Astiz y la paliza en Bariloche: El domingo recordarán el 29 aniversario del escrache al "ángel de la muerte" Este domingo a las 12 horas, se realizará la habitual repintada de la denominada "Piedra de la Vida", ubicada en el kilómetro 1 de la avenida Exequiel Bustillo. Se trata de un hito que recuerda un momento simbólico e inédito, que sucedió en Bariloche cuando un vecino y militante de nuestra ciudad, le propinó una golpiza al genocida Alfredo Astiz. La invitación a participar del acto conmemorativo la hizo el partido Incluyendo Bariloche.
El hecho que se recuerda tiene ribetes de fábula, pero que sucedieron de manera increíble. El 1° de septiembre de 1995 fue un día inolvidable para Alfredo Chaves, un trabajador de 37 años, que desde hacía tres se desempeñaba como guardabosques municipal en la zona de Llao Llao y de marcada militancia estudiantil y política, lo cual le valió ser secuestrado en el centro clandestino de detención "El Vesubio" en La Matanza, Buenos Aires, donde fue interrogado y torturado con picana eléctrica.
En ese tristemente célebre recinto, estuvo dos meses, para luego pasar por diferentes centros de detención y terminar en la cárcel de La Plata. Logró la libertad después de un consejo de guerra. Para dejar atrás ese momento terrible de su vida, en febrero del 79, Chaves decidió mudarse a Bariloche en una suerte de "exilio interno". No pudo irse al exterior por un problema de salud que tenía su padre.
Pasaron los años, pero las convicciones, la ideología, la militancia y los recuerdos de aquel joven idealista no se borraron. Y así lo encontró el año 95, cuando en Bariloche se hablaba solo de dos cosas: la histórica quinta Cumbre de Presidentes que se desarrollaría en el mes de octubre y los rumores que daban cuenta de la presencia del ex capitán de fragata y represor, Alfredo Astiz, en esta ciudad. Su supuesta presencia había generado varias denuncias públicas y el Concejo Municipal llegó a tratar en sesión una declaración de repudio, pero no logró ser unánime. Los ediles Héctor Bogisic, Norberto Simón (del PPR), Juan Carlos Pulleiro y Rubén Alomo (del PJ), no acompañaron la moción.
Incluso, varios militantes de Derechos Humanos, entre los que se encontraba Chaves, estuvieron reclamando afuera del hotel Islas Malvinas, donde se suponía que estaba el represor. Pedían que se fuera de Bariloche.
Aquella mañana del primero de septiembre de 1995, Chaves manejaba una camioneta Ford F-100 y cuando pasó por el kilómetro uno de la avenida Exequiel Bustillo, le pareció ver la figura del represor y asesino, Alfredo Astiz.
"El tipo estaba parado ahí, esperando algún vehículo que lo lleve al cerro Catedral. Estaba vestido con ropa de nieve, acompañado por una mujer que supo ser su novia. Y había otro pibe al lado con esquíes en la mano, pero nada tenía que ver con él. Yo iba despacio y cuando lo vi, seguí manejando y me quedé pensando. Empecé a atar cabos: a pocos metros estaba el hotel Islas Malvinas donde se suponía que estaba alojado, también se sabía que le gustaba ir al cerro. Entonces, supuse que todo cerraba, era él. Y a la altura del kilómetro 2 pegué la vuelta en U", relató el protagonista de la historia a El Cordillerano.
"Me estacioné detrás del Monolito y lo miré, me fije que no haya guardaespaldas o que tuviera algún arma a la vista. Pensaba que no podía ser que estuviera tanto tiempo ahí. Yo estaba muy nervioso, temblaba como una hoja. Además, estaba parado en una pose que lejos estaba de ocultarse, al contrario, miraba en esa pose de altanero. Entonces, pasé por donde estaba y dejé la camioneta en marcha unos 50 metros más adelante, no solo porque tenía problemas para arrancar, sino que además, me servía por si tenía que salir corriendo", añadió.
