Patagonia

Santiago Sánchez: "En La Ciudad Perdida siempre tuvimos como premisa básica la crítica hacia el poder a través del humor"

La Ciudad Perdida fue un programa de radio realizado en Comodoro Rivadavia que se mantuvo al aire, de manera ininterrumpida, durante 24 años. Con una propuesta estética novedosa y un enfoque crítico de la realidad -siempre atravesado por el humor- construyó una relación duradera con una audiencia leal y también crítica. En diálogo con El Extremo Sur, su creador y conductor, Santiago Sánchez, repasó algunas claves del programa. Por el momento retirado de la radio, Santiago está abocado a otra de sus pasiones: la docencia universitaria. Pero asegura que "la Radio y la Educación están totalmente relacionadas".

Además de su labor en radio, Santiago Sánchez se desempeña desde hace más de 20 años como docente en la carrera de Comunicación Social de la Universidad de la Patagonia en Comodoro Rivadavia. Actualmente está al frente de las materias Taller de Radio y Comunicación Publicitaria. En 2014 publicó "La Ciudad Perdida. Radio para leer" (Vela al Viento Ediciones), una recopilación de las distintas producciones que escribió para el programa.

¿Cómo surge La Ciudad Perdida?

Es consecuencia de un camino que empecé con un programa de radio que duraba una hora. Mientras estaba estudiando con Horacio Avendaño, compañero de cursada, pensamos en hacer un programa, que se llamó Quijotadas, que iba los lunes de 11 a 12 de la noche, con un tema en cada emisión. Ahí empecé a tomarle el gusto a la radio, después me llamaron para hacer un programa diario en Eco, Entrelíneas, pero duró unos meses. Ahí me quedó la idea de hacer un programa diario, y así nace La Ciudad Perdida, que empezamos también con Horacio en diciembre de 1992.

¿Cuál era, en ese momento, la búsqueda estética y de contenido?

La búsqueda estética tenía mucho que ver con la influencia que yo tenía de Lalo Mir con las producciones que hacía en Buenos Aires, en Radio Bangkok, una explotación del lenguaje sonoro al máximo, mucha ficción con sonido, escenografías, secuencias sonoras. Quería trasladar eso y ponerle un tinte local. El contenido tenía que ver con tener una mirada crítica, pero la crítica a través del humor. Hacer una suerte de equilibrio entre algo entretenido desde lo estético para dar un contenido crítico desde la conceptual.

¿Veías, en esa época, alguna propuesta similar a nivel local, sobre todo en cuanto a lo estético?

No. Como lo que se constituyó La Ciudad Perdida, no. Era todo más tradicional, con poco uso del lenguaje sonoro. Era más que nada voz, palabras y música, pero en una utilización más tenue, como pasar temas o para tener una cortina.

¿De dónde surge el nombre? ¿Es Comodoro esa ciudad perdida?

En realidad es una derivación de "La República Perdida", un documental que habla de cosas que habían pasado, y acá tenía que ver con una ciudad que veíamos que estaba desapareciendo desde la forma, no desde lo físico. La Ciudad Perdida surge en la década del 90, en medio de la privatización de YPF, que acá repercutió mucho. Se vislumbraba que se iba transformando en otra ciudad, no la que nosotros habíamos vivido de chicos, de ahí La Ciudad Perdida.

¿Crees que esa idea sigue vigente?

Sí, creo que más que nunca. Preguntale a cualquiera de mi generación o más jóvenes aún; evidentemente es otra ciudad, ni siquiera digo que esté bien o mal, sí tengo la certeza de que es una ciudad totalmente distinta a la que tuve en mi infancia y mi juventud.

El programa se mantuvo casi 25 años, con una audiencia estable, con reconocimientos a nivel local. ¿Qué fue lo que lo distinguió?

