Bairoleto, el bandido justiciero por amor Por Carina Carriqueo
El 11 de noviembre de 1894 nació Juan Bautista, el segundo de seis hijos del matrimonio de Teresa Mondino y Vitorio Bairoleto. Sus padrinos fueron Francisco Bairoleto y Margarita Mondino. El pequeño fue bautizado en la colonia San Jorge por el cura José Ponta. La familia arrendaba un campo en la estancia La Felisa, perteneciente a un estanciero de apellido Guerrero. Esas tierras habían sido adquiridas en 1893, y tal vez habían sido el pago para los soldados que habían participado en la campaña de 1878. Las tierras quitadas a las Primeras Naciones comenzaban a poblarse.
Bairoleto hijo pasó su infancia rodeado de cuidados, pero en esos tiempos, los niños a los nueve años ya estaban listos para trabajar y ayudar con el ingreso familiar como hombres. Juancito comenzó como ayudante de Mustafá, un pulpero encargado de recibir y abastecer a los carreros que llegaban desde Trenque Lauquen, Tres Lagunas. El patrón tenía la mala costumbre de equivocarse seguido en el vuelto como en el sueldo.
A la luz del fogón, el joven escuchó infinidad de historias. Le contaron sobre hombres que hacían justicia por mano propia, bandoleros, ladrones de bancos. Juan acompañaba en los asados y pese a que era un niño rodeado de mercadería, fue siempre honesto. Incluso no le gustaban los dulces así que don Mustafá estaba agradecido de que no le faltaran caramelos.
Cuando fue creciendo, Bairoleto frecuentó mucho la casa de Doña Aurora, una mujer de origen pampa. Había enviudado en tiempos de la campaña. Su compañero había tenido que combatir vaya a saber en qué bando y la dejó sola, con un montón de yuyos en su ranchito. Para que no perdiera el don que le habían enseñado de pequeña, el de curar con las hierbas y el pensamiento.
Ella, que pasaba los cincuenta, lo veía a Juancito como un hijo. Era la partera del pago, sabía acomodar al bebé cuando estaba queriendo salir al revés. Lo acomodaba con masajes a la madre y se ganó el cariño de muchos de esos niños que hizo nacer.
Bairoleto la consultaba a penas se sentía con malestar. Curaba el empacho tirando del cuerito, las lombrices entre palabras mágicas y vasos con agua e hilo, la bichera de los animales. Hablando en un idioma incomprensible para el joven, alguna vez le curó la recalcadura. Se aparecía con un vaso con agua y unos granos de trigo. Luego de invocar a sus ancestros con palabras dichas en susurros, los trigos se movían para un lado y para otro hasta formar la parte del cuerpo recalcada. Doña Aurora usaba lo que tenía a mano, agua del pozo, vasos de loza y una sabiduría que había adquirido desde el vientre de su madre.
Con Juancito tenía una cierta preferencia y lo tuvo de aprendiz de su secreto arte de curar. Murió en 1905 dejando a los pobladores sin una médica que aliviara sus dolores. Se la extrañó tanto y fue notable el cambio, ya que muchos viajeros llegaban exclusivamente a verla.
Hasta la clientela de la pulpería de Mustafá disminuyó a tal punto que un día, el comerciante cerró el boliche y se mudó a Rosario. Juan tuvo que buscarse otro trabajo y consiguió que unos arrieros lo contrataran como acompañante de la tropa. Allí también fue apadrinado por Ramón, otro pampa que le enseñó el arte del amanse indio. Aprendió a tener paciencia, a esperar que el animal se calmara antes de acercarse. El paisano le enseñó que los kawello, los caballos, podían oír el latido del corazón humano, y que por eso se ponían ariscos. Notaban las intenciones, los nervios, el miedo. Juancito lo escuchó atento y practicó hasta que pudo amansar el caballo que quisiera de esa manera pacífica, sin maltrato.
El lazo pasó a ser una extensión de su brazo. Tiro derecho, a la cruzada, enlazar al revés, enlazar de codo vuelto, pasar sobre el brinco, tiro sobre el brazo, enlazar tragando, tiro con manojo, enlazar en cadena y hasta el uso de las boleadoras.
