El dilema de Othar: cómo reconstruir la oposición para enfrentar a quien resiste a un mal mayor A esta altura pocos dudan de que el intendente de Comodoro, Othar Macharashvili, es la figura más representativa del peronismo provincial. Su clara victoria del año pasado en la ciudad más grande de Chubut le concede tal sitial. De allí que, de proponérselo, será el nuevo conductor del PJ. Pero recién entonces comenzaría su verdadero dilema.
Llegar parece sencillo; cómo permanecer sin morir en el intento se ve más difícil, al menos en estos crudos días en los que ya se cumplieron seis meses de nuevos gobiernos, donde el actual intendente de Comodoro Rivadavia, Othar Machararshvili, atraviesa una singular situación: ni el gobierno provincial, ni el nacional, son de su color partidario.
Esta particularidad registra como lejano antecedente desde la restauración democrática los primeros cuatro años de la misma (1983-87), cuando Mario Morejón era intendente; Atilio Viglione gobernador y Raúl Alfonsín, presidente.
Tal vez el único que estuvo más cerca de ello fue el actual senador Carlos Linares, quien cuando condujo Comodoro tenía a Mario Das Neves-Mariano Arcioni a casi 500 kilómetros, y a Mauricio Macri en la Rosada.
Pero de todos modos, en ambos casos, las reglas de juego eran conocidas y -sobre todo- previsibles. No es la situación de Macharashvili, a quien le toca compartir tiempo con un gobernador electo por el partido que había sido férreo opositor al peronismo en la última década y media, y con un Presidente que se autopercibe "topo" del Estado argentino, y fatalmente lejos del encanto de cualquier personaje de John le Carré.
EL ELEGIDO POR ELECTORES CON JUEGO PROPIO
Si se consulta a cualquier dirigente del peronismo chubutense acerca de quién debería ser el próximo conductor del partido, públicamente coincidirán en que Macharashvili es el indicado. Por trayectoria y porque fue de los pocos que ganó con claridad una elección el año pasado. Y fundamentalmente porque fue en la ciudad más grande de la provincia. Allí retuvo el municipio para el PJ, ante la embestida de la macrista Ana Clara Romero, quien ya había mordido el polvo de la derrota en 2019 con Juan Pablo Luque, uno de los perdedores de 2023. En su caso, fue ante Ignacio Torres, actual gobernador.
Othar siempre fue receloso con la mayoría de los dirigentes de su partido, por lo que ante tanto elogio debe estar curtiendo más su cuero. De hecho hay algunos, como el diputado provincial Emanuel Coliñir, de La Cámpora, que dice preferir que la reorganización la haga alguien del valle (¿el exparlasur Alfredo Béliz?), mientras están los que parecen jugar a dos bandas, como el sarmientino Sebastián Balochi, que lo apoya en público tanto como a Nacho Torres, quien seguramente ya le ha hecho llegar alguna invitación para sumarlo a su Despierta Chubut, la fuerza con la que pretende preservarse del naufragio al que parece ir el partido de Macri, que al final les daría la razón a los que siempre vieron al PRO como poco más que un partido vecinal de la Ciudad de Buenos Aires, con sus recursos nada menos.
Mientras algunos electos por el peronismo ya dieron el salto, otros que no tienen nada que perder -y que hace rato huelen a naftalina- se chocan por palmear a Othar buscando conservar alguna lapicera, o aunque más no sea un lápiz negro con algo de punta. Son los mariscales de las sucesivas derrotas provinciales, que comenzaron con Norberto Yauhar en 2013 y terminaron con Luque el año pasado, pasando por Linares en varias ocasiones, tanto en 2019, como en 2021.
Son los mismos que por su obcecación -y obsecuencia al poder nacional- llevaron al PJ provincial a este estado de cosas, donde hasta le queda poco margen para no perder la personería jurídica si no hace las cosas bien en la inminente renovación de autoridades, donde Linares ya avisó que no va por la reelección.
