Esteban Bayer y el ataque a su padre: "¿En serio? ¿Con una topadora?"Por Esteban Bayer
Los sátrapas (así titulé la nota en este diario hace una semana) no sólo son necios porque al no ejercer la Memoria no aprenden de la historia. Porque si no, sabrían que Osvaldo Bayer siempre vuelve, y con más fuerza. Pero además son cobardes. No dan la cara. Se ocultan en el anonimato. No asumen las barbaridades que hacen.
Hace una semana, una retroexcavadora destrozó el monumento de la imagen limpia y traslúcida de Osvaldo Bayer. Aquella de la mirada clara e infinita captada maravillosamente por el escultor Miguel Jerónimo Villalba, con la que mi padre divisaba la extensa estepa patagónica en las afueras de Río Gallegos. Como si estuviera oteando el horizonte, esperando la llegada de los 1500 peones fusilados de su querida Patagonia, la rebelde y luchadora por vidas dignas.
El país entero, salvo aquellos de conciencias insensibles y odios viscerales, se espantó al ver la saña con la que se atacaba la cultura, la memoria, la historia, partiéndole la cabeza a mi querido viejo.
Cada tanto aparecen en la historia imágenes que con el tiempo se vuelven icónicas, quedan grabadas en la Memoria para siempre. Marcan y definen tiempos especiales. No quedan duda: la pala clavándose en la cara del historiador pacifista marcará a este gobierno que ya dejó de limitarse a enviar mensajes verbales de violencia, odio y destrucción y dio paso a la violencia fáctica.
Son cobardes porque no dan la cara. Pasó una semana. Hasta ahora (escribo estas líneas seis días después del atentado) no hubo quien del Gobierno nacional saliera a dar disculpas (no las espero) ni tampoco explicaciones. De Vialidad Nacional, el brazo armado en este ataque al convivir democrático, tampoco; nada. Pensé que en una de esas el gobierno provincial de Santa Cruz, a cargo de Claudio Vidal, iba a comunicarse con la familia, después de que secretarios y funcionarios se apuraron en prometerlo. Pero no, hasta ahora nada. Anunciaron en los medios que van a reconstruir el destrozo. Me pregunto cómo. No me lo dijeron hasta ahora. Ante la justicia de Gallegos presentamos una denuncia penal por los delitos cometidos en el ataque vil.
Pero los que sí reaccionaron, y con una vehemencia ciclónica, fueron los que formaron un aluvión de infinitos mensajes, acciones, repudios, desagravios, los que nos abrazaron con solidaridad. Son tantos que es imposible contarlos. Ustedes, lectores, los conocen. Desde el mural pintado con el rostro en Puerto Pirámides hasta la inauguración en El Calafate (Santa Cruz) del primer monumento al viejo después del atentado de Gallegos.
Acabo de volver de la Patagonia hace pocas horas. Esa inmensa Patagonia que recuerda con tanto respeto la obra de Osvaldo. Invitado por la Biblioteca Popular de Villa La Angostura, que desde hace 25 años lleva el nombre de mi padre. Gracias a la iniciativa de su fundador, Gerardo Ghioldi, desarrollaron la Cátedra Osvaldo Bayer, para transmitir la obra y pensamiento del investigador en aquella ciudad neuquina, pero esta vez ampliando el debate, el aprendizaje y la enseñanza a otras ciudades y localidades de la comarca.
Encuentros cálidos y solidarios, en salas desbordadas. Tanto en la Biblioteca como en la sede del movimiento Piuké de autogestión, radio y referencia ambientalista y ecológica de Bariloche. Me acompaña Néstor Dafinotti, nieto del gran dirigente socialista Albino Argüelles, uno de los líderes de la huelga de peones masacrados por el ejército hace poco más de cien años. Hoy, los familiares de los fusilados siguen exigiendo justicia y que se declaren crímenes de lesa humanidad los fusilamientos exigidos por los estancieros y cumplidos por el ejército con la venia del gobierno civil de Hipólito Yrigoyen.
