La música pop no es solo un soundtrack de su época: es un campo de batalla donde se libran, con sintetizadores y coreografías, las contradicciones materiales de un sistema en perpetua mutación.
Madonna, lejos de ser una mera "reina del reinvento", opera como una cartógrafa de los pliegues más perversos del neoliberalismo: su obra no refleja pasivamente el mundo, sino que lo refracta, exponiendo las costuras de una sociedad que convierte cuerpos, deseos y hasta la rebeldía en mercancía.
Las "Material Girls" y el cinismo como arma en la era del sálvese quien pueda
Madonna intuía lo que teóricos como Byung-Chul Han (Psicopolítica, 2014) describirían después: la nueva fase no requería estar encadenados, sino likes; no represión, sobrexposición. En Mer Girl ("And the earth took me in her arms"), el sujeto neoliberal ya no es explotado, sino enterrado vivo bajo sus propios datos.
Parir monstruos, monstruos pop
El capitalismo revive cada vez que lo declaramos muerto, pero siempre con una cicatriz nueva. Hoy, su última metamorfosis -un monstruo dentado de silicio que se alimenta de metaversos y atención fracturada- lleva el sello de aquella mutación que Madonna presagió en Ray of Light.
Su legado no es musical, sino epistemológico. Madonna desentrañó la coreografía de la dominación posmoderna: desde el hiperconsumo de los 80 hasta la ansiedad digital del siglo XXI.
La pregunta no es qué forma tomará el próximo Alien neoliberal (ya está acá: son los algoritmos que convierten tu duelo en una historia de Instagram). La verdadera incógnita es si, como Madonna, encontraremos la manera de bailarle al monstruo... hasta que el monstruo olvide sus propios pasos.