Opinión

Justicialismo: la decadencia y el éxodo

Por Guillermo Cieza

La irrupción del proyecto mileista aceleró la descomposición del justicialismo, que cada vez resulta más parecido al radicalismo pos-yrigoyenista. Una alianza de caudillos y partidos provinciales más unidos por la conveniencia política de sostener una sigla unificadora, que por un proyecto de país.

"Usted eligió las direcciones que actúan en la Argentina. Si eligió ciegos, sus razones habrá tenido que no puedo adivinar, pero por favor déles un bastón blanco a cada uno para que no los lleve por delante el tráfico de la historia, porque seremos todos los que quedaremos con los huesos rotos".

Carta de John William Cooke a Juan Domingo Perón en 1962.

El peronismo será revolucionario o no será nada

Eva Perón


Las advertencias y de Cooke y de Evita, van a contramano de la obsesión del justicialismo de privilegiar el retorno al Estado, por encima de cualquier otra consideración o proyecto político. Quizás esa discrepancia resume el drama del peronismo, en los últimos años.

El "tráfico de la historia" se ha llevado puesto un movimiento que alguna vez, en palabras de Evita, asomó como una posibilidad revolucionaria. La dirigencia peronista eligió "no ser nada", o mas bien, un partido de funcionarios confiables para garantizar la continuidad de las políticas de la gobernanza capitalista, una propuesta "menos mala" para el pueblo que lo que ofrece la derecha, con algunos gestos soberanistas, distribucionistas y de reconocimientos de derechos. Con un movimiento que se fue estructurando a imagen y semejanza de esa gestoría.

En el caso de la deserción del diputado santafesino Mirabella se ha responsabilizado al ex gobernador peronista Perotti, de haber arreglado una alianza con el actual gobernador de Santa Fe, el radical Pullaro. Pero los memoriosos recordaran que tanto el santafesino Perotti, como el ex gobernador peronista cordobés, Schiaretti, privilegiaron en sus gestiones sus relaciones con el complejo industrial agroexportador, por encima de cualquier otro interés partidario o nacional. Lo mismo sucede con los gobernadores o legisladores de provincias mineras o petroleras. Son primero representantes de los intereses de las empresas extractivas multinacionales que operan en esos territorios. Reservan la identidad peronista para habilitar sus preocupaciones de contención social, o como una expresión folklórica.

Basta repasar los discursos del justicialismo para advertir que esta fuerza política ha dejado de hablarle al pueblo de a pie, que padece el desempleo, el hambre y la precarización de sus condiciones de vida. Nunca les falta una mención a los intereses de los grandes empresarios, postulándose como garantía de gobernabilidad, sin riesgos de estallidos o grandes convulsiones sociales. En política internacional buscaron el paraguas del Partido Demócrata que gobernaba Estados Unidos, con los costos de acompañar una política sumamente agresiva en el plano internacional con sanciones a países que defienden su soberanía nacional, y las guerras promovidas en medio Oriente y Ucrania, incluyendo la responsabilidad de la administración Biden en el genocidio palestino.

La crisis de la dirigencia peronista se agrava hoy, porque a pesar de las advertencias, el país no ha estallado y buena parte de los grandes empresarios locales acompaña al "loco Milei", que no mide riesgos, pero consigue resultados favorables a la derecha. El justicialismo se ha presentado en los últimos 40 años como un eficaz bombero social. Pero teniendo un presidente pirómano, por ahora los dueños del país, no han necesitado de sus servicios.

El triunfo de Trump tampoco ha sido una buena noticia para el justicialismo. Para alguien como el nuevo presidente de Estados Unidos, que trata de recomponer la hegemonía ideológica y económica mundial de su país, Milei es el vasallo perfecto. No solo comulga con su credo antiderechos, sino que además, esta dispuesto a abrir sus fronteras para favorecer el saqueo y la destrucción de la industria nacional.

La crisis del actual justicialismo es que se está convirtiendo en un colectivo que ve reducir sus posibilidades de regresar al Estado de inmediato, lo que provoca que una parte de su dirigencia empiece a apostar a los nuevos ganadores, y actuales administradores. Esta percepción motiva que gobernadores y legisladores reivindiquen sus identidades locales por encima de las partidarias, y la política empieza a poblarse de dirigentes que son primero cordobeses, tucumanos, santafesinos, salteños, misioneros, correntinos, o catamarqueños y después peronistas.