El homenaje a Osvaldo también se vive el domingo en el Trawün (encuentro) con la comunidad mapuche, en un caserío perdido en la inmensidad solitaria de la meseta, cercano a Ingeniero Jacobacci. Nos invita la familia de Abel y Peti Arreche porque quiere contarnos de su lucha y al mismo tiempo sabe escuchar de la militancia rebelde de Osvaldo y de su permanente apoyo a las luchas dignas. Arreche resiste como puede y con ayuda solidaria de la Asamblea del Agua convocada por vecinos y las comunidades de pobladores originarios de la zona, a un proyecto de megaminería con la que la multinacional canadiense Patagonian Gold explota oro en una mina de cielo abierto y contamina las aguas de arroyos y aguadas con cianuro. Los animales que tiene Arreche y sus vecinos --ovejas, chivos, alguna que otra vaca-- se mueren por las aguas envenenadas, o de sed, porque se secaron las vertientes. "El gobierno provincial y del municipio son los gerentes generales de la minera", nos señalan. "De aquí nos nos van a sacar", sentencia Arreche con lágrimas en los ojos al pensar que si deja de resistir, el campito que heredó de su padre, peón rural como él, va a ser devastado. Asume la resistencia, porque "si un capón no sale del corral, los otros tampoco salen".
No hay lugar en la Patagonia en la que no aparece alguien que nos cuenta con alegría y orgullo. "Por acá pasó su padre, yo tuve el honor de hablar con él, vino a alentarnos en nuestra lucha, se quedó a compartir un asado de cordero con nosotros, compartimos el vino y su palabra. Aprendimos tanto de él".
Como la historia que nos cuenta Lucas Melo, hoy el lonko del lof Melo en Villa La Angostura, allá donde la comunidad mapuche pelea contra despojos y desalojos de sus tierras. "Toda la familia fue siempre de peón de campo. Pero a mí, desde chico, siempre me entusiasmaron los caballos, quise ser jineteador". Se le iluminan los ojos cuando narra de su trabajo de domador, habla de caballos, de "El Zorro", "Trueno", "Temblor", de aquel caballo que tuvo el record de "cien montadas invicto". Pero el padre le sacó una promesa: le iba a permitir trabajar con la caballada si aprendía a leer y escribir.
Y Lucas Melo nos cuenta: "Estaba yo de puestero en un campo allá arriba", señalando con un gesto un paraje nunca escuchado. El dueño del campo era un hombre leído. Los domingos recibía el diario Página 12 de la Capital. Los diarios venían con libros. El jefe leía solo el diario y descartaba los libros. Yo los agarré para leerlos. El primero que leí, no le miento, fue La Patagonia rebelde de su padre. Y me cambió la vida". Hoy Lucas Melo es referente en la lucha mapuche en defensa de su territorio y su cultura.
¿Y esta memoria, esta historia es la que pretenden borrar con una topadora? Qué necios.
Fuente: Página 12
Por Esteban Bayer
Los sátrapas (así titulé la nota en este diario hace una semana) no sólo son necios porque al no ejercer la Memoria no aprenden de la historia. Porque si no, sabrían que Osvaldo Bayer siempre vuelve, y con más fuerza. Pero además son cobardes. No dan la cara. Se ocultan en el anonimato. No asumen las barbaridades que hacen.
Hace una semana, una retroexcavadora destrozó el monumento de la imagen limpia y traslúcida de Osvaldo Bayer. Aquella de la mirada clara e infinita captada maravillosamente por el escultor Miguel Jerónimo Villalba, con la que mi padre divisaba la extensa estepa patagónica en las afueras de Río Gallegos. Como si estuviera oteando el horizonte, esperando la llegada de los 1500 peones fusilados de su querida Patagonia, la rebelde y luchadora por vidas dignas.
El país entero, salvo aquellos de conciencias insensibles y odios viscerales, se espantó al ver la saña con la que se atacaba la cultura, la memoria, la historia, partiéndole la cabeza a mi querido viejo.
Cada tanto aparecen en la historia imágenes que con el tiempo se vuelven icónicas, quedan grabadas en la Memoria para siempre. Marcan y definen tiempos especiales. No quedan duda: la pala clavándose en la cara del historiador pacifista marcará a este gobierno que ya dejó de limitarse a enviar mensajes verbales de violencia, odio y destrucción y dio paso a la violencia fáctica.
Son cobardes porque no dan la cara. Pasó una semana. Hasta ahora (escribo estas líneas seis días después del atentado) no hubo quien del Gobierno nacional saliera a dar disculpas (no las espero) ni tampoco explicaciones. De Vialidad Nacional, el brazo armado en este ataque al convivir democrático, tampoco; nada. Pensé que en una de esas el gobierno provincial de Santa Cruz, a cargo de Claudio Vidal, iba a comunicarse con la familia, después de que secretarios y funcionarios se apuraron en prometerlo. Pero no, hasta ahora nada. Anunciaron en los medios que van a reconstruir el destrozo. Me pregunto cómo. No me lo dijeron hasta ahora. Ante la justicia de Gallegos presentamos una denuncia penal por los delitos cometidos en el ataque vil.
