El país

Héroes y paradojas de Malvinas: el torturador Giachino murió como héroe y Astiz fue un cobarde

Por Carlos Gamerro*.

A nadie sorprende que la apelación a virtudes marciales como el heroísmo guerrero y el valor en combate haya sido una constante de los discursos oficiales de las fuerzas armadas argentinas, especialmente durante la dictadura. Más notorio es que se haya mantenido luego de la recuperación de la democracia. Se hizo costumbre echarles en cara a los militares que fueron "valientes" para secuestrar, violar y torturar a sus compatriotas, y luego fueron "cobardes" a la hora de pelear contra el enemigo británico. Es problemático, porque parece implicar que si hubieran peleado valientemente en Malvinas entonces lo que hicieron en su propia tierra sería, de alguna manera, menos reprobable. Además, es cierto que muchos notorios torturadores y represores murieron peleando contra los ingleses, como el capitán de fragata Pedro Giachino, que hoy es honrado por más de cuarenta escuelas que llevan su nombre. La realidad del deseo querría que todos los asesinos de la dictadura fueran, como Astiz, los cobardes de Malvinas, pero los hechos no siempre la confirman.

Carlos Gamerro, autor de este ensayo, es uno de los grandes narradores contemporáneos de la Argentina y autor de "Las islas", la novela más extraordinaria que se haya escrito en torno de Malvinas junto a la fundacional "Los pichiciegos" de Rodolfo Fogwill. A 40 años del desembarco, El Extremo Sur publica su impecable texto "Héroes de Malvinas", incluido en su libro "Shakespeare en Malvinas" editado por Espacio Hudson Ediciones (www.espaciohudson.com) en 2018.

Por dar solo algunos ejemplos del discurso político acerca de Malvinas:

El 2 de abril de 2011, durante el acto del día del veterano y el caído en la guerra de Malvinas realizado en Río Gallegos, la presidente Cristina Fernández de Kirchner dijo de los veteranos que "a partir de una ley sancionada por la legislatura local pasarán a llamarse ‘héroes de Malvinas' en lugar de ‘veteranos' y esperamos sea replicada también en el orden nacional."

El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, dijo en 2002, en un homenaje a los muertos del Crucero General Belgrano: "No hemos construido una patria que este a la altura del heroísmo de quienes hoy homenajeamos" y también, "yo envidio a quienes adquirieron desprecio por la propia vida y capacidad de entregarla por el otro y por su patria."

Eduardo Duhalde, ocupando circunstancialmente el sillón presidencial, dijo el 2 de abril del 2002, en el 20° aniversario de la guerra, "Las Malvinas son irrenunciablemente nuestras. Las lágrimas y la sangre de nuestros héroes regaron sus playas y sus montes, y no hay título de posesión más fuerte que el que otorga la sangre."

El presidente Carlos Saúl Menem, en 1999, al inaugurar el Monumento Gesta de Malvinas en Quequén, propuso "nuestros soldados no son como empanadas que se las come así nomás, abriendo la boca, han demostrado en las islas Malvinas que son los más valientes de la tierra."

El presidente Raúl Alfonsín, durante la sublevación de algunos oficiales y suboficiales del ejército contra el gobierno constitucional, en la Semana Santa de 1987, famosamente afirmó: "Los hombres amotinados han depuesto su actitud. Como corresponde serán detenidos y sometidos a la justicia. Se trata de un conjunto de hombres, algunos de ellos héroes de la guerra de las Malvinas, que tomaron esa posición equivocada."

Y el mismo Alfonsín, el 2 de abril de 1983, hablando de los caídos (muertos) en la guerra: "Cuántos ciudadanos de uniforme habrán deseado dejar sus cuerpos sin vida entre las piedras, la turba y la nieve, después de haber peleado con esfuerzo y osadía. Pero Dios vio a los virtuosos y de entre los valientes y los animados, de entre los dolidos y los apesadumbrados eligió a sus héroes. Eligió a estos que hoy memoramos... Esas trágicas muertes refuerzan aún más la convicción que tenemos sobre la justicia de nuestros derechos."

Por qué se apela al heroísmo guerrero

¿A qué puede deberse esta insistencia en apelar al heroísmo guerrero tras una dictadura sangrienta y una guerra desastrosa, en momentos en que ninguna guerra se avizoraba, cuando se intentaba por distintos medios construir una civilidad según principios de diálogo, negociación y consenso, ajenos y aun opuestos a los castrenses?

Sin ánimo de ser exhaustivo, se me ocurren en principio tres posibilidades:

1. Que quienes hablan tengan razón. Que los hombres, como argumentaba Carlyle y a veces repetía Borges, necesitamos héroes, y que los combatientes de Malvinas hayan sido efectivamente estos héroes que necesitamos.

