Opinión

La explotación, un tema de actualidad

Por Emmanuel Renault*  

Traducción Antoni Soy Casals

La noción de explotación puede parecer anticuada para algunos, pero tiene el mérito de recordarnos que el capitalismo no puede criticarse únicamente por sus dimensiones ecocidas: puede servir de base a políticas reformistas de promoción y defensa de los derechos laborales, así como a perspectivas más radicales de transformación social.

Hay temas que ocupan la discusión pública a largo plazo, como la crisis del poder adquisitivo o las disputas parlamentarias sobre la regulación temporal de los llamados trabajadores sin papeles en puestos de trabajo con poco personal.

Otros temas desaparecen en cuanto han sido objeto de un reportaje o un artículo en la radio o la prensa, incluso cuando pueden tener repercusión: por ejemplo, el porcentaje récord -¡48%! de empleados que se declaran en situación de malestar psicológico según el 12º barómetro sobre la salud mental en el trabajo realizado por Empreinte Humaine con OpinionWay [1], o la fuerte caída de la productividad en las empresas francesas: mientras que en la década de 2010 aumentaba una media del 0,9% anual, caerá un 4,6% entre 2019 y 2023.

La forma en que se cubren las noticias en los medios de comunicación hace que se sucedan unas a otras y que no haya tiempo para cuestionar la relación entre ellas. Emprender un interrogatorio de este tipo, por ejemplo sobre los cuatro temas antes mencionados, implicaría también reflexionar sobre los conceptos y las teorías que tienen más probabilidades de relacionarlos.

Pero, ¿por qué presuponer un vínculo entre estos cuatro problemas, cuyas cuestiones y causas son claramente muy diferentes? La caída del poder adquisitivo está vinculada al encarecimiento de la energía y de los productos alimenticios básicos, principalmente como consecuencia de la guerra en Ucrania. Los debates sobre la regularización de los trabajadores sin papeles en los sectores llamados «deficitarios» están preocupados por el riesgo de «efecto de arrastre», es decir, de aceleración de la inmigración ilegal, que tal medida conllevaría.

En cuanto al 48% de los asalariados que declaran experimentar angustia en el trabajo, se debe principalmente a las limitaciones del teletrabajo[2] y al aplazamiento de la jubilación, siendo los mayores de 60 años los más afectados. La caída de la productividad también es atribuible a otros factores: el efecto duradero de la crisis de Covid-19, la contratación de demasiadas personas dado el crecimiento actual, la dificultad de contratar a personas competentes, el envejecimiento de la mano de obra y el auge de los aprendices desde la reforma de 2018 (los aprendices son tratados como empleados). ¿Estos cuatro temas no tienen nada que ver entre sí? Hay motivos para dudarlo.

Los dos primeros ilustran la tendencia del capitalismo contemporáneo a producir beneficios limitando o reduciendo la remuneración de los asalariados menos cualificados. La disminución del poder adquisitivo afecta sobre todo a las rentas más bajas: la OFCE ha señalado que la subida de los precios ha reducido el nivel de vida del 20% de los franceses con menos ingresos en un 3,5%, y el del 20% con más ingresos en un 1,7%.

¿No es evidente que la crisis de poder adquisitivo tomaría otras formas si no estuviéramos pagando actualmente el precio de décadas de políticas de contención salarial, y si las desigualdades entre los salarios más bajos y los más altos no hubieran alcanzado niveles astronómicos (1 a 400 en algunas empresas)? ¿No es igual de obvio que se necesita una legislación que regularice la situación de los trabajadores sin papeles en sectores bajo presión porque muchas empresas ven en estos grupos vulnerables una forma de eludir la legislación laboral (en términos de salario mínimo, horas de trabajo y condiciones laborales) para aumentar los beneficios?

La legislación anterior, que condicionaba el acceso al permiso de residencia a una regularización sólo temporal, dependía de la buena voluntad del empresario. Sin embargo, el atractivo de esta «deslocalización local»[3] es tal que, en general, los empresarios prefieren no dar ese paso[4]. El hecho de que algunos sectores con escasez de mano de obra estén ocupados en gran medida por trabajadores indocumentados, en particular el de la construcción, tampoco es ajeno a los niveles salariales y a las condiciones de trabajo que prevalecen en ellos. Los nacionales se echan atrás. De ahí la importancia de atraer a trabajadores dispuestos a aceptar una de las formas más duras de explotación, aunque tenga lugar dentro de un marco legal. De ahí también el interés de concederles sólo una regularización temporal, condicionada precisamente a su consentimiento a esta explotación.