Pero los que sí reaccionaron, y con una vehemencia ciclónica, fueron los que formaron un aluvión de infinitos mensajes, acciones, repudios, desagravios, los que nos abrazaron con solidaridad. Son tantos que es imposible contarlos. Ustedes, lectores, los conocen. Desde el mural pintado con el rostro en Puerto Pirámides hasta la inauguración en El Calafate (Santa Cruz) del primer monumento al viejo después del atentado de Gallegos.
Acabo de volver de la Patagonia hace pocas horas. Esa inmensa Patagonia que recuerda con tanto respeto la obra de Osvaldo. Invitado por la Biblioteca Popular de Villa La Angostura, que desde hace 25 años lleva el nombre de mi padre. Gracias a la iniciativa de su fundador, Gerardo Ghioldi, desarrollaron la Cátedra Osvaldo Bayer, para transmitir la obra y pensamiento del investigador en aquella ciudad neuquina, pero esta vez ampliando el debate, el aprendizaje y la enseñanza a otras ciudades y localidades de la comarca.
Encuentros cálidos y solidarios, en salas desbordadas. Tanto en la Biblioteca como en la sede del movimiento Piuké de autogestión, radio y referencia ambientalista y ecológica de Bariloche. Me acompaña Néstor Dafinotti, nieto del gran dirigente socialista Albino Argüelles, uno de los líderes de la huelga de peones masacrados por el ejército hace poco más de cien años. Hoy, los familiares de los fusilados siguen exigiendo justicia y que se declaren crímenes de lesa humanidad los fusilamientos exigidos por los estancieros y cumplidos por el ejército con la venia del gobierno civil de Hipólito Yrigoyen.
El homenaje a Osvaldo también se vive el domingo en el Trawün (encuentro) con la comunidad mapuche, en un caserío perdido en la inmensidad solitaria de la meseta, cercano a Ingeniero Jacobacci. Nos invita la familia de Abel y Peti Arreche porque quiere contarnos de su lucha y al mismo tiempo sabe escuchar de la militancia rebelde de Osvaldo y de su permanente apoyo a las luchas dignas. Arreche resiste como puede y con ayuda solidaria de la Asamblea del Agua convocada por vecinos y las comunidades de pobladores originarios de la zona, a un proyecto de megaminería con la que la multinacional canadiense Patagonian Gold explota oro en una mina de cielo abierto y contamina las aguas de arroyos y aguadas con cianuro. Los animales que tiene Arreche y sus vecinos --ovejas, chivos, alguna que otra vaca-- se mueren por las aguas envenenadas, o de sed, porque se secaron las vertientes. "El gobierno provincial y del municipio son los gerentes generales de la minera", nos señalan. "De aquí nos nos van a sacar", sentencia Arreche con lágrimas en los ojos al pensar que si deja de resistir, el campito que heredó de su padre, peón rural como él, va a ser devastado. Asume la resistencia, porque "si un capón no sale del corral, los otros tampoco salen".
No hay lugar en la Patagonia en la que no aparece alguien que nos cuenta con alegría y orgullo. "Por acá pasó su padre, yo tuve el honor de hablar con él, vino a alentarnos en nuestra lucha, se quedó a compartir un asado de cordero con nosotros, compartimos el vino y su palabra. Aprendimos tanto de él".
Como la historia que nos cuenta Lucas Melo, hoy el lonko del lof Melo en Villa La Angostura, allá donde la comunidad mapuche pelea contra despojos y desalojos de sus tierras. "Toda la familia fue siempre de peón de campo. Pero a mí, desde chico, siempre me entusiasmaron los caballos, quise ser jineteador". Se le iluminan los ojos cuando narra de su trabajo de domador, habla de caballos, de "El Zorro", "Trueno", "Temblor", de aquel caballo que tuvo el record de "cien montadas invicto". Pero el padre le sacó una promesa: le iba a permitir trabajar con la caballada si aprendía a leer y escribir.
Y Lucas Melo nos cuenta: "Estaba yo de puestero en un campo allá arriba", señalando con un gesto un paraje nunca escuchado. El dueño del campo era un hombre leído. Los domingos recibía el diario Página 12 de la Capital. Los diarios venían con libros. El jefe leía solo el diario y descartaba los libros. Yo los agarré para leerlos. El primero que leí, no le miento, fue La Patagonia rebelde de su padre. Y me cambió la vida". Hoy Lucas Melo es referente en la lucha mapuche en defensa de su territorio y su cultura.
¿Y esta memoria, esta historia es la que pretenden borrar con una topadora? Qué necios.
Fuente: Página 12