2. Que sea un efecto de arrastre del discurso patriótico nacional constituido en el siglo XIX, en el cual todos los próceres fueron en algún o en todo momento militares. El héroe es una figura útil y necesaria en la transmisión de deberes y obligaciones del individuo para con el estado (sobre todo si el estado es presentado como la patria) y la producción y reproducción de ciudadanos. Según esta segunda hipótesis, quienes necesitan héroes no somos nosotros, sino el estado, o más precisamente, el estado necesita que necesitemos héroes.

Esta construcción estatal se ve apuntalada por discursos para- o incluso anti-estatales como el del antiimperialismo (de izquierda o de derecha, peronista o marxista) que recurren insistentemente a la retórica del heroísmo bélico, sobre todo cuando proponen a la lucha armada como método.

3. En algunos casos particulares, sobre todo el de Raúl Alfonsín durante la Semana Santa de 1987 y el de Carlos Menem, se agrega la necesidad o el deseo oportunista de aplacar o compensar a los militares. La frase "héroes de Malvinas" en particular, es utilizada por Alfonsín para mitigar la responsabilidad de los militares que se alzaron contra el gobierno constitucional encabezando un reclamo corporativo de impunidad por violaciones a los derechos humanos. Y a su vez, mitiga la responsabilidad del entonces presidente al haber cedido a estos reclamos: si son torturadores y asesinos, es una claudicación; si son "héroes de Malvinas", un reconocimiento. A partir de este momento la frase "héroes de Malvinas" se carga de un sentido nuevo: evocará para siempre, consciente o inconscientemente, una justificación o una mitigación de los crímenes de la dictadura: su hija directa es la Ley de Obediencia Debida, el más inmoral y abyecto de los legados del primer gobierno democrático.

4. A último momento se me presentó una cuarta hipótesis que quizás por su aparente banalidad sea la más verdadera: que los que pronunciaron estos discursos, sobre todo los varoncitos, hayan jugado mucho a los soldaditos de chicos, hayan leído demasiados libros de la colección "Robin Hood" y hayan visto demasiadas pelis de guerra en "Sábados de super acción" en la tele: el blanco y negro, todos sabemos, favorece las interpretaciones fantásticas de la realidad. Por suerte la televisión color ha llegado hace tiempo para corregir esta óptica distorsionada.

Todas estas explicaciones, se entiende, no son autoexcluyentes. Pueden sumarse sin problema.

Pero antes de seguir adelante con estas elucubraciones, quizás sería bueno precisar qué se entiende por un héroe.

En la mitología clásica el héroe es el hijo de un dios y un mortal. Está determinado por su origen, por aquellos de quienes desciende, y su heroísmo antecede a sus actos heroicos. El héroe es quien encarna los valores más altos de una comunidad, es un modelo de virtud, un ejemplo a seguir. Su virtud principal es el coraje. El coraje, sabemos, no implica necesariamente no sentir miedo (aunque a veces se lo entienda en este limitadísimo sentido), sino actuar a pesar de él. No necesariamente el héroe debe demostrar siempre coraje. Héctor, cuando se lo ve venir a Aquiles, tiembla de terror, sale corriendo y da tres veces la vuelta a Troya antes de decidirse a hacerle frente. Y Héctor era y sigue siendo el paradigma del valor guerrero, a pesar de este momento de flaqueza. Los dioses se ponen junto a los hombres, infundiéndoles su valor, o los abandonan, llevándose con ellos su coraje: Marte puede ser tan inconstante como Eros. Ningún estigma se adosa al valiente que huye. Borges, en "El hacedor", resume así este momento: "El pudor estoico no había sido aun inventado y Héctor podía huir sin desmedro."

El coraje

En la mitología actual el hombre asciende a la categoría de héroe mediante sus actos. Estos no necesariamente deben resultar en victoria: el héroe puede ser derrotado, puede morir y convertirse en un mártir; en ese caso su muerte se resignifica como sacrificio. Pero lo que lo sigue caracterizando es el coraje.

Entre nosotros, quien anatomizó con mayor prolijidad las vicisitudes del coraje guerrero fue Borges: lo hizo en su serie más argentina, la literatura de los gauchos y los orilleros, y también, paradójicamente, en su serie más inglesa, la literatura de los guerreros anglosajones. El coraje, en Borges, es una cualidad personal que se tiene o no se tiene, aunque el hombre nunca puede estar seguro de tenerla o no hasta el enfrentamiento que lo defina para siempre como cobarde o valiente. Se es valiente o no se lo es: el acto de coraje meramente señala algo que ya estaba allí. A veces la vida no le da al hombre la oportunidad de probarse a sí mismo, pero la cualidad está, y Juan Dahlmann, protagonista de "El Sur", pudo saber que era valiente por una pelea a cuchillo librada en un sueño.

