Mama Antula: una mujer libre, radical y rebeldeNacida en 1730, en Silípica, Santiago del Estero, la mujer que el Papa Francisco se apresta a canonizar este domingo, era libre, radical y rebelde, tomando la frase del religioso, escritor y poeta español Pedro Casaldáliga. Una mujer descalza, asociada al dolor de los sufrientes.
Por Lucrecia Casemajor
En estos días, leemos notas en todos los medios sobre esta mujer que el Papa Francisco va a canonizar el 11 de febrero próximo en Roma. Y seguiremos leyendo, escuchando y viendo fotos y videos porque hasta el presidente argentino con una numerosa comitiva de empresarios poderosos se darán cita allí aprovechando un escenario que, aunque integren, nunca dará por cierto que ellos saben quién fue esta mujer ya santa en vida. Ni su presencia en este acto nos convertirá en invitados virtuales a todos los argentinos y argentinas.
A Mama Antula ya empezamos a maltratarla, de entrada nomás. Hay quienes la pintan desde un reiterado patrioterismo, por la costumbre de tomar como propio a personajes que nacieron en nuestra tierra y se alzan con algún éxito, pasajero muchas veces. Así, muchas personas se dejan enceguecer por el hecho de que esta mujer era argentina y lo acentúan a propósito cuando hablan de ella, casi sin conocerla. El Papa también es argentino y ese no es su mérito, pero se lo trata de fagocitar en el empeño de tener algo y ser alguienes a costa del otro. Todo junto, en el marco de un país que no contiene a quienes deberíamos ver como verdaderos patriotas por subsistir al hambre y la pobreza.
María Antonia de Paz y Figueroa
Ella era una mujer sencilla, caminadora de territorios del Virreinato del Río de La Plata. Nació en 1730, en Silípica, Santiago del Estero. En su adolescencia, impulsada por atender a los más necesitados, y en particular a las mujeres, decidió ingresar como laica consagrada a una comunidad de mujeres en el beaterio jesuita de Santiago de l'Estero. Dejó a su familia, y el posible futuro de mujer relegada por los mandatos de la época, porque en ella había una vocación certera: caminar para encontrar su corazón con el de los menos amados.
Desde siempre, se asoció al sufrimiento de los maltratados y humillados: indios y esclavos que vivían a merced de los colonos de la época. Residió aquí por 22 años donde recibió educación por parte de los jesuitas.
Así, Mama Antula ancló su vida en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola que los jesuitas propiciaban en estas tierras para el encuentro de la persona con la mejor versión de sí misma. Desde hace 500 años, estos ejercicios actualizados para nuestro tiempo, siguen siendo de utilidad y crecimiento personal para muchas personas, sean creyentes o no.
La historia nos cuenta que los jesuitas fueron expulsados del territorio en 1767 bajo la firma de un decreto del rey Carlos III. Y es ahí donde esta mujer de 37 años, nada sumisa, y poniendo en riesgo su vida, decide que no se puede perder el tesoro que ella había encontrado y empieza a organizar los ejercicios. Los inicia en Silípica y luego comienza a caminar el campo santiagueño. Más tarde decidió extenderlos por los pueblos del noroeste -hoy argentino- y fue así que recorrió los territorios de Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja. En 1777 fue a Córdoba, donde continuó con los ejercicios en la antigua iglesia jesuita. Su afán fue ir integrando en Cristo a los pueblos originarios, los gauchos, los negros y los sectores más humildes de la sociedad. Realizó largas recorridas a pie y a veces en carreta.
Finalmente, llegó a Buenos Aires donde se cree que fueron más de 70.000 los seglares para los que Mama Antula organizó los ejercicios ignacianos en la casa que fundó en 1795. Para llegar hasta allí, caminó descalza durante 4.000 kilómetros a través de todos los paisajes posibles.
Sendas de mujeres
Mama Antula es mucho más que argentina. Porque su vida entera transcurrió antes de la creación de la República Argentina y porque es de las mujeres que hubieran hecho lo mismo en cualquier geografía.
Sospechosamente, a esta mujer laica y argentina, nunca la vimos en los libros de la escuela primaria. Y quizá tampoco la veamos en el futuro porque se cree que eso de ser nombrada santa desde Roma es una cuestión en la que creen los católicos solamente.
