Patagonia

Mujeres brigadistas, las que batallan contra el fuego que azota la cordillera neuquina

Son combatientes del Sistema Provincial de Manejo del Fuego y del Parque Nacional Lanín. En primera persona, hablan del dolor de ver como el fuego arrasa el bosque milenario.

Por Cecilia Rayén Guerrero Dewey

"Una se siente muy pequeña ante la inmensidad del fuego, a veces las llamaradas son enormes y sabés qué te puede pasar por encima, pero al mismo tiempo sentís que sos un escudo entre ese fuego que arrasa con todo y el bosque que tenés a tu espalda y querer defenderlo es lo único que te mantiene en pie", dice Natalia Vezquez, brigadista del Sistema Provincial de Manejo del Fuego de la sección Moquehue. Hace más de una semana que la cuadrilla a la que pertenece trabaja junto a las brigadas de Aluminé y Corfone en el flanco izquierdo del incendio del Valle de Magdalena, en la zona de Quillén.

El fuego está acá y no da tregua. La emergencia ígnea declarada en marzo de 2024 finalmente se concreta en su forma más atroz. Al horror de los incendios en El Bolsón y Epuyén, de los 34 focos activos en la región de La Araucanía (Chile), se sumó Neuquén. La provincia combate el avance del fuego en el Parque Nacional Lanín. Ya fueron afectadas, cuanto menos, 15.000 hectáreas de bosque nativo de pehuenes, ñires, lengas, notros. El impacto ambiental es inconmensurable, imposible calcular: quizá la mayor catástrofe ambiental de la historia neuquina.

"Frente al fuego intentamos mantener la cabeza en frío, nos concentramos en el objetivo, en la metodología de trabajo, pero cuando terminamos la jornada laboral o cuando el fuego nos saca, porque generalmente a las 3 de la tarde el fuego explota y tenemos que replegar de emergencia y evacuar, caemos en la cuenta que fuimos las últimas personas en ver con vida eso que se quemó, todo lo que se perdió entonces el dolor y la impotencia son enormes", dice María Celeste Poggi, combatiente de incendios forestales en Parques Nacionales.

Ahí donde resulta imposible ver la luz, ahí donde las llamas se comen la vida y la fe en la humanidad, un sinnúmero de heroínas y héroes anónimos batallan contra las llamas y se ponen sobre el hombre pala, pico, motosierra, mangas para evitar que el fuego avance. No sólo ponen el cuerpo -duermen poco y están haciendo un esfuerzo sobrehumano- ponen el corazón, la cabeza y la valentía que se inventan para evitar que todos nosotros perdamos lo más preciado que tenemos.

El corazón contra el fuego

Hace más de una semana que Natalia se despierta a las 5 de la mañana en el Salón de Actividades Físicas de Aluminé. Duerme poco, aunque está agotada la cabeza no para. Apenas se levanta, se hace una trenza, se pone protector solar, medias largas y gruesas, se calza el pantalón y la camisa ignífuga, se ata con fuerza los borcegos y chequea en su mochila esté todo: agua, sanguchito, el botiquín completo para asistir a la brigada. Entonces se encuentra con sus nueve compañeros que ya cargaron las herramientas, los guantes de cuero, el casco con monja, los lentes protectores y salen rumbo a la zona de Quillén. Manejan cerca de dos horas y media hasta la zona de combate. Saben muy bien a qué hora comienza la tarea, pero no pueden prever a qué hora van a concluirla, generalmente es cerca de las 20h o hasta que el fuego los deje seguir.

"Hoy, por ejemplo, el fuego avanzó muy rápido y replegamos alrededor de las 16. Ya veníamos hace bastante tiempo trabajando en ese sector, pero ahora se llevó puesto todo y sentimos mucha angustia. No se puede explicar el dolor que genera, pero al mismo tiempo es lo que te da la fortaleza para olvidarte de que tenés sueño, de que tenés hambre, de que estás cansada, de que estás lejos de tu casa, para poder levantarte al otro día y salir de nuevo a combatir, aunque haya sido un día malo, aunque el fuego haya avanzado y te haya ganado hoy: hay que seguir cuidando lo que queda", dice.

Aunque estuvo en otros incendios, este es el primero en magnitud que le toca enfrentar. Hace 3 años que forma parte del equipo de Manejo del Fuego de Moquehue. Dice que aunque es novata se preparó y aprendió de sus compañeros y superiores que tienen años de experiencia, que desde el comienzo siempre estuvieron la predisposición para enseñarle, porque saben muy bien que ante el fuego lo que salva es darse las manos los unos a otros, trabajar en equipo y no dejarse caer. Hoy trabajan con herramientas manuales, líneas de agua y apoyo aéreo, trabajan bajo las órdenes del encargado del sector. A ella le toca también manejar el botiquín y asistir y dice que se volvió una suerte de mamá pato, que está todo el tiempo pendiente que no falte nadie.