Ramón le enseñó también a leer las señales de la naturaleza. Cómo dormir bajo un manto de estrellas, la variación del tiempo, la información que podía traer el canto de algún ave. Observar las nubes y los cambios del viento, también la presencia de los animales silvestres de la llanura.
Bairoleto aprendió, por ejemplo, que si un zorrino andaba en pleno día con un cachorro en la boca, se venía un temporal. Si una lechuza chistaba, avisaba que andaba gente extraña, si las vacas le dan culata al viento era señal de lluvia torrencial. El viento escondiéndose, tiñendo todo el paisaje rojizo, anunciaba mucho viento. Si el gallo cantaba en las primeras horas de la noche, al día siguiente el día será con niebla espesa.
El 15 de enero de 1915, a los veinte, arribó a Liniers y se incorporó a la sección de caballería del Regimiento 2 de línea, Lanceros del General Paz. Le dieron un caballo que él mismo amansó y con él, saltaban los alambres de siete hilos, sin rozarlos. Sus camaradas quedaron absortos la vez que Bairoleto, apuesta previa, puso una botella acostada sobre un tronco, caminó veinte pasos, apuntó y de un disparo hizo saltar el culo de vidrio logrando que la bala entrara por el pico. Luego de su paso por el regimiento, su vida dio un vuelco radical. Todo por una mujer.
En 1919, Bairoleto, de nuevo civil, se mudó a Castex. El nuevo comisario del pueblo, Elías Farache, pretendía a una mujer de la que estaba enamorado, Dora. Pero el joven ex lancero también la amaba y festejaba. Farache empezó una campaña contra Baitoleto: lo provocaba para apresarlo y torturarlo. Un día, harto del abuso de autoridad, Juan Bautista lo esperó, sacó el revólver y lo mató. Ese fue el comienzo de una carrera delictiva, de las que más resonancia alcanzaron y se mantienen vigentes.
Poco después murió su padre, y el prófugo fue al velorio disfrazado de mujer. Los guardias que vigilaban la casa para capturarlo ni se dieron cuenta. Recién en 1920 cayó detenido, en Castex, por visitar a su amada. Lo llevaron a Santa Rosa, en el entonces territorio de La Pampa, pero en 1921 salió libre. No duró mucho, porque para 1921 caía de nuevo por robo y hurto en Rivadavia, provincia de Buenos Aires. Al tiempo se escapó.
La muerte del comisario torturador le creó una fama de justiciero que siguió con otros muchos. Delincuente para unos, muchos vieron resultos problemas con policías bravos, prestamistas, patrones avivados y otros abusadores de la mano de Bairoleto. Mientras la policía le encajaba cuanto delito no podían resolver o estaban encubriendo, el bandido robaba para repartir y hasta custodiaba a quienes se había enterado iban a ser blanco de ladrones de verdad.
Un pedido de captura del 15 de marzo de 1922 lo describe como "argentino de 27 años de edad, soltero. Regular alto y grosor, cutis blanco, pelo castaño, nariz grande, viste indistintamente". Bairoleto es un blanco favorito de los policías, pero hasta logra tener una vida en familia junto a Telma Ceballos en General Alvear, Santa Fe. Recién en septiembre de 1941 dos comisiones policiales de La Pampa y Mendoza lo encuentran . Quince hombres con maúsers, pistolas y carabinas rodearon su casa y la acribillaron. El bandido justiciero cayó muerto protegiendo a su mujer y a su hija, de la que soñaba que fuera aviadora, como Carola Lorenzini.
Todo había comenzado con un botón engreído, Elías Farache, que acostumbraba apresar por gusto de estaquear a los detenidos. Bairoleto contó que el comisario lo hizo desnudarse y ponerse en cuatro para montarlo como un animal. "Otra vez me espueló, me violó y encima, me dijo que me alejara de Dora. Por todo eso lo maté". "Si alguien no se ocupa de los pobres, ¿quién se ocupará de ellos?" Bairoleto se hizo cargo y pudo ver en las personas las necesidades y el sufrimiento. Desde su juventud un día decidió ser el justiciero de los desamparados. Solía decir que él elegía retribuir ese amor "con cosas que tengo y otras que no tengo, es decir, las saco al que tiene de gusto y se las doy al que las precisa".