Creo que se debió a una decisión política. Primero, de no tener pautas oficiales para tener plena libertad, especialmente desde el lado de la autocensura, que a veces suele pasar. Desde lo estético, una utilización del lenguaje sonoro para recrear ficción. El otro punto era el equipo que se logró armar. Pasaron muchos pero hay una centralidad en el equipo que tiene que ver con lo heterogéneo de lo individual, y lo homogéneo del objetivo. Estaba Jorge "Gallego" López, que era periodista deportivo, con una cultura general impresionante, y con el mismo sentido del humor. Javier González, que era músico y aplicaba esos conocimientos con el humor al mensaje, con un humor muy especial. Marcelo "Elo" Vazquez, un artista tremendo y en lo sonoro, nunca vi nada igual. Un tipo que hacía un montón de voces, sonidos, y que tenía una percepción del lenguaje sonoro, de cómo comunicar con sonidos que era espectacular. Muchos años con un mismo operador, Pato Quelle, que conocía nuestra dinámica; necesitábamos la complicidad del operador porque teníamos muchísimas cosas preproducidas para ir mechando mientras estábamos en vivo. Esa fue la base, después estuvieron algún tiempo otros como Sebastián Oviedo en el rol de productor, en el último tiempo Maxy Estrella, que era otra generación pero compartía ese tipo de humor. El otro punto fundamental siempre fue la audiencia, el mayor capital que tuvo La Ciudad Perdida, porque era una audiencia totalmente activa y que producía, no participaba solamente para mandar un saludo. Producía mensajes, hacía construcciones semánticas que estaban en la misma frecuencia de lo que nosotros proponíamos. Esas cosas ayudaron a que fuera un producto, yo creo, único en su especie, al menos acá. Después se puede debatir si era bueno o malo. Pero único en cuanto al equilibrio entre forma y contenido.

¿Podría hablarse de una concepción temprana de lo que hoy se conoce como "prosumidor"? Es decir, quien consume contenido pero a la vez lo produce junto a los medios.

Eso tiene que ver con el espacio que le das y que la audiencia supo aprovechar. Había construcciones de ellos que eran tremendas. Tenía que ver con esto, con entender en qué lugar estábamos parados. Los últimos años teníamos ese latiguillo de "yo sé de qué me río", y tenía que ver con esto, porque a una gran cantidad de gente, yo creo que para la mayoría, no les causaba nada de gracia. Y para un grupo más chico, un nicho muy especial, produjo sensaciones muy particulares.

Esa permanencia, no tanto en el tiempo pero sí en la memoria de la gente como un evento cultural significativo, ¿tiene que ver con esa idea de nicho, con no intentar llegar a todo el mundo?

Ese fue un poco el punto de partida. Si querés llegar a todos, la consecuencia es que no llegás a ninguno. Hay que tener bien claro qué quiere hacer uno, qué disfruta, y en base a eso se va a ir incorporando cierto tipo de audiencia que comparte esos códigos. Cuanto más audiencia querés abarcar, menos específico sos en los mensajes. Y bueno, no fue esa una de las características de La Ciudad Perdida. Por eso no fuimos los más escuchados, pero sí creo que en la calidad de escucha, la atención, teníamos una audiencia que particularmente se dedicaba a escuchar, a leer entre líneas, interpretar las ironías, que necesita mucha más atención.

Siempre enfatizás el trabajo previo que demanda la radio, que va mucho más allá del habla frente a un micrófono y de hecho en tu libro haces hincapié en la idea de escribir para radio. ¿Crees que, con la accesibilidad y la explotación de podcast y programas que vemos hoy, se simplificó la idea de hacer radio, de trabajar con el lenguaje sonoro?

Me parece que las nuevas tecnologías aportaron el hecho de que hoy se puede publicar lo que uno quiere hacer sin necesidad de pasar por una radio, en mis tiempos tenías que ir a una radio, hacer un programa piloto, mostrar lo que querías hacer. El acceso era distinto. Hoy cualquiera puede subir lo que quiera, cuando quiera. Me parece que a veces se confunde esa accesibilidad, como si ya los dejara en carrera para hacer radio o para comunicar mensajes en ese soporte. No deja de ser eso, un soporte. Muchos dicen que en la radio hay que hablar; hablar para mí es la última parte del proceso, previamente tendría que haber un trabajo donde se investiga, se escribe, se graba. Hablar por micrófono, para mí, no es hacer radio, es un proceso mucho más complejo y completo, que es lo que aplicamos. Todos nosotros escribíamos, planificamos, debatíamos, para ver qué cosas se podían sacar al aire. La improvisación es buena cuando tenés gente que sabe improvisar, creo que en este sentido el equipo todos sabían improvisar, pero siempre sobre una base. No se puede improvisar todo el tiempo.

