Sociedad
Las huellas del pasado en ArgentinaEl descubrimiento de un nuevo dinosaurio en la Patagonia, y el hallazgo de fósiles de organismos marinos prehistóricos en Neuquén no sólo ayudan a conocer la historia antigua de la Argentina, sino que además develan parte de la cronología del planeta.
No todos los dinosaurios eran feroces gigantes de treinta metros, para decepción de los productores de películas infantiles. Algunos más pequeños, de casi dos metros, constituyen un hallazgo tanto o más importante desde el punto de vista científico.
Investigadores argentinos encontraron los restos de un nuevo dinosaurio, al que bautizaron Bonapartenykus ultimus, y que contribuye a demostrar que las aves son descendientes directos de los dinosaurios. Este hallazgo fue publicado en la última edición de la revista especializada Cretaceous Research.
“El Bonapartenykus ultimus nos permite conocer mejor la secuencia evolutiva de dinosaurios a aves”, comenta Fernando Novas, investigador independiente del CONICET y jefe del Laboratorio de Anatomía Comparada del Museo Argentino de Ciencias Naturales.
Este dinosaurio pertenece a la familia de los alvarezsáuridos, uno de los numerosos linajes de los dinosaurios terópodos. Ejemplares emparentados con Bonapartenykus fueron encontrados en lugares tan distantes como Argentina, Mongolia, Europa y Estados Unidos. Se calcula que vivieron durante los últimos 20 millones de años de la “Edad de Oro” de los dinosaurios.
“Eran gráciles, esbeltos y de tamaños que iban desde el de un gallo hasta un avestruz”, asegura Novas. Pero a diferencia de los dinosaurios depredadores, probablemente tenían pico y se alimentaban a base de vegetales, frutos e insectos y poseían una única garra en la punta del dedo pulgar, como las aves.
Este ejemplar tendría entre 65 y 70 millones de años y fue hallado en 1987 en la provincia de Río Negro por Jaime Powell, investigador independiente del CONICET en la Universidad Nacional de Tucumán.
Si bien sólo se encontraron parte de los huesos del hombro, una pata, una vértebra y un pedazo de cadera, “cada uno devela rasgos anatómicos que permite distinguirlo del resto de sus parientes”, comenta Novas.
Pero además de los huesos se hallaron dos huevos incompletos y parte de las cáscaras de otro nido. Sus características físicas y su compleja estructura en capas permiten afirmar que estos dinosaurios construían nidos y los empollaban, en una conducta similar a las aves.
Para reforzar esta hipótesis, fósiles de diferentes dinosaurios terópodos emparentados encontrados en China conservan impresiones de plumas, lo que confirma que el cuerpo era emplumado.
Además, el análisis de las cáscaras mostró que estaban infectadas con un hongo. “Esos mismos hongos atacan hoy en día los huevos de los avestruces, pero esta es la primera vez que se observó en un dinosaurio”, dice Federico Agnolin, estudiante de Paleontología y uno de los autores de la investigación.
Este hallazgo permitiría asociar los huevos ancestrales con los actuales, a partir de que ambos pueden ser infectados por el mismo hongo.
“Muchos de estos dinosaurios tenían un esqueleto emplumado, un cuerpo parecido al de las aves y ponían huevos como ellas”, explica Novas, y “es una demostración más que las aves son descendientes directos de los dinosaurios terópodos. Las aves han heredado de sus antepasados dinosaurianos el plumaje, esa manera de caminar en las patas traseras y la forma de reproducción con esta compleja serie de capas que formaban los huevos”
Fósiles de la cuenca de Neuquén
El trabajo de la paleontóloga Beatriz Aguirre-Urreta, investigadora principal del CONICET y profesora de la UBA en el Instituto de Estudios Andinos “Don Pablo Groeber” (UBA-CONICET), también fue publicado en el último número de Cretaceous Research.
A pesar de que el tamaño es menor, su importancia no lo es: si bien no son dinosaurios de dos metros, Aguirre-Urreta descubrió fósiles de invertebrados marinos que ayudarían a datar la antigüedad de los estratos de la cuenca neuquina.
Y es que Neuquén no fue siempre una zona árida. Hace más de 150 millones de años era una gran cuenca marina, conectada con el océano Pacífico. “El mar se retiró porque empezaron a formarse los Andes”, explica Aguirre-Urreta.
Los invertebrados marinos que ella estudia, llamados amonites, vivían en ese mar que había entrado desde el Pacífico. Con el levantamiento de los Andes, la cuenca se secó y la fauna marina desapareció, dejando atrás sus fósiles.
“Estamos haciendo una datación relativa en base a los fósiles para tener una cronología de faunas”, comenta Aguirre-Urreta. Hoy, esos amonites permiten poner una fecha a los distintos estratos de la cuenca y reconstruir su geografía arcaica.
Aguirre-Urreta trabaja en lo que se conoce como la Formación Agrio, una espesa secuencia de sedimentos marinos que se formó hace aproximadamente 130 millones de años. Sus hallazgos permiten no solo datar esos estratos antiguos, sino además conocer mejor lo que ocurrió con el mar y las especies que allí vivían.
Esto no es sólo importante desde el punto de vista científico sino para armar una escala cronológica que relacione lo que ocurrió en Argentina con los fenómenos evolutivos que estaban sucediendo en la misma época en el resto del mundo y contribuir entonces al conocimiento sobre la historia antigua del planeta.
Los amonites de Aguirre-Urreta ya fueron incorporados a la colección de fósiles de la UBA, una de las más importantes del país. Si bien comenzó formalmente en 1923, hay algunas piezas que corresponderían al comienzo de la enseñanza de la geología y paleontología en la Universidad de Buenos Aires, cerca de 1867.