El coraje según lo define Borges es un valor absoluto. No depende de si la causa es buena o mala, justa o injusta: "Siempre el coraje es mejor" leemos en la "Milonga de Jacinto Chiclana". Hengist Cynning, que ha traicionado a su rey (es decir, ha traicionado una virtud fundamental del código feudal, la lealtad al señor) se atreve a decir, en el poema del mismo nombre:

Yo sé que a mis espaldas

me tildan de traidor los britanos,

pero yo he sido fiel a mi valentía

y no he confiado mi destino a los otros

y ningún hombre se animó a traicionarme.

"No importa lo demás. Yo fui valiente," leemos en "El conquistador", donde "lo demás" es nada menos que la destrucción de las culturas precolombinas, la violación, tortura y muerte de millares de seres humanos.

Lo que Borges señala es que el coraje guerrero no es una virtud moral, o ética. Puede, incluso, estar divorciado de ellas; y en pueblos guerreros, estar por encima de ellas.

Más cerca de nuestro tema, Borges se ocupa del coraje del combatiente de Malvinas en "Milonga del muerto":

Oyó las vanas arengas

de los vanos generales

vio lo que nunca había visto

la sangre en los arenales.

Oyó vivas y oyó mueras

oyó el clamor de la gente

él sólo quería saber

si era o si no era valiente.

Lo supo en aquel momento

en que le entraba la herida

se dijo No tuve miedo

cuando lo dejó la vida.

El poema plantea claramente el divorcio entre moral y valor guerrero: el soldado parece saber que combate en una guerra espuria e injusta, el poema se lo dice, pero todo eso no le importa, pues está peleando su propia guerra: la guerra contra su miedo a resultar un cobarde: "el sólo quería saber / si era o no era valiente". El poema es simple en su forma y dicción, como corresponde a la forma de la milonga, pero la operación de Borges no lo es: busca hurtar el valor guerrero de la apropiación estatal y devolvérselo al individuo: ya en "Nuestro pobre individualismo" proponía que "el argentino hallaría su símbolo en el gaucho y no en el militar, porque el valor cifrado en aquél por las tradiciones orales no está al servicio de una causa y es puro."

Es significativo que en este poema el coraje no esté dado por los actos: no sabemos que el muerto de la milonga haya hecho nada por la patria, o por un compañero; su único acto es pasivo, recibir una herida; su coraje no se manifiesta en sus actos sino en un sentimiento, o más precisamente, en la ausencia de un sentimiento: no tuve miedo:

Su muerte fue una secreta

victoria. Nadie se asombre

de que me dé envidia y pena

el destino de aquel hombre.

En el final reconocemos a nuestra vieja amiga, la envidia del civil de vida pacifica frente al guerrero de muerte heroica. En esto Borges parece acercarse a Alfonsín y Felipe Solá, pero tratemos de ser justos: la envidia de Borges fue una constante de toda su vida, y se manifiesta principalmente como vergüenza ante sus antepasados de pasado militar glorioso; para aprovechar las palabras del propio Borges: podemos excusar su envidia porque no está al servicio de una causa y es pura.

También es significativo que el enemigo permanezca fuera del poema, invisible - ni siquiera sabemos si lo que mata a nuestro soldado es un inglés, una bala perdida, o un bombardeo. Mediante este acto de prestidigitación Borges puede honrar el coraje del guerrero sin justificar una guerra librada por militares sin honor - a esta altura Borges ya les había retirado su apoyo - contra su amada Inglaterra.

En el otro poema que Borges dedicó a la guerra de Malvinas, en cambio, el más conocido "Juan López y John Ward" los adversarios sí se encuentran cara a cara: pero se trata en este caso de un poema pacifista. El coraje no está en juego, solo el desperdicio de dos vidas y una amistad posible: "Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras."