En términos de lo "políticamente incorrecto", ¿crees que podrían hacer hoy la misma Ciudad Perdida de hace 10, 20 años? ¿Caerían, de alguna forma, en la cancelación?

Hay algunas cosas en las que seríamos cancelados, pero como todo, hay que analizarlo en contexto, hoy deberíamos cambiar algunas cosas, probablemente. En ese momento, en la situación social y cultural que estábamos era otra cosa, así y todo andábamos caminando por la frontera y hemos recibido críticas con algunos temas específicos atravesados por el humor. Pero también tiene que ver con la concepción que cada uno tiene del humor. El humor en realidad es otra forma de analizar las cosas, para mí no tiene límites. Cruzarlo con la moral y la ética es encasillarlo en un lugar que me parece que no habita, en ese sentido es totalmente infinito.

También aparece el humor como una construcción mucho más profunda que la del sentido común, que asocia el humor al chiste, a la risa fácil.

Ahí hay una diferencia entre lo humorístico y lo cómico. Lo cómico es de un efecto más directo, más rápido. El chiste tiene que ver con lo cómico, una situación que corta con un remate y produce la risa. El humor no necesariamente produce la risa, sí produce una cierta sonrisa que lleva a la reflexión. Nosotros poníamos el humor como canalización de la angustia, no dejar de reflexionar pero agregarle una sonrisa para hacerlo más llevadero. Por lo menos así lo entiendo yo, hace más hincapié en el transcurso, en el modo de contar y quizás no tanto en el remate, el remate termina en la cabeza del que lo escucha con algún tipo de reflexión. Creo que lo humorístico tiene esa reflexión que hace que el tema perdure mucho más tiempo en la mente.

¿Qué visión tenés hoy del escenario mediático local? ¿Qué ha cambiado de los medios que veías en los ‘90 cuando empezaron?

Es difícil hacer un relevamiento de todo lo que hay. Veo que hay algunas ofertas que se han preocupado en trabajar algunas cuestiones más artísticas; sí sigo creyendo que en general se sigue tomando la radio como el hecho de sentarse frente a un micrófono y hablar, pero hay opciones donde se ve que hay otro tratamiento del mensaje y especialmente en la explotación del lenguaje sonoro. Rudolf Arnheim en "Estética Radiofónica" hace muchos años dejo que se trataba de la representación acústica del mundo, y para representar el mundo con sonidos no solamente tenemos la palabra, entonces si utilizamos el resto de los elementos esa representación va a ser mucho más completa y logra el objetivo que para mí debería tener la radio que es que a través de los sonidos se puedan crear imágenes visuales en la mente de los oyentes.

¿Hay originalidad local en los medios o se importan formatos de Buenos Aires?

De hecho, yo empecé así, con la influencia de un formato de Buenos Aires, y tratando de adaptarlo con cuestiones locales. Me parece que en general, ya sea radio tradicional o los nuevos formatos, encontrás cosas muy buenas y cosas muy malas. El soporte no determina la calidad. He escuchado podcast bellísimos, con un tratamiento sonoro impecable; y he escuchado otros que son insoportables desde lo auditivo. Después está en cada uno cuánto quiere incursionar, experimentar, a veces algunos lo hacen por ignorancia, otros lo saben pero no lo hacen porque lleva muchísimo más trabajo. Hay público para todo, eso siempre fue así.

¿Dirías que La Ciudad Perdida fue, de alguna manera, un referente cultural de una época?

Está mal que lo diga yo (risas), pero creo que fue un referente cultural por lo menos para un nicho que necesitaba otra cosa y lo encontró en La Ciudad Perdida. Más allá del humor, de la sonrisa, siempre había un trasfondo que tenía que ver con la cultura, la reflexión, y creo que ocupamos un lugar que un grupo de personas no tenía y lo encontró ahí.

