El país

Las banderas de Belgrano como síntesis argentina: entre el celeste Borbón y el Sol Incaico

Por Federico Calvo*.

Recordamos el paso a la inmortalidad de Manuel Belgrano y a nuestra memoria. Se establece así un vínculo, delgado pero fuerte, entre pasado y presente. "Recordar" significa en el latín "volver a pasar por el corazón". Hoy recordamos a aquel hombre que dejo su vida en la construcción de la Patria y particularmente por nuestra insignia: "la Celeste y Blanca".

La primera pregunta para nuestro lector es: ¿Siempre tuvimos la misma bandera? La respuesta negativa puede sorprender. ¡Bandera hay una sola!, dicen rápidamente niños y no tan niños. ¿Cómo, acaso hubo muchas banderas? En cuanto al formato no, ya que rl estilo de tres barras y de celeste y blanco permaneció parcialmente inalterable por más de doscientos años. Belgrano iza su nueva bandera, que en ese mismo momento se convirtió en la de miles que marchaban por la causa de la libertad. Rosario fue la pequeña aldea y hoy gran ciudad que tuvo el honor de ver nacer dicha gesta. El río Paraná fue el testigo de aquella jornada histórica, en la que los soldados se comprometían bajo juramento a proteger y honrar a dicha insignia. Esta era un cúmulo de tejidos, pero su fuerza residía en la idea que representaba: una nueva nación libre. Solo los libres nombran. Como primer acto, Belgrano comprendió que era imprescindible crear un símbolo material para su pueblo.

Los colores elegidos fueron el celeste que representaba a la casa de los Borbones, derrotados por el genio militar de Napoleón. Este color evocaba a aquella contradictoria España que se debatía entre la construcción imperial o una forma política que contuviera a los pueblos americanos. El celeste fue una semblanza de la casa de la monarquía española, pero al mismo tiempo, más poderosa aún, la afirmación de la existencia de un nuevo pueblo. El blanco representa la pureza del nuevo pueblo y sus ansias de libertad. Años después comenzaron a darse las primeras transformaciones, precisamente entre 1813 y 1818. Estas quedaron plasmadas en el proyecto de Belgrano. Una tuvo el objeto de modificar las dimensiones de la bandera, que en vez de dos franjas tendría tres, dos celestes y una blanca. La segunda era la incorporación del Sol Incaico en el centro, algo más ligado.al proceso independentista exitoso que clamaba desde San Miguel de Tucumán. En la bandera se reflejan nuevas disputas e historias en las que se retomaban el pasado español y el incaico. Es un caso interesante para pensar en relación con los Estados Unidos. Historias contrapuestas y enfrentadas que eran mezcladas en un proyecto emancipador que incluía a tanto a criollos como originarios, pasando por afroamericanos y peninsulares. Una nueva patria que diera cobijo a todos a lo largo y ancho de su geografía. Belgrano dejó para la posteridad la fundamental pregunta: ¿Qué somos los argentinos? Hoy ese interrogante está muy presente en el debate. Quizá hace falta alzar la vista y observar que más allá de tejidos y colores nuestra bandera puede dar la respuesta, ¿Europeos? No, orgullosamente americanos.

La bandera de Belgrano se convirtió en un símbolo de libertad que atravesó llanuras, montañas y mares. Encabezó en las lanzas de los gauchos las batallas de Tucumán y Salta. Lideró el cruce de los Andes llevando la libertad merecida a las tierras del Inca. El hecho quizá impensado fue que visitó geografías muy distantes, como el actual estado de California. Este hito se dio en el marco de la expedición de Hipólito Bouchard y sus barcos corsarios, que atacaron los puertos españoles de la costa del Pacífico. Tras estos increíbles logros, la bandera no se mantuvo ajena a nuestros conflictos políticos, que también cambiaron sus colores. Debemos pensar en estos cambios políticos como interpretaciones diversas sobre un mismo símbolo; los que vencen son aquellos que imponen una interpretación particular.

Con la disolución de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1820, las provincias crearon sus propias banderas siguiendo las líneas del modelo de Belgrano. Con la caída del gobierno central aparecía en ella el rojo como nuevo color. Este color, sobre todo en las provincias del Litoral, representa el federalismo como fenómeno político en estas lejanas tierras del sur. El rojo tuvo un lugar preponderante durante la Confederación Argentina (1839-1852), cuando el federalismo se impuso en todas las provincias y sobre todo en Buenos Aires durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. El 20 de noviembre de 1845 esta bandera enfrentó al intento de franceses e ingleses de vulnerar nuestra soberanía. El quiebre se da en torno a la batalla de Pavón en 1862 que sentenció el final de la Confederación Argentina, con ella se borraba los emblemas federales, el rojo punzó se disolvía en las sangrientas marchas mitristas.

Las provincias fueron víctimas del nuevo orden liberal, cuando el gobierno nacional intervino numerosos gobiernos provinciales con el fin de estructurar alianzas favorables. Un hecho de gran importancia es el asesinato del Chacho Peñaloza, en el que las ¨civilizadas¨ tropas celestes provenientes de Buenos Aires entregaban a la muerte a batallones enteros de "bárbaros" provinciales, sin juicio ni garantías. El liberalismo anunciaba derechos de los que no pudieron gozar sus enemigos. El rojo punzó en nuestra bandera iba junto a la sangre de los federales vencidos, mientras que el azul se aclaraba, era más bien un celeste que cobijaba el cielo porteño. Aquel cielo al cual le dedicaban sus plegarias las "mazorcas celestes".

Con la consolidación del Estado Nacional se mantuvo el diseño liberal de 1862, y el Sol Incaico fue removido para el uso civil. Esta medida habilitaba únicamente a las dependencias estatales para utilizarlo. Todo cambió con la vuelta definitiva a la democracia en 1983, momento en la que la sociedad argentina dejaba atrás un pasado sangriento y violento, que hoy es preciso analizar. El gobierno de Raúl Alfonsín declara que la bandera oficial es la popular Celeste y Blanca con el Sol Incaico en el centro. Quizá adelantando nuestro Bicentenario, las largas discusiones de los historiadores se resumen en esa pregunta que cala en lo más hondo de la conciencia de los pueblos ¿Qué somos? Nuevamente invoco como punto de partida a observar el pabellón nacional para comprender mejor nuestro pasado. Observar que los jirones de su confección fueron intestinas luchas que nos dejaron una curiosa síntesis. El ser argentino o americano, si algún lector cree en la ontología, vive en ese hiato entre el Celeste Borbón y el Sol Incaico. Americano no es una construcción entre dos tesis que se buscan anular. Es una síntesis, a la cual hay que abordar. Es el camino para afianzar, abrazar y construir la epopeya de lo nuevo. Una identidad para ser aprendida y vivida.

*Politólogo, historiador.