El sueño de instalar una monarquía en la PatagoniaPor Adrián Moyano
La cercana inauguración de una muestra artística que se inspiró en las andanzas del francés Aurelio Antonio I sirve como excusa para repasar la historia del frustrado rey de la Araucanía y Patagonia, quien se autoproclamó a fines de 1860. Reparó en su figura Armado Braun Menéndez, quien consagró un espacio considerable de su "Pequeña histórica patagónica" (Emecé-1945) a ventilar los acontecimientos que protagonizó el francés de figura estrafalaria.
Para el autor, integrante de la familia por entonces más poderosa de la región, "la Patagonia y la Araucanía hubieron de constituir a mediados del siglo pasado (por el XIX) una sola nación bajo un gobierno monárquico constitucional. Y no vaya a creer que esto es un cuento, un cuento más para endilgarle a la Patagonia, región que aventaja provechosamente a cualquiera otro del planeta en cuanto a ser titular de toda serie de mitos y leyendas".
Braun Menéndez ejemplificaba con el relato sobre los gigantescos habitantes de la zona, la Ciudad de los Césares o el plesiosaurio de los lagos. Como contrapartida, "la monarquía araucopatagónica (sic), a pesar de su debilidad congénita y de su existencia precaria, es un hecho histórico". En efecto, "el primer rey, fundador de la dinastía, se llamó Aurelio Antonio I; le sucedió Su Majestad Aquiles I. A diferencia de su antecesor en el trono, este último era casado y con una doña María. Por donde resulta que la Patagonia y la Araucanía no han sido menos que otras tantas potencias europeas que han tenido también una reina María", chanceaba el historiador regional.
El futuro y frustrado rey vino al mundo "el 12 de mayo de 1825, en un lugarejo del mediodía de Francia denominado La Chaise" y "con el andar del tiempo lograría ocupar en nuestro suelo americano una posición espectacular e histórica. Se llamaba Orllie-Antoine, y era hijo segundo de una familia de hidalgos campesinos venidos a menos: los Tounens", establece el escrito.
Braun Menéndez constató que "los primeros pasos de este rey en ciernes no deben de haber sido notables. Él mismo, en su autobiografía, los pasa volando". Antes de dar rienda suelta a sus apetencias monárquicas, ejercía "la recatada profesión de procurador ante el tribunal de primera instancia y comercio de Périgueux. Por aquel entonces fue cuando nuestro francés enfermó de geografía. Los primeros síntomas pudieron advertirse en su afición inmoderada por los libros que traían el relato maravilloso de La Pérouse, Cook, Dumond d'Urville, Orbigny y otros navegantes que incitaron la ilusión inmigratoria de las generaciones europeas del siglo pasado". El último estuvo en las costas hoy rionegrinas, cuando permaneció una temporada en Carmen de Patagones.
Una confederación de 17 estados
Recordemos que, por entonces, la fiebre colonialista alcanzaba altas temperaturas en Francia y otros países de Europa. "En el interés del procurador de Périgueux se sumaban la ansiedad exploradora -ayudada por una historia y una geografía superficialmente estudiadas, pero peor digeridas- y una ilusión imperialista que él expresaba sin ambages en esta frase que leemos en sus Memorias: reunir las repúblicas hispanoamericanas bajo el nombre de una confederación monárquica constitucional dividida en diecisiete estados ". Las cursivas están en el original.
Desde ya, "proponíase (sic), además, Monsieur de Tounens constituirse en rey de tal confederación; y no por el derecho que crea la fuerza, sino mediante el consentimiento libre y espontáneo de los gobiernos de los respectivos estados. Con escaso equipaje, pero dueño de aquella ambición inmensa, partió de Tounens hacia América del Sur, y no paró hasta Coquimbo, en la costa norte de Chile, donde desembarcó el 28 de agosto de 1858", continúa el relato de Braun Menéndez.
Según su reconstrucción, "en el vasto mapa sudamericano, Monsieur de Tounens vislumbró la existencia abandonada de la Patagonia y la Araucanía, enormes territorios, vírgenes aún de solicitudes políticas o financieras, habitados por nobles e ingenuos aborígenes, donde sus aspiraciones monárquicas podían encontrar mayores. probabilidades de éxito". Aquello de ingenuos corre por cuenta del autor.
Después de un tiempo en Valparaíso, el francés rumbeó hacia el sur. "Cuando finalmente Monsieur de Tounens se decidió, ya corría mediado octubre de 1860. El viaje de la Araucanía lo realizó desde Valdivia, donde se había vinculado con algunos pobladores franceses, quienes, movidos seguramente por sentimientos de solidaridad nacional, le brindaron hospitalidad y hasta le prestaron los medios para introducirse en la 'tierra' -que así se llamaba la zona habitada por el indio-, lo que efectuó incorporándose a una caravana de comerciantes".