Y recordó: "Me acerqué de costado y le pregunté: '¿vos sos Astiz?' y me miró con cara de asco. 'Sí, vos quién sos', me respondió. Y le dije 'vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara de caminar por la calle'. Me hizo cara de asco nuevamente y ahí le metí una trompada que lo tiré para atrás contra el cerco".
El represor no llegó a caerse, pero quedó doblado, con el rostro lleno de sangre, y ahí Chaves se abalanzó sobre él, propinándole una catarata de golpes y patadas. En medio de la trifulca, Astiz logró sacárselo de encima con un empujón en la cintura y terminaron peleando en medio de la Bustillo, generando una larga fila de autos, con numerosos testigos. Pero nadie se metió.
"Nos peleamos como diez minutos, hasta que apareció un amigo y me subió a su auto. Mientras me subían yo lo insulté a Astiz, le dije de todo. Lo que más disfruté fue insultarlo, decirle que lo único que sabía hacer era asesinar adolescentes por la espalda, o tirar monjas desde los aviones, que era un traidor a la patria, que se había cagado con los ingleses", dijo Chaves sobre aquel día que cambió su vida.
La anécdota terminó con un hecho gracioso: cuando su amigo lo llevaba a la altura de Melipal, recordó que la vieja F-100 seguía en marcha. Tuvo que regresar a buscarla.
Los días siguientes, este trabajador municipal con tanto coraje tuvo mucho miedo. Prefirió mantenerse en el anonimato y sin hacer alarde del momento vivido. Hasta que un llamado de Hebe de Bonafini, le hizo cambiar de opinión. Ella le pidió que contara el hecho y le agradeció por la reacción. Y allí, cobró trascendencia.
Aquel suceso ganó una repercusión inmensa. Y en cada aniversario se realizaron todo tipo de eventos en el lugar del episodio, con visitas de organismos de Derechos Humanos, obras de teatro y hasta con recordados recitales gratuitos de La Renga.
Fuente: El Cordillerano
Este domingo a las 12 horas, se realizará la habitual repintada de la denominada "Piedra de la Vida", ubicada en el kilómetro 1 de la avenida Exequiel Bustillo. Se trata de un hito que recuerda un momento simbólico e inédito, que sucedió en Bariloche cuando un vecino y militante de nuestra ciudad, le propinó una golpiza al genocida Alfredo Astiz. La invitación a participar del acto conmemorativo la hizo el partido Incluyendo Bariloche.
El hecho que se recuerda tiene ribetes de fábula, pero que sucedieron de manera increíble. El 1° de septiembre de 1995 fue un día inolvidable para Alfredo Chaves, un trabajador de 37 años, que desde hacía tres se desempeñaba como guardabosques municipal en la zona de Llao Llao y de marcada militancia estudiantil y política, lo cual le valió ser secuestrado en el centro clandestino de detención "El Vesubio" en La Matanza, Buenos Aires, donde fue interrogado y torturado con picana eléctrica.
En ese tristemente célebre recinto, estuvo dos meses, para luego pasar por diferentes centros de detención y terminar en la cárcel de La Plata. Logró la libertad después de un consejo de guerra. Para dejar atrás ese momento terrible de su vida, en febrero del 79, Chaves decidió mudarse a Bariloche en una suerte de "exilio interno". No pudo irse al exterior por un problema de salud que tenía su padre.
Pasaron los años, pero las convicciones, la ideología, la militancia y los recuerdos de aquel joven idealista no se borraron. Y así lo encontró el año 95, cuando en Bariloche se hablaba solo de dos cosas: la histórica quinta Cumbre de Presidentes que se desarrollaría en el mes de octubre y los rumores que daban cuenta de la presencia del ex capitán de fragata y represor, Alfredo Astiz, en esta ciudad. Su supuesta presencia había generado varias denuncias públicas y el Concejo Municipal llegó a tratar en sesión una declaración de repudio, pero no logró ser unánime. Los ediles Héctor Bogisic, Norberto Simón (del PPR), Juan Carlos Pulleiro y Rubén Alomo (del PJ), no acompañaron la moción.