Contacto entre izquierda y derecha

Otra evidencia de este divorcio entre coraje guerrero por un lado, y moral e ideología por el otro, es el hecho de que, entre nosotros, haya sido un punto de contacto entre la izquierda revolucionaria y la derecha militar. Cuando el senador Eduardo Duhalde proclama que "las Malvinas son nuestras por derecho de sangre" además de proponer un absurdo lógico (porque suele ser habitual que los dos bandos la derramen, por lo tanto el territorio en disputa debería ser de ambos) está además reciclando, quizás a pesar suyo, la retórica del peronismo revolucionario, condensada en frases como "la sangre derramada no será negociada" o "la sangre de los muertos nos lava los ojos." Carlos Brocato, en cambio, uno de los primeros en oponerse abiertamente a la guerra en su texto "¿La verdad o la mística nacional?", denunciaría con posterioridad en su libro El exilio es nuestro, una "mecánica espiritual que se hace presente masivamente entre nosotros con la aventura de las Malvinas y el culto posterior de sus héroes. Es la vieja fascinación que irradia el héroe del combate y su inmolación redentora, a la que la mayor parte de los grupos del exilio también rindió tributo. No les sirvió la persistente campaña antidictatorial que venían realizando, el conocer mucho mejor que los que estábamos aquí (la Argentina) la envergadura de la represión, los datos pormenorizados del genocidio: apoyaron a los genocidas en la gesta nacional-redentorista. No quisieron privarse, como el conjunto de la sociedad nacional, de recibir el óleo que nos purificaba a todos. Un óleo de pólvora y sangre. Unción expiatoria de irracionalidad, de mística nacional. Los montoneros, desde el exilio, ofrendaban su carne sacrificial: ofrecían sus presos políticos a la dictadura para ir a combatir a las Malvinas. La tortura, la vejación, se purgaban; el combate suturaría las heridas, aliviaría el sudor de la carne. Seguirían con el mismo devocionario."

Giachino y Astiz, iguales pero diferentes

De manera menos obvia, más insidiosa, el divorcio entre coraje y ética, coraje e ideología también se coló en los discursos progresistas de la posdictadura, incluso en el de los derechos humanos: se hizo costumbre echarles en cara a los militares que fueron "valientes" para secuestrar, violar y torturar a sus compatriotas, y luego fueron "cobardes" a la hora de pelear contra un enemigo ‘de su tamaño' (en realidad los ingleses eran más grandes). Si bien es comprensible la tentación de refregarles a los milicos en la cara sus propios valores, también es problemática. En primer lugar, porque parece implicar que si hubieran peleado valientemente en Malvinas, entonces lo que hicieron en su propia tierra sería, de alguna manera, menos reprobable. En segundo lugar, porque en términos individuales también es cierto que numerosos notorios torturadores murieron peleando contra los ingleses, como el capitán de fragata Pedro Giachino, que hoy es honrado por las más de cuarenta escuelas que llevan su nombre, al igual que oficiales que en las islas torturaban a sus hombres (como el subteniente Juan Domingo Baldini en Monte Longdon) y murieron combatiendo. Y muchos que no secuestraron ni torturaron, ni en las islas ni en el continente, fueron incapaces de dar batalla. La realidad del deseo querría que todos los asesinos del Proceso fueran, como Astiz, los cobardes de Malvinas, pero los hechos no siempre la confirman. Es evidente que el término "cobarde" aplicado a un secuestrador, torturador o asesino no es más que un insulto, pero es un insulto de doble filo, porque si se prueba que el insultado luego combatió con valor, parece que quedara eximido de culpa. Una vez más, la retórica del heroísmo gana la partida. Por estos huecos y dobleces del discurso de los derechos humanos se cuelan los criminales de guerra en el panteón de los héroes.

Heroísmo y anacronismo

Otro problema es que insistir sobre el heroísmo y el coraje guerrero es incurrir en un anacronismo. En la guerra moderna son la tecnología y la estrategia las que determinan los resultados. En la primera guerra mundial, los soldados ingleses atacaron con valor y heroísmo las trincheras enemigas en el primer día de la batalla del Somme. A la noche de ese primer día habían muerto 60,000 soldados, y las trincheras no habían retrocedido un centímetro. De haber seguido en este plan heroico, los ingleses hubieran ganado la guerra para Alemania en cuestión de días. Suele admitirse que a partir de la Primera guerra mundial la literatura bélica, que había sido épica desde Homero, se vuelve predominantemente pacifista, y crítica de la guerra, o al menos de los valores tradicionalmente asociados a ella (patriotismo, coraje, hombría, heroísmo). En el siglo XX, la literatura bélica se divorcia para siempre de la épica, y ésta se desplaza al cine, sobre todo al hollywoodense.

La primera guerra moderna, puede argumentarse, fue la Guerra de Secesión, y fue sin duda un veterano de esta guerra, Ambrose Bierce, el primero en construir un cuerpo sistemáticamente antiheroico de literatura bélica, en el cual las virtudes del patriotismo, la hombría, el coraje y el arrojo son no solo cuestionadas sino brutalmente satirizadas, y hasta presentadas como contraproducentes para el desarrollo eficiente de una guerra. En la guerra de Secesión se enfrentan el ideal épico-caballeresco del sur contra la eficiencia del norte, y ya sabemos el resultado.