Fuente: Página 12
Por Carina Carriqueo
El 11 de noviembre de 1894 nació Juan Bautista, el segundo de seis hijos del matrimonio de Teresa Mondino y Vitorio Bairoleto. Sus padrinos fueron Francisco Bairoleto y Margarita Mondino. El pequeño fue bautizado en la colonia San Jorge por el cura José Ponta. La familia arrendaba un campo en la estancia La Felisa, perteneciente a un estanciero de apellido Guerrero. Esas tierras habían sido adquiridas en 1893, y tal vez habían sido el pago para los soldados que habían participado en la campaña de 1878. Las tierras quitadas a las Primeras Naciones comenzaban a poblarse.
Bairoleto hijo pasó su infancia rodeado de cuidados, pero en esos tiempos, los niños a los nueve años ya estaban listos para trabajar y ayudar con el ingreso familiar como hombres. Juancito comenzó como ayudante de Mustafá, un pulpero encargado de recibir y abastecer a los carreros que llegaban desde Trenque Lauquen, Tres Lagunas. El patrón tenía la mala costumbre de equivocarse seguido en el vuelto como en el sueldo.
A la luz del fogón, el joven escuchó infinidad de historias. Le contaron sobre hombres que hacían justicia por mano propia, bandoleros, ladrones de bancos. Juan acompañaba en los asados y pese a que era un niño rodeado de mercadería, fue siempre honesto. Incluso no le gustaban los dulces así que don Mustafá estaba agradecido de que no le faltaran caramelos.
Cuando fue creciendo, Bairoleto frecuentó mucho la casa de Doña Aurora, una mujer de origen pampa. Había enviudado en tiempos de la campaña. Su compañero había tenido que combatir vaya a saber en qué bando y la dejó sola, con un montón de yuyos en su ranchito. Para que no perdiera el don que le habían enseñado de pequeña, el de curar con las hierbas y el pensamiento.
Ella, que pasaba los cincuenta, lo veía a Juancito como un hijo. Era la partera del pago, sabía acomodar al bebé cuando estaba queriendo salir al revés. Lo acomodaba con masajes a la madre y se ganó el cariño de muchos de esos niños que hizo nacer.
Bairoleto la consultaba a penas se sentía con malestar. Curaba el empacho tirando del cuerito, las lombrices entre palabras mágicas y vasos con agua e hilo, la bichera de los animales. Hablando en un idioma incomprensible para el joven, alguna vez le curó la recalcadura. Se aparecía con un vaso con agua y unos granos de trigo. Luego de invocar a sus ancestros con palabras dichas en susurros, los trigos se movían para un lado y para otro hasta formar la parte del cuerpo recalcada. Doña Aurora usaba lo que tenía a mano, agua del pozo, vasos de loza y una sabiduría que había adquirido desde el vientre de su madre.
Con Juancito tenía una cierta preferencia y lo tuvo de aprendiz de su secreto arte de curar. Murió en 1905 dejando a los pobladores sin una médica que aliviara sus dolores. Se la extrañó tanto y fue notable el cambio, ya que muchos viajeros llegaban exclusivamente a verla.
Hasta la clientela de la pulpería de Mustafá disminuyó a tal punto que un día, el comerciante cerró el boliche y se mudó a Rosario. Juan tuvo que buscarse otro trabajo y consiguió que unos arrieros lo contrataran como acompañante de la tropa. Allí también fue apadrinado por Ramón, otro pampa que le enseñó el arte del amanse indio. Aprendió a tener paciencia, a esperar que el animal se calmara antes de acercarse. El paisano le enseñó que los kawello, los caballos, podían oír el latido del corazón humano, y que por eso se ponían ariscos. Notaban las intenciones, los nervios, el miedo. Juancito lo escuchó atento y practicó hasta que pudo amansar el caballo que quisiera de esa manera pacífica, sin maltrato.
El lazo pasó a ser una extensión de su brazo. Tiro derecho, a la cruzada, enlazar al revés, enlazar de codo vuelto, pasar sobre el brinco, tiro sobre el brazo, enlazar tragando, tiro con manojo, enlazar en cadena y hasta el uso de las boleadoras.
