La música pop no es solo un soundtrack de su época: es un campo de batalla donde se libran, con sintetizadores y coreografías, las contradicciones materiales de un sistema en perpetua mutación.
Madonna, lejos de ser una mera "reina del reinvento", opera como una cartógrafa de los pliegues más perversos del neoliberalismo: su obra no refleja pasivamente el mundo, sino que lo refracta, exponiendo las costuras de una sociedad que convierte cuerpos, deseos y hasta la rebeldía en mercancía.
Las "Material Girls" y el cinismo como arma en la era del sálvese quien pueda
Los años 80 no fueron una década, sino un laboratorio plagado de conejillos de india para experimentar. Bajo el bisturí de Reagan y Thatcher, el neoliberalismo trasplantó su lógica al ADN cultural: el individuo como empresario de sí mismo, el cuerpo femenino como mercado secundario. En este contexto, Material Girl no fue un himno, sino una trampa dialéctica.
Madonna no cantaba al empoderamiento: desnudaba las reglas de un juego perverso. Si el capitalismo reducía el amor a transacción ("Cause the boy with the cold hard cash / Is always Mister Right"), ella convertía la mercantilización en parodia grotesca.
Sus bailes seductores no eran emancipación, sino un espejo deformante para una sociedad que exigía a las mujeres negociar su valor en la bolsa de la carne joven.
La genialidad estuvo en su ambigüedad calculada: ¿Era una crítica al materialismo o su encarnación más cínica? Aquí radica su potencia. Como escribió Angela McRobbie (Posfeminismo y cultura popular, 2004), Madonna explotó la "doble victimización" del patriarcado neoliberal: ser simultáneamente objeto de consumo y sujeto obligado a autocomercializarse.
Un siglo que se suicidó en la Bolsa
Para 1998, el festín neoliberal empezaba a digerirse a sí mismo. La globalización no había traído el "fin de la historia", sino un vacío posmoderno envuelto en cable de fibra óptica. Ray of Light fue el álbum que diagnosticó el síndrome de abstinencia del capitalismo triunfante.
Canciones como Frozen ("You're frozen / When your heart's not open") ya no hablaban de dominar el sistema, sino de sobrevivir a su colapso emocional. La espiritualidad new age, los beats electrónicos y las letras sobre maternidad fracturada eran síntomas de una época que, como el xenomorfo de Alien, mutaba hacia formas más voraces: el capitalismo no moría, se desmaterializaba.
Madonna intuía lo que teóricos como Byung-Chul Han (Psicopolítica, 2014) describirían después: la nueva fase no requería estar encadenados, sino likes; no represión, sobrexposición. En Mer Girl ("And the earth took me in her arms"), el sujeto neoliberal ya no es explotado, sino enterrado vivo bajo sus propios datos.
Parir monstruos, monstruos pop
El capitalismo revive cada vez que lo declaramos muerto, pero siempre con una cicatriz nueva. Hoy, su última metamorfosis -un monstruo dentado de silicio que se alimenta de metaversos y atención fracturada- lleva el sello de aquella mutación que Madonna presagió en Ray of Light.
Su legado no es musical, sino epistemológico. Madonna desentrañó la coreografía de la dominación posmoderna: desde el hiperconsumo de los ‘80 hasta la ansiedad digital del siglo XXI.
La pregunta no es qué forma tomará el próximo Alien neoliberal (ya está acá: son los algoritmos que convierten tu duelo en una historia de Instagram). La verdadera incógnita es si, como Madonna, encontraremos la manera de bailarle al monstruo... hasta que el monstruo olvide sus propios pasos.