¿Lo definirías como un programa de contracultura?

La contracultura suena como un lugar más extremo. Nosotros estábamos trabajando en medios de comunicación social, más o menos conocidos, no estábamos haciendo esto desde la clandestinidad. Pero sí en el contexto quizás hacíamos algunas críticas que por ahí no era lo más habitual. Siempre tuvimos como premisa básica la crítica hacia el poder a través del humor.

¿Y en cuanto a la libertad de expresión? En general tenían cierta libertad por no depender de pautas oficiales, con la contracara de tener que sostener otro tipo de financiamiento.

Eso era una decisión política. La presión no siempre viene de quien te ofrece la pauta, a veces es una propia autocensura. Para no caer en esa dicotomía se decidió eso, trabajar con comercios.

En los últimos años se fueron desplazando las teorías de la aguja hipodérmica, la idea de las masas que consumen y aceptan todo lo que establecen los medios. ¿Ves audiencias más críticas, más autónomas que hace 10 o 20 años?

Se suele pensar que todo fue evolucionando, y hay veces que en la historia se va y se vuelve. La diferencia es que hace muchos años los medios eran otros, sin redes, la gente dependía exclusivamente de los medios. Hoy estás en un medio y si vas a dar información, probablemente le des información a un público que está tan o más informado que vos, a través del celular. Sí me parece que pasa es que hay muchos sectores que saben a quiénes escuchar porque quieren escuchar más o menos lo mismo que piensan. Y hay un sector crítico, cuantitativamente más pequeño, que por ahí hace un tour sobre todas las propuestas para sacar sus propias conclusiones.

Ya pasaron casi 10 años desde que terminó La Ciudad Perdida, ¿hay alguna figura o programa que haya llenado esa vacancia?

Sería muy omnipotente de mi parte contestar eso. Sí puedo decir que todavía me encuentro con oyentes que dicen que desde que se fueron no encontraron nada para escuchar, no sé si es la mayoría.

¿Fue un condicionante haber producido el programa en Comodoro? ¿Coincidís con la idea de que ciertos talentos locales están menos visibilizados o tienen menos oportunidades por estar en el interior?

Como decía (Eduardo) Galeano: "Si Beethoven hubiera nacido en Tacuarembó, hubiera llegado a director de orquesta municipal". Por ejemplo, pienso en Elo Vazquez, si hubiese estado en Buenos Aires. Salvo Fernando Peña, no escuché a nadie que tuviese las habilidades de Elo. Acá es tremendo. Si hubiese estado en ese contexto, por ahí hubiera tenido otra llegada, por su talento. El lugar te condiciona. A nosotros nos decían "uy, si estuvieran en Buenos Aires", pero quizás no, no hubiéramos tenido éxito, porque también influyen otras cosas que uno no controla: contactos, intereses.

Por un lado, sos Santiago el profesor universitario; por otro, el conductor de radio. ¿Hay puntos de unión entre estas dos dimensiones profesionales?

La radio y la educación están totalmente relacionadas. El aula es el estudio, los alumnos son el público. La manera de enseñar a hacer radio también se puede clasificar en términos de Paulo Freire: hay una educación bancaria, que consiste en transmitir información. Eso también lo podés hacer en la radio. Podés hacer otra que está basada en el resultado, con una sensación de participación pero el resultado es lo que vos estás manipulando. Y la última basada en los procesos: tenemos algo más horizontal y vamos construyendo entre todos, exactamente igual en la educación y en la radio. Por eso digo que un componente fundamental de la radio es la audiencia, para poder hacer ese proceso tan horizontal, lo mismo pasa en la Educación, si lográs un alumnado crítico, propositivo, ahí es donde puedes construir.

En un momento en el que suele prevalecer esa idea de qué hacer radio es sólo hablar por micrófono, y considerando que hoy hay un acceso nunca antes visto a los medios digitales, ¿creés que es un desafío, o al menos una tarea más compleja, enseñar Comunicación en espacios académicos?