Incluso, varios militantes de Derechos Humanos, entre los que se encontraba Chaves, estuvieron reclamando afuera del hotel Islas Malvinas, donde se suponía que estaba el represor. Pedían que se fuera de Bariloche.
Aquella mañana del primero de septiembre de 1995, Chaves manejaba una camioneta Ford F-100 y cuando pasó por el kilómetro uno de la avenida Exequiel Bustillo, le pareció ver la figura del represor y asesino, Alfredo Astiz.
"El tipo estaba parado ahí, esperando algún vehículo que lo lleve al cerro Catedral. Estaba vestido con ropa de nieve, acompañado por una mujer que supo ser su novia. Y había otro pibe al lado con esquíes en la mano, pero nada tenía que ver con él. Yo iba despacio y cuando lo vi, seguí manejando y me quedé pensando. Empecé a atar cabos: a pocos metros estaba el hotel Islas Malvinas donde se suponía que estaba alojado, también se sabía que le gustaba ir al cerro. Entonces, supuse que todo cerraba, era él. Y a la altura del kilómetro 2 pegué la vuelta en U", relató el protagonista de la historia a El Cordillerano.
"Me estacioné detrás del Monolito y lo miré, me fije que no haya guardaespaldas o que tuviera algún arma a la vista. Pensaba que no podía ser que estuviera tanto tiempo ahí. Yo estaba muy nervioso, temblaba como una hoja. Además, estaba parado en una pose que lejos estaba de ocultarse, al contrario, miraba en esa pose de altanero. Entonces, pasé por donde estaba y dejé la camioneta en marcha unos 50 metros más adelante, no solo porque tenía problemas para arrancar, sino que además, me servía por si tenía que salir corriendo", añadió.
Y recordó: "Me acerqué de costado y le pregunté: '¿vos sos Astiz?' y me miró con cara de asco. 'Sí, vos quién sos', me respondió. Y le dije 'vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara de caminar por la calle'. Me hizo cara de asco nuevamente y ahí le metí una trompada que lo tiré para atrás contra el cerco".
El represor no llegó a caerse, pero quedó doblado, con el rostro lleno de sangre, y ahí Chaves se abalanzó sobre él, propinándole una catarata de golpes y patadas. En medio de la trifulca, Astiz logró sacárselo de encima con un empujón en la cintura y terminaron peleando en medio de la Bustillo, generando una larga fila de autos, con numerosos testigos. Pero nadie se metió.
"Nos peleamos como diez minutos, hasta que apareció un amigo y me subió a su auto. Mientras me subían yo lo insulté a Astiz, le dije de todo. Lo que más disfruté fue insultarlo, decirle que lo único que sabía hacer era asesinar adolescentes por la espalda, o tirar monjas desde los aviones, que era un traidor a la patria, que se había cagado con los ingleses", dijo Chaves sobre aquel día que cambió su vida.
La anécdota terminó con un hecho gracioso: cuando su amigo lo llevaba a la altura de Melipal, recordó que la vieja F-100 seguía en marcha. Tuvo que regresar a buscarla.
Los días siguientes, este trabajador municipal con tanto coraje tuvo mucho miedo. Prefirió mantenerse en el anonimato y sin hacer alarde del momento vivido. Hasta que un llamado de Hebe de Bonafini, le hizo cambiar de opinión. Ella le pidió que contara el hecho y le agradeció por la reacción. Y allí, cobró trascendencia.
Aquel suceso ganó una repercusión inmensa. Y en cada aniversario se realizaron todo tipo de eventos en el lugar del episodio, con visitas de organismos de Derechos Humanos, obras de teatro y hasta con recordados recitales gratuitos de La Renga.
Fuente: El Cordillerano