Habitualmente esos convoyes solo podían llegar hasta un sitio determinado, "pero de Tounens se había dado maña para lograr el permiso del cacique Quilapán (jefe de las tribus moluches o 'arribanas', establecidos en la falda oriental de la cordillera de los Andes), quien profesaba a Chile un odio inextinguible". La paréntesis está en el original e incluye un error considerable, porque el liderazgo de Kilapan se limitaba a los goneeche que vivían (y viven) en la jurisdicción chilena del presente al este de la Araucanía, aunque mantenía excelentes relaciones con Kalfükura y su gente.
Figura esCuálida
La cuestión es que "autorizado por Quilapán y guiado por un 'mocetón' enviado por éste, Monsieur de Tounens hizo su entrada en la tierra prometida. Iba escoltado por un mestizo que le hacía las veces de ayuda de cámara e intérprete y por dos compatriotas llamados Lachaise y Desfontaines, cándidos comerciantes a quienes el pretendiente a monarca había ilusionado ofreciéndoles las carteras de ministros para el Exterior y la Justicia, respectivamente".
Con tono burlón, describió Braun Menéndez: "sobre su figura escuálida de picapleitos, Orllie había proyectado un aderezo encaminado a impresionar a los rústicos hijos de Arauco. Tenía la cabeza cubierta por una espesa melena, cuyos rizos se esparcían por la espalda. De su macilenta fisonomía se descolgaba una barba de profeta. El vestido consistía en una levita, ceñida a la francesa, pero cubierta en parte con un poncho mapuche; llevaba colgado al cinto un corvo sable de caballería".
Según el patagónico, los planos del francés tuvieron acogida favorable entre los loncos mapuches que lo recibieron y entonces, emitió su primer decreto: " Considerando que la Araucanía no depende de ningún otro estado; que se halla dividido por tribus y que un Gobierno central es reclamado tanto en interés particular como en el orden general, decretamos lo que sigue: Artículo 1°: Una monarquía constitucional y hereditaria se funda en la Araucanía; el Príncipe Orllie-Antoine de Tounens es designado Rey". Fechó la hipotética norma el 17 de noviembre de 1860. Tres días después, inclusión en su reinado a través de otro decreto, a la Patagonia.
Satisfecho con su auto designación, Antonio Aurelio envió cartas a los diarios de Valparaíso y Santiago para informar al público chileno sobre la buena nueva. Incluso hizo otro tanto con el presidente chileno, Manuel Montt. Retornó a la ciudad portuaria de donde había partido, para estimular la llegada de connacionales a la Nueva Francia -así llamó a su empresa- pero se encontró con miradas que expresaban extrañeza e indiferencia. El monarca no entendió por qué su presencia despertaba comentarios humorísticos y hasta considerables burlas.
Fuente: El Cordillerano
Por Adrián Moyano
La cercana inauguración de una muestra artística que se inspiró en las andanzas del francés Aurelio Antonio I sirve como excusa para repasar la historia del frustrado rey de la Araucanía y Patagonia, quien se autoproclamó a fines de 1860. Reparó en su figura Armado Braun Menéndez, quien consagró un espacio considerable de su "Pequeña histórica patagónica" (Emecé-1945) a ventilar los acontecimientos que protagonizó el francés de figura estrafalaria.
Para el autor, integrante de la familia por entonces más poderosa de la región, "la Patagonia y la Araucanía hubieron de constituir a mediados del siglo pasado (por el XIX) una sola nación bajo un gobierno monárquico constitucional. Y no vaya a creer que esto es un cuento, un cuento más para endilgarle a la Patagonia, región que aventaja provechosamente a cualquiera otro del planeta en cuanto a ser titular de toda serie de mitos y leyendas".
Braun Menéndez ejemplificaba con el relato sobre los gigantescos habitantes de la zona, la Ciudad de los Césares o el plesiosaurio de los lagos. Como contrapartida, "la monarquía araucopatagónica (sic), a pesar de su debilidad congénita y de su existencia precaria, es un hecho histórico". En efecto, "el primer rey, fundador de la dinastía, se llamó Aurelio Antonio I; le sucedió Su Majestad Aquiles I. A diferencia de su antecesor en el trono, este último era casado y con una doña María. Por donde resulta que la Patagonia y la Araucanía no han sido menos que otras tantas potencias europeas que han tenido también una reina María", chanceaba el historiador regional.
El futuro y frustrado rey vino al mundo "el 12 de mayo de 1825, en un lugarejo del mediodía de Francia denominado La Chaise" y "con el andar del tiempo lograría ocupar en nuestro suelo americano una posición espectacular e histórica. Se llamaba Orllie-Antoine, y era hijo segundo de una familia de hidalgos campesinos venidos a menos: los Tounens", establece el escrito.
Braun Menéndez constató que "los primeros pasos de este rey en ciernes no deben de haber sido notables. Él mismo, en su autobiografía, los pasa volando". Antes de dar rienda suelta a sus apetencias monárquicas, ejercía "la recatada profesión de procurador ante el tribunal de primera instancia y comercio de Périgueux. Por aquel entonces fue cuando nuestro francés enfermó de geografía. Los primeros síntomas pudieron advertirse en su afición inmoderada por los libros que traían el relato maravilloso de La Pérouse, Cook, Dumond d'Urville, Orbigny y otros navegantes que incitaron la ilusión inmigratoria de las generaciones europeas del siglo pasado". El último estuvo en las costas hoy rionegrinas, cuando permaneció una temporada en Carmen de Patagones.
