudes, situaciones y resultados en los que algunos mitemas se repiten y otros resultan contradictorios entre sí. Ese carácter complejo y abierto no es un error, es lo fundamental del mito.
Es precisamente a través de los dilemas y la complejidad como nos transmite un conjunto de valores. Por lo mismo, si no los conocemos previamente, nos resultará difícil entenderlo. Y es que lo que da sentido al mito es la experiencia de una comunidad determinada. El mito «vive en la conciencia comunitaria» y fuera de la experiencia de esa comunidad dejará fácilmente de tener un sentido evidente.
Religio vs Religión
A partir del siglo IV nuestro mundo, el mundo Mediterráneo, sufrió un choque y un cambio brutal: la implantación de una religión de estado monoteísta. El culto elegido por los gobernantes imperiales, el cristianismo, hasta entonces solo había sido practicado por una pequeña parte de la población, posiblemente entre el 2 y el 4% de la población total del Imperio Romano.
Lo que es más importante y chocante aun, el cristianismo no se fundamentaba en un sistema de creencias con raíces comunes a las que hasta entonces habían fundamentado la convivencia y la organización social, sino en las tradiciones y valores de un pueblo de pastores del extremo oriental del Mediterráneo.
El cambio fue tan brutal y rápido que son muchos los que hablan de un «cambio de civilización» aunque otros ponen el énfasis en los innegables elementos de continuidad. A fin de cuentas, si estos no hubieran existido, por brutal y sangrienta que hubiera sido la imposición política de la nueva religión -y ciertamente lo fue- no hubiera podido consolidarse.
Construir esa continuidad fue una estrategia consciente de los gobernantes políticos y los dirigentes cristianos. Se «tradujeron» fiestas y símbolos. Saturnalia se convirtió en Navidad; el Shabbat se «corrió» al Domingo, día del Sol Invicto; las Isis lactantes pasaron a ser «vírgenes de la leche»; los jefes cristianos empezaron a usar los sombreros de los «pater» mitraícos, la famosa «mitra»; el anagrama de Cronos -que simbolizaba el ciclo del tiempo con sus dos primeras letras, una jota (X) y una erre (P) griegas- se convirtió en el primer gran «logo» de la nueva religión, el Crismón, por la coincidencia con las letras iniciales de «Jristos», Cristo. Y lo que no es menos importante, los oscuros conceptos de la teología judía comenzaron a reinterpretarse en lógica greco-romana. El empeño tuvo a veces resultados chocantes. Por ejemplo, María, para poder ser aceptada como madre de un dios, tuvo que convertirse en virgen en el momento de la concepción pues en ningún mito clásico un dios había tenido relaciones sexuales con una mujer que no lo fuera.
Es de sobra sabido que el ascenso cristiano supuso el asesinato de decenas de miles de personas, tal vez centenares de miles, en una época en la que la población total del imperio rondaba los 18 millones y que destruyó templos, bibliotecas y conocimientos con mayor efectividad que ninguna invasión o plaga, pero se ha valorado poco hasta qué punto destruyó también el lenguaje en su intento de adaptarse y al mismo tiempo malear el pensamiento civilizado de aquellos siglos. La «fides» romana -el valor de la palabra dada- pasó a convertirse en «fe» opuesta a la razón. La «virtus» -coraje y superación personal- en «virtud» asociada a la devoción y el comportamiento sexual canónico. La «pietas», respeto y dedicación a la familia y la tribu, en «piedad» cristiana es decir en exacerbación supersticiosa del culto. «Sacer», generador de significado, se convirtió en «sagrado», es decir en sobrehumano e incuestionable bajo la nueva ideología de estado. Y, como no podía ser de otra manera, la «religio» se convirtió en «religión» con todas las connotaciones que la palabra tiene para nosotros.
La «religio» en la Roma clásica, implicaba una obligación jurídica ligada a la pertenencia a la comunidad consistente en honrar simbólicamente aquellos valores que constituían la base de la convivencia. El concepto mismo de divinidad estaba muy alejado del cristiano. Mientras los cristianos creían en un dios que «existía realmente» y que intervenía de forma directa y personal en el curso cotidiano de los acontecimientos. Para los romanos los dioses, si tenían existencia real más allá de la que tiene un personaje de ficción literaria, era como alegorías que podían inspirar los actos de las personas. Por eso se podían «divinizar» de la nada ideas o personas. Como escribe
La mitología, la colección de las muy diversas y contradictorias historias de los dioses, formaba parte de este mundo alegórico, literario y al mismo tiempo poderosamente activo en la vida de las personas a través de los relatos, los símbolos y las ceremonias.
Para qué sirven los mitos
Hasta aquí hemos descubierto el mito como un relato abierto e interpretable que refleja y reproduce los valores de una comunidad alertando de sus dilemas. Como base de la cohesión de una comunidad, como respuesta a la pregunta «qué es lo que nos une» hay que reconocer que es un dispositivo muy sofisticado: da una respuesta igual para todos sin imponer homogeneidad, sin decirnos que solo hay una forma correcta de ser y hacer.