Exodos

Desde la percepción de que acompañar a Milei podría ser exitoso o conveniente, las deserciones en el justicialismo comenzaron ni bien arrancó el nuevo gobierno. Primero fue el gobernador tucumano, Osvaldo Jaldo, después se sumaron senadores y diputados de Entre Ríos y Corrientes, se agregó el gobernador catamarqueño Raúl Jalil y los legisladores que le responden. Ahora la novedad es el diputado santafesino Roberto Mirabella que armó un monobloque.

Hay más esperando turno. Se menciona que estarían preparando las valijas integrantes del grupo Federal, entre ellos Victoria Tolosa Paz ( Buenos Aires), Liliana Paponet (Mendoza), Guillermo Snopek (Jujuy) y Eugenia Alianello (Chubut). Los "federales" tienen representaciones en provincias donde el peronismo no es gobierno, como Chaco, Mendoza, San Juan, Jujuy y Chubut. Tuvieron presencia saboteando el quorum para tratar la derogación del DNU 846, que habilita al ejecutivo para contraer deuda externa sin pasar por el Congreso.

El chivo expiatorio para justificar muchos de estos éxodos ha sido Cristina Fernández. No han faltado los que intentaron justificar su salto del corral justicialista por sus discrepancias con la ex-presidente, pero tratando de ser justos digamos que Cristina no se merece esas acusaciones. Nadie como ella ha promovido la unidad con principios difusos, fiel a su máxima de que "en el peronismo, los agravios caducan a los seis meses". Fue Cristina, y no otro dirigente, quien dio su respaldo a las candidaturas presidenciales de Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa, avaló el acuerdo con el FMI, promovió el acercamiento con los demócratas norteamericanos, criticó a las huelgas docentes y a los "intermediarios" de las organizaciones territoriales.

Kicillof, tropezando en cancha embarrada

Sin lugar a dudas, las mayores posibilidades de recomposición política del justicialismo están en la gobernación de Axel Kicillof. Haber retenido la provincia de Buenos Aires en el marco de la derrota padecida por Unión por la Patria en 2023, es meritorio, pero está en duda que sea suficiente. El gobierno nacional polariza con Cristina Fernández, pero juega sus principales fichas a ahogar financieramento a la gestión bonaerense. En la última semana de diciembre, el gobernador no pudo aprobar el presupuesto 2025, lo que lo inhabilita para tomar deuda, y se agravará el cerco económico en la provincia más vulnerable a explosiones sociales. El gobernador cuenta con la colaboración de los gremios estatales y de la enseñanza, que tratan de neutralizar las protestas y las demandas por aumentos de sueldos, pero no puede evitar la disconformidad de las bases. En distintas oportunidades la mayoría de los docentes se han plegado a los paros convocados por las pocas seccionales que controla la izquierda.

Para sumar dificultades, Kicillof, que proviene de la militancia universitaria porteña de izquierda, no tiene un activismo propio en el territorio, lo que ha intentado suplir con el apoyo de algunos intendentes que por su buena gestión tienen algún respaldo militante, en particular Mario Secco y Jorge Ferraressi. Parece muy poco, y esto se ve agravado por los conflictos con La Cámpora, que entre otros regalos le impuso la presencia del mal recordado Martín Insaurralde, como Jefe de Gabinete.

El hecho de que Kicillof no tenga reelección, lo pone en el camino de disputar la presidencia en condiciones muy desfavorables. Su suerte parece atada a una rápida descomposición del gobierno de Milei, que por el momento no se avisora. Es cierto que el proyecto de La Libertad Avanza tiene pies de barro, pero también lo tuvo el de Carlos Menem y se quedó diez años en el gobierno.

¿Renovación o nueva síntesis?

En los últimos días el ex miembro de la Corte, Eugenio Zaffaroni, hizo referencia a la decadencia de la política. Insospechable de ser antiperonista, este prestigioso jurista, incluyó al justicialismo en esa caracterización. Coincidiendo con Zaffaroni, la historia nacional nos demuestra que los movimientos políticos no son eternos. Cuando determinadas identidades políticas se decoloran al punto de hacerse irreconocibles, surgen nuevas identidades. La recuperación de los mejores aportes del peronismo no van a producirse en movimientos renovadores dentro de esa identidad. Así como no hubo un radicalismo intransigente que se llegó a consolidar como nueva fuerza alternativa, no habrá un peronismo de liberación con vocación y decisión suficiente para echar a los mercaderes del templo.

Habrá nuevos movimientos populares, y en esa construcción habrá que poner los esfuerzos.

Fuente: Tramas