Es en este contexto en el que Macharashvili medita con cuidado sus pasos, sin confirmar aún si está dispuesto a conducir una fuerza que hace tiempo reclama poner el caballo adelante del carro, lo que significa contar con un programa de acción que inevitablemente lo lleve a ser competitivo electoralmente, más allá de Garayalde, y con defensas altas para contrarrestar los efectos del pac-man Nacho.
OPONERSE AL OPOSITOR
Diferenciarse de Torres no es sencillo. Más allá de que existe cierta delgada línea entre su apoyo a la gobernabilidad de Javier Milei y la defensa de políticas estatales de arraigo nacional, el gobernador cuenta con un consenso que parece trascender la "luna de miel" de los primeros 100 días. Lo demostró cuando enfrentó a Milei, aunque luego se llamó a un sugestivo silencio en otras cuestiones que afectaron intereses provinciales y de la gente que aquí vive. En estos casos, prefiere que sea la Justicia la que se expida, aun sabiendo que los fallos de Hugo Sastre son susceptibles de revocaciones en instancias superiores. Todo depende de los tiempos políticos.
Macharashvili ha respaldado a Torres en varias oportunidades, sobre todo al comienzo de la caótica no gestión de Milei, pero en paralelo buscó lugares de contención más afines en lo ideológico, como la Liga de Intendentes que tiene como referentes al cordobés Daniel Passerini y al rosarino Pablo Javkin.
Es que su dilema atraviesa también a otros dirigentes nacionales del peronismo que ya no ven al kirchnerismo como la solución de todos los males. En ese sentido, Othar se diferencia de su antecesor, Juan Pablo Luque, alguien que aspira a ser candidato a diputado nacional en 2025, para lo cual estaría dispuesto a formalizar las alianzas que lo lleven a destino. Después de todo, Santiago Igon llegó al Congreso y permaneció ocho años siendo un perfecto desconocido entre sus mismos electores.
En este sentido, Luque representa para Othar una piedra más molesta en este tiempo. No se llevaron bien cuando estuvieron juntos en el gobierno municipal y de hecho el hombre del sombrero le torció el brazo al entonces intendente al imponer su candidatura por sobre la de quien era el preferido de Luque, Maximiliano Sampaoli, actual vice de Macharashvili.
A esta altura pocos dudan de que el intendente de Comodoro, Othar Macharashvili, es la figura más representativa del peronismo provincial. Su clara victoria del año pasado en la ciudad más grande de Chubut le concede tal sitial. De allí que, de proponérselo, será el nuevo conductor del PJ. Pero recién entonces comenzaría su verdadero dilema.
Llegar parece sencillo; cómo permanecer sin morir en el intento se ve más difícil, al menos en estos crudos días en los que ya se cumplieron seis meses de nuevos gobiernos, donde el actual intendente de Comodoro Rivadavia, Othar Machararshvili, atraviesa una singular situación: ni el gobierno provincial, ni el nacional, son de su color partidario.
Esta particularidad registra como lejano antecedente desde la restauración democrática los primeros cuatro años de la misma (1983-87), cuando Mario Morejón era intendente; Atilio Viglione gobernador y Raúl Alfonsín, presidente.
Tal vez el único que estuvo más cerca de ello fue el actual senador Carlos Linares, quien cuando condujo Comodoro tenía a Mario Das Neves-Mariano Arcioni a casi 500 kilómetros, y a Mauricio Macri en la Rosada.
Pero de todos modos, en ambos casos, las reglas de juego eran conocidas y -sobre todo- previsibles. No es la situación de Macharashvili, a quien le toca compartir tiempo con un gobernador electo por el partido que había sido férreo opositor al peronismo en la última década y media, y con un Presidente que se autopercibe "topo" del Estado argentino, y fatalmente lejos del encanto de cualquier personaje de John le Carré.
EL ELEGIDO POR ELECTORES CON JUEGO PROPIO
Si se consulta a cualquier dirigente del peronismo chubutense acerca de quién debería ser el próximo conductor del partido, públicamente coincidirán en que Macharashvili es el indicado. Por trayectoria y porque fue de los pocos que ganó con claridad una elección el año pasado. Y fundamentalmente porque fue en la ciudad más grande de la provincia. Allí retuvo el municipio para el PJ, ante la embestida de la macrista Ana Clara Romero, quien ya había mordido el polvo de la derrota en 2019 con Juan Pablo Luque, uno de los perdedores de 2023. En su caso, fue ante Ignacio Torres, actual gobernador.