Sin embargo, si no vemos la dimensión netamente humana y la trascendencia de esta mujeraza -que buscaba como dice el Papa Francisco, que todos, todos, todos puedan llevar una vida mejor en cuerpo, alma y espíritu-, nos estaremos perdiendo parte de lo que su mensaje caminador y descalzo nos deja para nuestro tiempo.
Sus espaldas descargan una amplitud de imágenes sobre todo feminismo en nuestra tierra y lo engrandecen por ser quizá la primera feminista en su época y en nuestra historia. Y nos lleva a mirar a las tantas mujeres que siguen caminando con los pies descalzos. Nos trae el aire fresco de aquellas que en todo el continente latinoamericano siguen atendiendo sin demora a hijos propios y ajenos, curando enfermos, asistiendo comedores, educando, amamantando y dando razones siempre vitales para seguir. Mujeres de ciencia y fe comprometidas en profetizar más vida y de la buena.
Espaldas todas que llevan la esperanza siempre a cuestas. Ese motor que nos permite amar la alteridad. Esa manera de ir a la búsqueda de ese otro y esa otra que nos ayudan a sostener nuestra propia fragilidad cuando comparten su vida, su mesa, sus sueños mejorados.
Como ella, son muchas las personas que, como dice Francisco, son "santos y santas de la puerta de al lado" pero que nos cuesta reconocerlas como hacedoras del bien común.
Descálzate
Mama Antula no era turista en tierra ajena. Ella, en su andar descalzo se hacía una, libre, radical y rebelde con quienes eran la tierra misma. Porque ella se descalzó, cumpliendo con lo que dijo Dios a Moisés: "Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es tierra sagrada".
Sería bueno y verdadero que, apelando a esta memoria que hacemos de ella, podamos imaginarnos sus pies descalzos caminando por nuestra Patagonia de hoy, dejando sus huellas modeladoras de esperanza por estas tierras tan necesitadas de reconocimiento y respeto. Estas sendas que se iniciaron con los pueblos originarios para luego dejarse habitar por quienes vinieron a poner las espaldas del esfuerzo y del trabajo para engrandecerlas.
Caminar descalzos para no pisotear nunca los cuerpos donde el dolor y el sufrimiento llegan a convertirse en la bandera de nuestra patria. Porque son tierra sagrada.
Fuente: Va Con Firma
Nacida en 1730, en Silípica, Santiago del Estero, la mujer que el Papa Francisco se apresta a canonizar este domingo, era libre, radical y rebelde, tomando la frase del religioso, escritor y poeta español Pedro Casaldáliga. Una mujer descalza, asociada al dolor de los sufrientes.
Por Lucrecia Casemajor
En estos días, leemos notas en todos los medios sobre esta mujer que el Papa Francisco va a canonizar el 11 de febrero próximo en Roma. Y seguiremos leyendo, escuchando y viendo fotos y videos porque hasta el presidente argentino con una numerosa comitiva de empresarios poderosos se darán cita allí aprovechando un escenario que, aunque integren, nunca dará por cierto que ellos saben quién fue esta mujer ya santa en vida. Ni su presencia en este acto nos convertirá en invitados virtuales a todos los argentinos y argentinas.
A Mama Antula ya empezamos a maltratarla, de entrada nomás. Hay quienes la pintan desde un reiterado patrioterismo, por la costumbre de tomar como propio a personajes que nacieron en nuestra tierra y se alzan con algún éxito, pasajero muchas veces. Así, muchas personas se dejan enceguecer por el hecho de que esta mujer era argentina y lo acentúan a propósito cuando hablan de ella, casi sin conocerla. El Papa también es argentino y ese no es su mérito, pero se lo trata de fagocitar en el empeño de tener algo y ser alguienes a costa del otro. Todo junto, en el marco de un país que no contiene a quienes deberíamos ver como verdaderos patriotas por subsistir al hambre y la pobreza.
María Antonia de Paz y Figueroa
Ella era una mujer sencilla, caminadora de territorios del Virreinato del Río de La Plata. Nació en 1730, en Silípica, Santiago del Estero. En su adolescencia, impulsada por atender a los más necesitados, y en particular a las mujeres, decidió ingresar como laica consagrada a una comunidad de mujeres en el beaterio jesuita de Santiago de l'Estero. Dejó a su familia, y el posible futuro de mujer relegada por los mandatos de la época, porque en ella había una vocación certera: caminar para encontrar su corazón con el de los menos amados.