Por supuesto, eso no es todo. Lo más importante es lo que está implícito: un conjunto de valores y una jerarquía de los mismos que no se pone en cuestión sino que se refuerza con el mito. Enki teme no encontrar un lugar para los diferentes, Mitra duda si sacrificar al toro, Mowglie teme dejar atrás la infancia y sus afectos… pero quien recibe el relato de Enki no duda en ningún momento de que la alternativa al orden social sea el caos, quien descubre los misterios de Mitra que el significado de la vida sea crear abundancia y los lectores del «Libro de la Selva» no se cuestionan si deberían rechazar la vida social para volver a la Naturaleza/infancia.
Las alternativas al mito
Las alternativas al mito hacen más débiles a cualquier sociedad o comunidad. La sustitución del mito por el dogma o la creencia política o religiosa limita la «normalidad» a una franja demasiado estrecha, demasiado homogénea. Se genera un conflicto irresoluble entre lo que los individuos hacen, sienten y piensan espontáneamente y lo que se les exige para reconocer su pertenencia a la comunidad.
El dogma como articulador social solo se mantendrá mediante élites cínicas y brutales al mando de estructuras necesariamente disciplinarias y represivas en una cultura que se hará hipócrita para sobrevivir entre un deber ser increible y un ser miserable. Es la historia de todos los estados que se han pretendido «trascendentes» por hacerse instrumentos del cristianismo, pero también de las grandes maquinarias totalitarias del siglo XX, desde Franco a PolPot pasando por la dinastía «suche» norcoreana.
Por contra, la sustitución de un espacio de valores compartidos por un relato meramente racionalista de lo común al aplicarse a lo social se tornará una y otra vez utilitarista, llevando al descreimiento de lo colectivo y a la disolución de los lazos cohesivos entre los miembros de una sociedad.
Como podemos entender ahora, esa fue la gran -e interesada- apuesta del neoliberalismo. Pero no es un caso único en la Historia. Los primeros grandes historiadores de la caída de Roma estaban convencidos de que esa había sido la «enfermedad» que había socavado el Imperio. Y más recientemente autores que van desde Nietsche a García Gual pasando por Strauss nos dicen que fue la puesta en cuestión de los mitos por los sofistas la que llevó al fin de la polis griega como comunidad libre y autosuficiente.
Mitos y evolución social
Por eso no es de extrañar que los mitos formen parte de las dinámicas comunitarias «espontáneas». Todas las comunidades, en todas las sociedades y épocas, los han creado. Es una forma de compromiso entre los valores compartidos en un momento histórico por una comunidad y la diversidad irreductible de actitudes de las personas que la componen. Si las comunidades crean mitos es porque los necesitan para mantenerse cohesionadas sin volverse demasiado rígidas y represivas ni demasiado individualistas y descreídas en lo común.
El mito la forma de responder al «qué nos une» que permite, dentro de un campo de valores compartido, una mayor diversidad de actitudes e ideas. Y es esa posibilidad de la interpretación alternativa la que explica la otra gran ventaja del mito como cohesionador social: reinterpretarlo es fácil y eso es clave para poder evolucionar.
Mitos y soberanía
El ámbito de convivencia y valores comunes que describe un mito no es ningún secreto. Cada sociedad y comunidad tiene relativamente claros los suyos. Por eso aparecen continuamente nuevos relatos que aspiran a convertirse en mitos. Algunos nacen en la literatura -¿quién duda que «El viaje a Icaria», «Estrella Roja», «Animal Farm» o «1984» sean propuestas de mitos socialistas?- otros nacen de la evolución de verdaderas «leyendas urbanas» o interpretaciones populares más o menos auténticas de hechos de actualidad -como fue el relato sobre Isaac Peral en la España del cambio de siglo. Pero la verdad es que la mayor parte de los nuevos mitos se crean a partir del reciclaje de relatos anteriores.
Durante el siglo XIX por ejemplo, los padres de la mayor parte de los nacionalismos europeos reutilizaron y reinterpretaron cuentos y prácticas moribundas de la ruralidad para crear arquetipos e historias, inventar tradiciones y secularizar ceremonias y ritos de paso hasta entonces monopolio de las estructuras religiosas y dinásticas que dominaban el Antiguo Régimen.
El problema es que solo los próceres patrios, si acaso, sabían hasta qué punto era invención lo que estaban construyendo. La legitimación del mito dependía de su verosimilitud histórica precisamente porque contradecía la memoria de los contemporáneos, así que los mitos nacionalistas aparecerán como argumentaciones históricas que una vez apoyadas por recreaciones literarias (obras de teatro y novelas), imágenes (pintura «histórica» que idealiza el relato) ganarán -aunque no siempre- en lugar común y celebraciones más o menos rituales. Solo entonces, cuando ganaron base social, pudieron convertirse en operativas social y políticamente.
Pero la «mitopoiesis» -la creación de mitos- no se limita ni al autor individual literario, ni a la falsificación histórica con objetivo político, ni a la leyenda urbana incontrolable. También es posible dar forma a historias y relatos sobre lo común en común, de forma abierta y consciente.
Sirve entonces para delimitar en el seno de una comunidad los valores compartidos, sus límites y su alcance de una manera mucho menos rígida y con un espíritu muy diferente al de la elaboración de normas. En ese caso es cuando el mito alcanza su mayor potencia, porque cuando una comunidad es capaz de dar forma abierta y conscientemente a sus propios mitos, está demostrando no solo madurez, sino soberanía sobre sí misma, capacidad y dominio sobre las condiciones de su propia existencia.
Fuente: menéame.net