Othar siempre fue receloso con la mayoría de los dirigentes de su partido, por lo que ante tanto elogio debe estar curtiendo más su cuero. De hecho hay algunos, como el diputado provincial Emanuel Coliñir, de La Cámpora, que dice preferir que la reorganización la haga alguien del valle (¿el exparlasur Alfredo Béliz?), mientras están los que parecen jugar a dos bandas, como el sarmientino Sebastián Balochi, que lo apoya en público tanto como a Nacho Torres, quien seguramente ya le ha hecho llegar alguna invitación para sumarlo a su Despierta Chubut, la fuerza con la que pretende preservarse del naufragio al que parece ir el partido de Macri, que al final les daría la razón a los que siempre vieron al PRO como poco más que un partido vecinal de la Ciudad de Buenos Aires, con sus recursos nada menos.
Mientras algunos electos por el peronismo ya dieron el salto, otros que no tienen nada que perder -y que hace rato huelen a naftalina- se chocan por palmear a Othar buscando conservar alguna lapicera, o aunque más no sea un lápiz negro con algo de punta. Son los mariscales de las sucesivas derrotas provinciales, que comenzaron con Norberto Yauhar en 2013 y terminaron con Luque el año pasado, pasando por Linares en varias ocasiones, tanto en 2019, como en 2021.
Son los mismos que por su obcecación -y obsecuencia al poder nacional- llevaron al PJ provincial a este estado de cosas, donde hasta le queda poco margen para no perder la personería jurídica si no hace las cosas bien en la inminente renovación de autoridades, donde Linares ya avisó que no va por la reelección.
Es en este contexto en el que Macharashvili medita con cuidado sus pasos, sin confirmar aún si está dispuesto a conducir una fuerza que hace tiempo reclama poner el caballo adelante del carro, lo que significa contar con un programa de acción que inevitablemente lo lleve a ser competitivo electoralmente, más allá de Garayalde, y con defensas altas para contrarrestar los efectos del pac-man Nacho.
OPONERSE AL OPOSITOR
Diferenciarse de Torres no es sencillo. Más allá de que existe cierta delgada línea entre su apoyo a la gobernabilidad de Javier Milei y la defensa de políticas estatales de arraigo nacional, el gobernador cuenta con un consenso que parece trascender la "luna de miel" de los primeros 100 días. Lo demostró cuando enfrentó a Milei, aunque luego se llamó a un sugestivo silencio en otras cuestiones que afectaron intereses provinciales y de la gente que aquí vive. En estos casos, prefiere que sea la Justicia la que se expida, aun sabiendo que los fallos de Hugo Sastre son susceptibles de revocaciones en instancias superiores. Todo depende de los tiempos políticos.
Macharashvili ha respaldado a Torres en varias oportunidades, sobre todo al comienzo de la caótica no gestión de Milei, pero en paralelo buscó lugares de contención más afines en lo ideológico, como la Liga de Intendentes que tiene como referentes al cordobés Daniel Passerini y al rosarino Pablo Javkin.
Es que su dilema atraviesa también a otros dirigentes nacionales del peronismo que ya no ven al kirchnerismo como la solución de todos los males. En ese sentido, Othar se diferencia de su antecesor, Juan Pablo Luque, alguien que aspira a ser candidato a diputado nacional en 2025, para lo cual estaría dispuesto a formalizar las alianzas que lo lleven a destino. Después de todo, Santiago Igon llegó al Congreso y permaneció ocho años siendo un perfecto desconocido entre sus mismos electores.
En este sentido, Luque representa para Othar una piedra más molesta en este tiempo. No se llevaron bien cuando estuvieron juntos en el gobierno municipal y de hecho el hombre del sombrero le torció el brazo al entonces intendente al imponer su candidatura por sobre la de quien era el preferido de Luque, Maximiliano Sampaoli, actual vice de Macharashvili.