Ramón le enseñó también a leer las señales de la naturaleza. Cómo dormir bajo un manto de estrellas, la variación del tiempo, la información que podía traer el canto de algún ave. Observar las nubes y los cambios del viento, también la presencia de los animales silvestres de la llanura.
Bairoleto aprendió, por ejemplo, que si un zorrino andaba en pleno día con un cachorro en la boca, se venía un temporal. Si una lechuza chistaba, avisaba que andaba gente extraña, si las vacas le dan culata al viento era señal de lluvia torrencial. El viento escondiéndose, tiñendo todo el paisaje rojizo, anunciaba mucho viento. Si el gallo cantaba en las primeras horas de la noche, al día siguiente el día será con niebla espesa.
El 15 de enero de 1915, a los veinte, arribó a Liniers y se incorporó a la sección de caballería del Regimiento 2 de línea, Lanceros del General Paz. Le dieron un caballo que él mismo amansó y con él, saltaban los alambres de siete hilos, sin rozarlos. Sus camaradas quedaron absortos la vez que Bairoleto, apuesta previa, puso una botella acostada sobre un tronco, caminó veinte pasos, apuntó y de un disparo hizo saltar el culo de vidrio logrando que la bala entrara por el pico. Luego de su paso por el regimiento, su vida dio un vuelco radical. Todo por una mujer.
En 1919, Bairoleto, de nuevo civil, se mudó a Castex. El nuevo comisario del pueblo, Elías Farache, pretendía a una mujer de la que estaba enamorado, Dora. Pero el joven ex lancero también la amaba y festejaba. Farache empezó una campaña contra Baitoleto: lo provocaba para apresarlo y torturarlo. Un día, harto del abuso de autoridad, Juan Bautista lo esperó, sacó el revólver y lo mató. Ese fue el comienzo de una carrera delictiva, de las que más resonancia alcanzaron y se mantienen vigentes.
Poco después murió su padre, y el prófugo fue al velorio disfrazado de mujer. Los guardias que vigilaban la casa para capturarlo ni se dieron cuenta. Recién en 1920 cayó detenido, en Castex, por visitar a su amada. Lo llevaron a Santa Rosa, en el entonces territorio de La Pampa, pero en 1921 salió libre. No duró mucho, porque para 1921 caía de nuevo por robo y hurto en Rivadavia, provincia de Buenos Aires. Al tiempo se escapó.
La muerte del comisario torturador le creó una fama de justiciero que siguió con otros muchos. Delincuente para unos, muchos vieron resultos problemas con policías bravos, prestamistas, patrones avivados y otros abusadores de la mano de Bairoleto. Mientras la policía le encajaba cuanto delito no podían resolver o estaban encubriendo, el bandido robaba para repartir y hasta custodiaba a quienes se había enterado iban a ser blanco de ladrones de verdad.
Un pedido de captura del 15 de marzo de 1922 lo describe como "argentino de 27 años de edad, soltero. Regular alto y grosor, cutis blanco, pelo castaño, nariz grande, viste indistintamente". Bairoleto es un blanco favorito de los policías, pero hasta logra tener una vida en familia junto a Telma Ceballos en General Alvear, Santa Fe. Recién en septiembre de 1941 dos comisiones policiales de La Pampa y Mendoza lo encuentran . Quince hombres con maúsers, pistolas y carabinas rodearon su casa y la acribillaron. El bandido justiciero cayó muerto protegiendo a su mujer y a su hija, de la que soñaba que fuera aviadora, como Carola Lorenzini.
Todo había comenzado con un botón engreído, Elías Farache, que acostumbraba apresar por gusto de estaquear a los detenidos. Bairoleto contó que el comisario lo hizo desnudarse y ponerse en cuatro para montarlo como un animal. "Otra vez me espueló, me violó y encima, me dijo que me alejara de Dora. Por todo eso lo maté". "Si alguien no se ocupa de los pobres, ¿quién se ocupará de ellos?" Bairoleto se hizo cargo y pudo ver en las personas las necesidades y el sufrimiento. Desde su juventud un día decidió ser el justiciero de los desamparados. Solía decir que él elegía retribuir ese amor "con cosas que tengo y otras que no tengo, es decir, las saco al que tiene de gusto y se las doy al que las precisa".
Fuente: Página 12