Desde siempre, se asoció al sufrimiento de los maltratados y humillados: indios y esclavos que vivían a merced de los colonos de la época. Residió aquí por 22 años donde recibió educación por parte de los jesuitas.
Así, Mama Antula ancló su vida en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola que los jesuitas propiciaban en estas tierras para el encuentro de la persona con la mejor versión de sí misma. Desde hace 500 años, estos ejercicios actualizados para nuestro tiempo, siguen siendo de utilidad y crecimiento personal para muchas personas, sean creyentes o no.
La historia nos cuenta que los jesuitas fueron expulsados del territorio en 1767 bajo la firma de un decreto del rey Carlos III. Y es ahí donde esta mujer de 37 años, nada sumisa, y poniendo en riesgo su vida, decide que no se puede perder el tesoro que ella había encontrado y empieza a organizar los ejercicios. Los inicia en Silípica y luego comienza a caminar el campo santiagueño. Más tarde decidió extenderlos por los pueblos del noroeste -hoy argentino- y fue así que recorrió los territorios de Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja. En 1777 fue a Córdoba, donde continuó con los ejercicios en la antigua iglesia jesuita. Su afán fue ir integrando en Cristo a los pueblos originarios, los gauchos, los negros y los sectores más humildes de la sociedad. Realizó largas recorridas a pie y a veces en carreta.
Finalmente, llegó a Buenos Aires donde se cree que fueron más de 70.000 los seglares para los que Mama Antula organizó los ejercicios ignacianos en la casa que fundó en 1795. Para llegar hasta allí, caminó descalza durante 4.000 kilómetros a través de todos los paisajes posibles.
Sendas de mujeres
Mama Antula es mucho más que argentina. Porque su vida entera transcurrió antes de la creación de la República Argentina y porque es de las mujeres que hubieran hecho lo mismo en cualquier geografía.
Sospechosamente, a esta mujer laica y argentina, nunca la vimos en los libros de la escuela primaria. Y quizá tampoco la veamos en el futuro porque se cree que eso de ser nombrada santa desde Roma es una cuestión en la que creen los católicos solamente.
Sin embargo, si no vemos la dimensión netamente humana y la trascendencia de esta mujeraza -que buscaba como dice el Papa Francisco, que todos, todos, todos puedan llevar una vida mejor en cuerpo, alma y espíritu-, nos estaremos perdiendo parte de lo que su mensaje caminador y descalzo nos deja para nuestro tiempo.
Sus espaldas descargan una amplitud de imágenes sobre todo feminismo en nuestra tierra y lo engrandecen por ser quizá la primera feminista en su época y en nuestra historia. Y nos lleva a mirar a las tantas mujeres que siguen caminando con los pies descalzos. Nos trae el aire fresco de aquellas que en todo el continente latinoamericano siguen atendiendo sin demora a hijos propios y ajenos, curando enfermos, asistiendo comedores, educando, amamantando y dando razones siempre vitales para seguir. Mujeres de ciencia y fe comprometidas en profetizar más vida y de la buena.
Espaldas todas que llevan la esperanza siempre a cuestas. Ese motor que nos permite amar la alteridad. Esa manera de ir a la búsqueda de ese otro y esa otra que nos ayudan a sostener nuestra propia fragilidad cuando comparten su vida, su mesa, sus sueños mejorados.
Como ella, son muchas las personas que, como dice Francisco, son "santos y santas de la puerta de al lado" pero que nos cuesta reconocerlas como hacedoras del bien común.
Descálzate
Mama Antula no era turista en tierra ajena. Ella, en su andar descalzo se hacía una, libre, radical y rebelde con quienes eran la tierra misma. Porque ella se descalzó, cumpliendo con lo que dijo Dios a Moisés: "Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es tierra sagrada".
Sería bueno y verdadero que, apelando a esta memoria que hacemos de ella, podamos imaginarnos sus pies descalzos caminando por nuestra Patagonia de hoy, dejando sus huellas modeladoras de esperanza por estas tierras tan necesitadas de reconocimiento y respeto. Estas sendas que se iniciaron con los pueblos originarios para luego dejarse habitar por quienes vinieron a poner las espaldas del esfuerzo y del trabajo para engrandecerlas.
Caminar descalzos para no pisotear nunca los cuerpos donde el dolor y el sufrimiento llegan a convertirse en la bandera de nuestra patria. Porque son tierra sagrada.
Fuente: Va Con Firma