La moderación salarial señala la vuelta a un reparto de las ganancias de productividad más desfavorable para los asalariados y otros trabajadores autónomos.

Se puede decir que existe explotación cuando la remuneración del trabajo es tal que enriquece a los que pagan por él en detrimento de los que reciben esa remuneración. Cuando tomó la noción de explotación del movimiento obrero de su época y la desarrolló en una teoría, Marx subrayó que una economía capitalista tiende a remunerar el trabajo lo menos posible, al tiempo que lo hace producir cada vez más beneficios [5]. Marx también explicó que estas tendencias pueden expresarse de dos maneras distintas, ya sea en una estrategia de aumentar la duración y la intensidad del trabajo tanto como sea posible (lo que él llamó producción de plusvalía absoluta), o tratando de aumentar la productividad del trabajo a través del progreso técnico (producción de plusvalía relativa).

La primera estrategia, que prevaleció en el siglo XIX, fracasó porque el aumento de la semana laboral chocaba con límites fisiológicos evidentes, y la intensificación del trabajo producía efectos de desgaste que acababan minando la renovación de las capacidades de trabajo de los asalariados (la «reproducción de la fuerza de trabajo», en el vocabulario de Marx). Esta primera estrategia dio paso a la segunda, la de una reducción progresiva del tiempo de trabajo a lo largo de la semana y de la vida laboral, la de un reparto de las ganancias de productividad más favorable al asalariado. Desde la aparición del capitalismo neoliberal, la primera estrategia ha vuelto a imponerse. La moderación salarial marca el regreso de un reparto de las ganancias de productividad más desfavorable para los asalariados y otros trabajadores autónomos.

La frontera entre la jornada laboral y la no laboral está desapareciendo (debido a las tecnologías de la información y la comunicación, y más recientemente al teletrabajo). La semana laboral ha dejado de reducirse, cuando no de aumentar, y la edad de jubilación se retrasa. En cuanto a la intensificación del trabajo, es uno de los principales objetivos de la innovación organizativa y tecnológica de las empresas. ¿Cómo puede un capitalismo de este tipo, que exige cada vez más tiempo de trabajo e intensidad de esfuerzo, no toparse de nuevo con límites insuperables?

Con el mandato de «hacer cada vez más» dirigido no sólo al cuerpo de los asalariados, como en el siglo XIX, sino también a su subjetividad, no es sorprendente que esos límites se presenten como los de la angustia psicológica. ¿No es significativo que, según la infografía del 12º barómetro Empreinte Humaine[6], además del 48% de los asalariados que declaran sufrir actualmente angustia psicológica, el 17% afirme estar en alto riesgo de sufrirla? Podemos cuestionar el significado de las nociones de «malestar psicológico» y «alto riesgo de malestar psicológico», pero indican claramente que para todos los que se describen a sí mismos de este modo, se han alcanzado, o están a punto de alcanzarse, los límites de lo soportable.

Así lo confirma otra cifra: el 43% de los 2.000 empleados encuestados dijeron que querían dejar su empresa. Otras cifras son aún más fáciles de interpretar, como el hecho de que «el 32% de los empleados corren ahora riesgo de agotamiento, incluido un 12% con agotamiento grave». Igualmente llamativo es el hecho de que 1/4 de estos empleados afirman que «hay más intentos de suicidio o suicidios en su organización/empresa».

La estrategia de aumentar los beneficios reduciendo los salarios al mínimo, y trabajando más y más duro al máximo, conduce a un callejón sin salida desde el punto de vista mismo de la carrera por los beneficios.

Entrevistado en France Inter, Christophe Nguyen, psicólogo del trabajo y presidente de Empreinte Humaine, señala que «la salud mental se ha deteriorado en todos los indicadores que estudiamos desde hace tres años y medio», y relaciona esta tendencia con el hecho de que los empleados se quejan de «una intensificación muy grande de la carga de trabajo». Para los empleados entrevistados, no parece haber dudas sobre la dimensión estructural de este fenómeno, ya que detrás de la presión ejercida por su n+1, perciben la estrategia de su empresa.