Antes de comenzar la batalla, Natalia hace su ritual personal. Le habla a la tierra mientras va subiendo la montaña hacia el horizonte de humo. Le pide permiso para cuidarla, le explica que está ahí para protegerla. Le pide disculpas por no haber podido contener el daño que todos hicimos. Le pide que los ayude con nubecitas que puedan cubrir un poco el sol, que se calme el vienta. Así, en la intimidad de la tristeza, va juntando fuerza para pararse frente a la muralla de fuego.

Los alcances del horror

Del otro lado del teléfono, en la base de operaciones, Celeste pide disculpas por su voz disfónica: el humo y el calor le afectaron las cuerdas bocales. Habla bajo, pero se hace entender muy claro. Tiene 29 años y es de San Rafel, Mendoza. Hace 3 años vive en Aluminé, desde que comenzó a trabajar como brigadista de incendios, comunicaciones y emergencias del Parque Nacional Lanín. Además, es técnica en Seguridad e higiene, fotógrafa profesional y docente en el CFPA 4 de su pueblo. Vino a Neuquén por la fascinación que siente por los pehuenes milenarios y sintió la necesidad de hacer algo para protegerlos: defenderlos se volvió el motor de sus días.

"Esto que nos está pasando es la peor tragedia ambiental de la historia de la provincia, lo que sucedía en meses, hoy sucede en pocos días", explica. "Asumo que hablo por todos los que estamos combatiendo: lo estamos dando todo, no hay día que no volvamos al campamento pensando en cómo mejorar lo que hicimos. A veces es frustrante porque hacemos faja y se nos pasa el juego, o se levanta el viento y aparecen los focos secundarios y hay que ir caminando hacia allá con un montón de herramientas. Nosotros trabajamos como motobomba, que lleva su caja de herramientas, sus accesorios, las mangas, todo lo cargamos en nuestras espaldas para llegar a esos lugares. Estamos durmiendo entre 3 y 4 horas por día. La fuerza la sacamos por el amor que le tenemos a este bosque", agrega.

Combate

El grupo de combate al que pertenece Celeste fue el primerio que salió a dar respuestas por su cercanía con el foco del incendio. Dentro del departamento, realizan muchas otras actividades durante el año, que tienen que ver con la dinámica que exige la geografía y el clima: desde rescates, traslados de agentes sanitarios y todo tipo de emergencias. Y aunque están en territorio de emergencia ígnea, la estabilidad laboral es de una precariedad total.

"Hoy en día estamos trabajando en un incendio de gran magnitud con un contrato que firmamos a mitad de enero y que tiene vigencia hasta el 31 de marzo con el gobierno nacional. Antes del cambio de gobierno, nosotros teníamos puestos congelados para el pase de planta permanente, veníamos anualizados, cuando asumió el nuevo gobierno lo dieron de baja y nos pasaron a contratos de 3 meses. El deterioro de nuestros departamentos, el abandono de los brigadistas, la precarización y el negar que es un trabajo de alto riesgo, es violencia directa hacia los que estamos en primera línea de combate contra el fuego. Hoy en día la provincia a través es la que está permitiendo tener una mejor lucha contra este incendio", detalla.

"Desconozco de otros lugares, pero acá en el Parque Nacional Lanín, trabajamos mucho con las comunidades mapuches, ellos nos apoyan mucho en el combate a los incendios, es la gente que conoce el terreno, donde hay caminos, donde hay arroyos, son esenciales para la lucha y la protección de nuestros bosques. Es muy doloroso cuando los inculpan, porque son personas que hoy perdieron su ganado, su único sustento. Muchos no llegaron a sacar sus animales, ni tienen donde llevarlos, calculo que la provincia se encargará de eso, pero imaginar que ellos están haciendo daño a esta tierra no tiene lugar en lo que estamos viviendo", aclara.

La voz de Celeste se va haciendo cada vez más pequeña mientras el fuego se come las especies nativas. En nuestra casa el bosque se muere. "Con el alma Painé resista, guardiana del monte herido, y que llegue la lluvia, pido, a pelear junto a su pena. Con tu danzar que resuena, sigues de pie, combatiente, el Lanín te sabe valiente, y te abraza, brigadista", escribió hace algunos días el músico Traful Berbel para su amiga, pero también es para todas las combatientes que resisten anónimas.

Los daños tienen un impacto directo incalculable: hablamos de que un bosque incendiado tarda 200 años en recuperarse. En cada pehuén encendido perdemos la memoria. Nadie tiene certezas hasta donde avanzará la voracidad de esta catástrofe. La toma de conciencia es urgente, cada quien desde su lugar puede aportar algo para transformar: tan sencillo como no encender fuego en el bosque, volver con los residuos, amar la tierra de una vez y para siempre, comprender que nada bueno nace del odio. Por lo demás, mantenernos alertas para ayudar, esperar el milagro de la lluvia, esperar la reacción de quienes miran para otro lado mientras se quema la historia viva de la tierra.

Fuente: La Mañana de Neuquén