Una confederación de 17 estados
Recordemos que, por entonces, la fiebre colonialista alcanzaba altas temperaturas en Francia y otros países de Europa. "En el interés del procurador de Périgueux se sumaban la ansiedad exploradora -ayudada por una historia y una geografía superficialmente estudiadas, pero peor digeridas- y una ilusión imperialista que él expresaba sin ambages en esta frase que leemos en sus Memorias: reunir las repúblicas hispanoamericanas bajo el nombre de una confederación monárquica constitucional dividida en diecisiete estados ". Las cursivas están en el original.
Desde ya, "proponíase (sic), además, Monsieur de Tounens constituirse en rey de tal confederación; y no por el derecho que crea la fuerza, sino mediante el consentimiento libre y espontáneo de los gobiernos de los respectivos estados. Con escaso equipaje, pero dueño de aquella ambición inmensa, partió de Tounens hacia América del Sur, y no paró hasta Coquimbo, en la costa norte de Chile, donde desembarcó el 28 de agosto de 1858", continúa el relato de Braun Menéndez.
Según su reconstrucción, "en el vasto mapa sudamericano, Monsieur de Tounens vislumbró la existencia abandonada de la Patagonia y la Araucanía, enormes territorios, vírgenes aún de solicitudes políticas o financieras, habitados por nobles e ingenuos aborígenes, donde sus aspiraciones monárquicas podían encontrar mayores. probabilidades de éxito". Aquello de ingenuos corre por cuenta del autor.
Después de un tiempo en Valparaíso, el francés rumbeó hacia el sur. "Cuando finalmente Monsieur de Tounens se decidió, ya corría mediado octubre de 1860. El viaje de la Araucanía lo realizó desde Valdivia, donde se había vinculado con algunos pobladores franceses, quienes, movidos seguramente por sentimientos de solidaridad nacional, le brindaron hospitalidad y hasta le prestaron los medios para introducirse en la 'tierra' -que así se llamaba la zona habitada por el indio-, lo que efectuó incorporándose a una caravana de comerciantes".
Habitualmente esos convoyes solo podían llegar hasta un sitio determinado, "pero de Tounens se había dado maña para lograr el permiso del cacique Quilapán (jefe de las tribus moluches o 'arribanas', establecidos en la falda oriental de la cordillera de los Andes), quien profesaba a Chile un odio inextinguible". La paréntesis está en el original e incluye un error considerable, porque el liderazgo de Kilapan se limitaba a los goneeche que vivían (y viven) en la jurisdicción chilena del presente al este de la Araucanía, aunque mantenía excelentes relaciones con Kalfükura y su gente.
Figura esCuálida
La cuestión es que "autorizado por Quilapán y guiado por un 'mocetón' enviado por éste, Monsieur de Tounens hizo su entrada en la tierra prometida. Iba escoltado por un mestizo que le hacía las veces de ayuda de cámara e intérprete y por dos compatriotas llamados Lachaise y Desfontaines, cándidos comerciantes a quienes el pretendiente a monarca había ilusionado ofreciéndoles las carteras de ministros para el Exterior y la Justicia, respectivamente".
Con tono burlón, describió Braun Menéndez: "sobre su figura escuálida de picapleitos, Orllie había proyectado un aderezo encaminado a impresionar a los rústicos hijos de Arauco. Tenía la cabeza cubierta por una espesa melena, cuyos rizos se esparcían por la espalda. De su macilenta fisonomía se descolgaba una barba de profeta. El vestido consistía en una levita, ceñida a la francesa, pero cubierta en parte con un poncho mapuche; llevaba colgado al cinto un corvo sable de caballería".
Según el patagónico, los planos del francés tuvieron acogida favorable entre los loncos mapuches que lo recibieron y entonces, emitió su primer decreto: " Considerando que la Araucanía no depende de ningún otro estado; que se halla dividido por tribus y que un Gobierno central es reclamado tanto en interés particular como en el orden general, decretamos lo que sigue: Artículo 1°: Una monarquía constitucional y hereditaria se funda en la Araucanía; el Príncipe Orllie-Antoine de Tounens es designado Rey". Fechó la hipotética norma el 17 de noviembre de 1860. Tres días después, inclusión en su reinado a través de otro decreto, a la Patagonia.
Satisfecho con su auto designación, Antonio Aurelio envió cartas a los diarios de Valparaíso y Santiago para informar al público chileno sobre la buena nueva. Incluso hizo otro tanto con el presidente chileno, Manuel Montt. Retornó a la ciudad portuaria de donde había partido, para estimular la llegada de connacionales a la Nueva Francia -así llamó a su empresa- pero se encontró con miradas que expresaban extrañeza e indiferencia. El monarca no entendió por qué su presencia despertaba comentarios humorísticos y hasta considerables burlas.
Fuente: El Cordillerano