Christophe Nguyen explica que «hoy en día, los empleados afirman que el actor que tiene el mayor impacto negativo sobre su salud mental no es el responsable local, ni los clientes, sino la dirección general». ¿Cómo describir mejor esta toma de conciencia de una estrategia de producción de beneficios a su costa que como una toma de conciencia de explotación? ¿Cómo no va a traducirse esa conciencia en una desmotivación que, sumada a los efectos de desgaste generados por la intensificación del trabajo y la prolongación de su duración, no puede sino traducirse en un aumento de las tasas de absentismo y de dimisión, lo que a su vez no puede sino repercutir negativamente en la productividad?

Como en la primera fase del desarrollo del capitalismo, la estrategia de aumentar los beneficios reduciendo los salarios al mínimo y alargando e intensificando el trabajo al máximo, conduce a un callejón sin salida desde el punto de vista mismo de la carrera por los beneficios.

Las cuatro cuestiones de las que partimos -la crisis del poder adquisitivo, la regularización de la situación de los trabajadores sin papeles, el aumento del malestar psicológico en el trabajo y la caída de la productividad- son sin duda en parte irreductibles entre sí, pero comparten sin embargo características comunes. El concepto de explotación permite analizar algunos de ellos, al tiempo que pone de relieve la dimensión estructural de los problemas que atraen la atención de la opinión pública. El concepto de explotación no es nuevo, pero también debe ser discutido si realmente queremos pensar en las mejores formas de resolver estos problemas. Este es uno de los muchos méritos del concepto de explotación, que también sirve para recordarnos que el capitalismo actual no debe criticarse únicamente por sus dimensiones ecocidas.

La crisis ecológica centra la atención en esta última, pero otras cuestiones de gran preocupación, como las que acabamos de mencionar, están relacionadas con las dimensiones del capitalismo. Tener en cuenta la naturaleza explotadora del capitalismo también nos hace conscientes de algunas de las desventajas de las formas más aparentemente realistas de responder a la emergencia ecológica: las relativas a la introducción del capitalismo verde. Y es que hacer un capitalismo más respetuoso con los ecosistemas y más ahorrador con los recursos naturales implicaría reducciones de la rentabilidad que la lógica capitalista exigiría compensar con una reducción de los salarios directos e indirectos (seguro de desempleo, seguridad social, pensiones, servicios públicos), es decir, con una mayor explotación de los trabajadores.

La categoría de explotación puede parecer anticuada, pero nos permite plantear algunas de las cuestiones más características de nuestro tiempo. Por último, la crítica de la explotación es uno de los pocos puntos en común entre distintas familias de la izquierda que se han vuelto demasiado hostiles entre sí como para ver algo que pueda unirlas.

La conciencia de la naturaleza explotadora del capitalismo puede sustentar tanto las políticas reformistas de promoción y defensa de los derechos laborales, de aumento salarial y reducción de la jornada laboral, de redistribución de la riqueza o de introducción de una renta universal, como las perspectivas más radicales de transformación social a través de la huelga, el sabotaje o la huida del trabajo.

Por último, la crítica de la explotación es uno de los objetivos comunes de las luchas contra el capitalismo, el patriarcado y el racismo, ya que las mujeres y las personas racializadas son generalmente objeto de una mayor explotación en su trabajo profesional, a lo que se añade la explotación del trabajo doméstico. Así pues, ¿no debería la crítica de la explotación desempeñar un papel central en todo proyecto de construcción de una hegemonía socialista, feminista y antirracista, que debería reconocer también la necesidad de una bifurcación ecológica?

*Emmanuel Renault, filósofo y profesor en la Universidad de París Nanterre. Sus investigaciones se inscriben en un proyecto de filosofía social inspirado en las ciencias sociales. Ha publicado varias obras sobre Hegel, Marx, el trabajo y la teoría crítica. Ha publicado recientemente «Abolir l'exploitation. Expériences, théories, stratégies», La Découverte, 2023.