Fuente: ARGENPRESS
No todos los dinosaurios eran feroces gigantes de treinta metros, para decepción de los productores de películas infantiles. Algunos más pequeños, de casi dos metros, constituyen un hallazgo tanto o más importante desde el punto de vista científico.
Investigadores argentinos encontraron los restos de un nuevo dinosaurio, al que bautizaron Bonapartenykus ultimus, y que contribuye a demostrar que las aves son descendientes directos de los dinosaurios. Este hallazgo fue publicado en la última edición de la revista especializada Cretaceous Research.
“El Bonapartenykus ultimus nos permite conocer mejor la secuencia evolutiva de dinosaurios a aves”, comenta Fernando Novas, investigador independiente del CONICET y jefe del Laboratorio de Anatomía Comparada del Museo Argentino de Ciencias Naturales.
Este dinosaurio pertenece a la familia de los alvarezsáuridos, uno de los numerosos linajes de los dinosaurios terópodos. Ejemplares emparentados con Bonapartenykus fueron encontrados en lugares tan distantes como Argentina, Mongolia, Europa y Estados Unidos. Se calcula que vivieron durante los últimos 20 millones de años de la “Edad de Oro” de los dinosaurios.
“Eran gráciles, esbeltos y de tamaños que iban desde el de un gallo hasta un avestruz”, asegura Novas. Pero a diferencia de los dinosaurios depredadores, probablemente tenían pico y se alimentaban a base de vegetales, frutos e insectos y poseían una única garra en la punta del dedo pulgar, como las aves.
Este ejemplar tendría entre 65 y 70 millones de años y fue hallado en 1987 en la provincia de Río Negro por Jaime Powell, investigador independiente del CONICET en la Universidad Nacional de Tucumán.
Si bien sólo se encontraron parte de los huesos del hombro, una pata, una vértebra y un pedazo de cadera, “cada uno devela rasgos anatómicos que permite distinguirlo del resto de sus parientes”, comenta Novas.
Pero además de los huesos se hallaron dos huevos incompletos y parte de las cáscaras de otro nido. Sus características físicas y su compleja estructura en capas permiten afirmar que estos dinosaurios construían nidos y los empollaban, en una conducta similar a las aves.
Para reforzar esta hipótesis, fósiles de diferentes dinosaurios terópodos emparentados encontrados en China conservan impresiones de plumas, lo que confirma que el cuerpo era emplumado.
Además, el análisis de las cáscaras mostró que estaban infectadas con un hongo. “Esos mismos hongos atacan hoy en día los huevos de los avestruces, pero esta es la primera vez que se observó en un dinosaurio”, dice Federico Agnolin, estudiante de Paleontología y uno de los autores de la investigación.
Este hallazgo permitiría asociar los huevos ancestrales con los actuales, a partir de que ambos pueden ser infectados por el mismo hongo.
“Muchos de estos dinosaurios tenían un esqueleto emplumado, un cuerpo parecido al de las aves y ponían huevos como ellas”, explica Novas, y “es una demostración más que las aves son descendientes directos de los dinosaurios terópodos. Las aves han heredado de sus antepasados dinosaurianos el plumaje, esa manera de caminar en las patas traseras y la forma de reproducción con esta compleja serie de capas que formaban los huevos”
Fósiles de la cuenca de Neuquén
El trabajo de la paleontóloga Beatriz Aguirre-Urreta, investigadora principal del CONICET y profesora de la UBA en el Instituto de Estudios Andinos “Don Pablo Groeber” (UBA-CONICET), también fue publicado en el último número de Cretaceous Research.
A pesar de que el tamaño es menor, su importancia no lo es: si bien no son dinosaurios de dos metros, Aguirre-Urreta descubrió fósiles de invertebrados marinos que ayudarían a datar la antigüedad de los estratos de la cuenca neuquina.
Y es que Neuquén no fue siempre una zona árida. Hace más de 150 millones de años era una gran cuenca marina, conectada con el océano Pacífico. “El mar se retiró porque empezaron a formarse los Andes”, explica Aguirre-Urreta.
Los invertebrados marinos que ella estudia, llamados amonites, vivían en ese mar que había entrado desde el Pacífico. Con el levantamiento de los Andes, la cuenca se secó y la fauna marina desapareció, dejando atrás sus fósiles.
“Estamos haciendo una datación relativa en base a los fósiles para tener una cronología de faunas”, comenta Aguirre-Urreta. Hoy, esos amonites permiten poner una fecha a los distintos estratos de la cuenca y reconstruir su geografía arcaica.
Aguirre-Urreta trabaja en lo que se conoce como la Formación Agrio, una espesa secuencia de sedimentos marinos que se formó hace aproximadamente 130 millones de años. Sus hallazgos permiten no solo datar esos estratos antiguos, sino además conocer mejor lo que ocurrió con el mar y las especies que allí vivían.
Esto no es sólo importante desde el punto de vista científico sino para armar una escala cronológica que relacione lo que ocurrió en Argentina con los fenómenos evolutivos que estaban sucediendo en la misma época en el resto del mundo y contribuir entonces al conocimiento sobre la historia antigua del planeta.
Los amonites de Aguirre-Urreta ya fueron incorporados a la colección de fósiles de la UBA, una de las más importantes del país. Si bien comenzó formalmente en 1923, hay algunas piezas que corresponderían al comienzo de la enseñanza de la geología y paleontología en la Universidad de Buenos Aires, cerca de 1867.
Fuente: ARGENPRESS