No sé si es más desafiante, si intento dejar claro esto, para hacer las cosas desde el sentido común no necesitan estudiar, el acceso tecnológico lo tienen. La diferencia está en mostrar que si uno estudia el medio, el lenguaje y ve las posibilidades que le ofrece para construir el mensaje va a tener muchas más posibilidades de poder ofrecer producciones de mayor calidad que las desde el sentido común, de sentarme y decir lo que se me ocurre en el momento.

Ese estilo provocador de La Ciudad Perdida también se hace presente, a veces, en el aula. ¿Cómo se conjuga eso con los esquemas más estructurados de la Academia?

Creo que tiene que ver con la concepción que uno tiene sobre la comunicación. Yo siempre me basé en dos cuestiones. En el humor, que no lo dejé de lado en la educación, y la provocación, en el buen sentido, provocar al otro no para una riña sino en el sentido de motivar para encontrar algo más y encontrarse. Tratar de lograr cierta energía interna que lo lleve a algo más. El oyente como sabía cuál era el contexto antes de mandar cualquier cosa lo pensaba para estar en la misma atmósfera de sentido. Creo que lo mismo para con los alumnos, siempre les digo, no esperen demagogia, no doy clases para que me inviten a pasar las fiestas. Suele suceder que en el proceso se pueden enojar, te pueden putear, y mientras eso sea combustible para incentivar el lado creativo y productivo, está fantástico. En algún momento hay que provocar para que salte algo intensamente, si no es un proceso más receptivo y no tan participativo. Obviamente, algunos te dirán cosas terribles y otros dirán que funcionó.

Después de haber estado casi 25 años al aire, ¿sentís que el reconocimiento al programa llegó tarde? Al menos el reconocimiento más formal, más institucional.

Eso tiene más o menos peso si lo buscás, las cosas llegan cuando tienen que llegar. El reconocimiento primero llegó del público que nos escuchaba y nos quería escuchar y que realmente sintió que no saliéramos más al aire. Hasta hoy sigue pasando, te encuentran por la calle y hay una demostración de afecto. Eso demuestra que todos esos años no solamente hablamos para dar información, evidentemente pudimos transmitir algo más que perdura más en el tiempo que un dato, tiene que ver con sensaciones, emociones, como decía Mario Kaplun, en la radio lo afectivo es efectivo. Creo que pasa por ahí. Y los reconocimientos institucionales siempre llegan más tarde. Después vinieron otros reconocimientos de colegas, de lo más institucional, está bueno, pero en realidad no lo hacíamos por eso. Buscábamos encontrar gente que le sirviera escucharnos.

Pese a la amenaza de muerte de los medios tradicionales frente a las tecnologías digitales, pareciera que la radio sigue siendo una compañera indiscutida en la cotidianeidad.

Hace poco en una capacitación Pablo Kennedy, mi compañero en la docencia, trajo un informe de consumo a nivel nacional, y ahí se ve que lejos de morir, la radio está muy firme. Las otras opciones tienen oyentes, pero el otro día escuchaba a Migue Granados de "Olga" y decía: "en términos cuantitativos me escuchan 100 mil, y en términos de puntos de rating es un punto". Creo que es más la sensación. A la radio la mataron cuando apareció la televisión y siguen estando todos y conviviendo.

En 2016 decidieron despedirse del programa, después de casi 25 años ininterrumpidos. ¿Con qué tuvo que ver esa decisión? ¿Sentiste que La Ciudad Perdida ya había cumplido su ciclo?

La decisión de salir del aire tuvo que ver con que quedara una buena sensación, el paralelismo con una fiesta: hay que irse cuando está buena. Si uno espera a que queden las luces prendidas, todos limpiando, las sillas arriba de la mesa, esa es la sensación que queda. Me pareció que eso era lo mejor, irnos por voluntad propia y no porque el tiempo ya nos obligaba a dejar porque no teníamos nada más para ofrecer. Ahí queda intacto el recuerdo. Que la última foto fuera la más representativa de la película. Y dejar un espacio para que vengan otros y hagan lo que tengan que hacer acorde a los nuevos tiempos.