En su cuento "Un hijo de los dioses" un joven, bello y atildado oficial montado en un brioso corcel blanco carga contra el enemigo invisible que puede o no estar esperando detrás de una loma, para obligarlo a abrir fuego sobre él y así revelar su presencia. Lo logra, finalmente, y su cabalgadura y él ruedan por tierra. Exaltados e inspirados por su coraje, su gallardía y su belleza, sus hombres se lanzan a la carga y son prontamente masacrados. La lección es clara: lo que debió haber sido un acto eminentemente práctico, al revestirse del aura de lo heroico, termina causando lo mismo que pretendía evitar. En estos relatos, Bierce señala por primera vez lo que algunos todavía no quieren entender: la guerra moderna ya no se hace con héroes, sino con trenes, balas y cañones.

En un recorrido somero por la literatura argentina sobre el conflicto de Malvinas (incluyo lo que publican diarios y revistas en la actualidad) encontraremos palabras como ‘héroe' o ‘heroísmo' a cada paso. No sucede lo mismo con la literatura inglesa sobre la misma guerra. Los ingleses no necesitaban héroes, porque poseían una eficiente máquina de guerra. En las guerras modernas el heroísmo parece ser, cada vez más, el consuelo de los derrotados. La trampa de la apelación al heroísmo es que parece estar en relación inversamente proporcional a la eficiencia bélica: a menor capacitación, peor planeamiento, menor poder de fuego, mayor atraso tecnológico, mayor necesidad de héroes. El heroísmo termina siendo una virtud más apropiada para quienes planean perder la batalla que para quienes esperan ganarla.

Las palabras ‘héroes' y ‘heroísmo' se aplicaron insistentemente a los pilotos argentinos, más fáciles de venerar porque la infame actuación de la Fuerza aérea en la represión ilegal quedó eclipsada, en el recuerdo, por la infame actuación de las otras dos fuerzas - como si la Mansión Seré nunca hubiera existido. Por ‘heroísmo' se quería significar que se enfrentaban a aviones de última generación con aviones de segunda mano de los años sesenta. Está comprobado que entre los combates entre aviones no hubo un solo caso donde un avión argentino pudiera derribar a uno inglés. Aun así, al menos durante la guerra, la prensa quiso convertir el heroísmo de los que iban a la muerte en eficiencia bélica, y repetía con machacona insistencia cómo el arrojo y el coraje de los pilotos argentinos estaba inclinando la balanza a favor nuestro: la revista Gente llegó a decir que gracias al arrojo de sus pilotos, los Pucará (un avioncito pedorro diseñado para operar contra la guerrilla y las poblaciones civiles en la selva tucumana) llegaban a "combatir de igual a igual contra los supertecnificados Sea Harrier y vencerlos".

En la actualidad, los relatos que construyen, y por lo tanto revisan, la memoria de la guerra, intentan corregir esta visión ingenua del heroísmo, destacando más bien el profesionalismo de ciertos oficiales argentinos. Ejemplo privilegiado es el del entonces teniente coronel Martín Balza, a cargo del Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5), que combatió en Tumbledown y se replegó ordenadamente (allí también combatió, dicho sea de paso, el torturador Antonio Pernías), y también el subteniente Reyes, que combatió en las batallas de Goose Green y luego se replegó sin perder uno solo de sus hombres.

Cobardes, valientes y desertores

Otro problema de la exaltación del heroísmo es que ensalzar a los valientes implica necesariamente condenar a los cobardes, o a los desertores. Con su característica ironía dice Ambrose Bierce en su crónica "Lo que vi de Shiloh": "Los cobardes son los hombres más valientes de todo ejército. Se rehúsan a morir a manos del enemigo sabiendo que morirán a manos de sus propios oficiales, y lo hacen sin pestañear." El conscripto Walter Donado relata en Partes de Guerra, de Speranza y Cittadini: "yo vi compañeros míos pegarse un tiro en el dedo de la mano para que los mandaran al continente porque no aguantaban más. No lo juzgo al tipo, no puedo decir si era más o menos valiente que yo, porque yo por ahí tenía menos huevos para pegarme un tiro en las manos que para quedarme ahí. Por eso no lo hacía, no porque fuera más o menos valiente."

Incluso a los desertores se les pide que sean valientes, es decir, que sean objetores de conciencia, capaces de articular su acto como rebeldía o desobediencia. No parece haber lugar, ni siquiera en el discurso más pacifista, para el que dice ‘deserto porque tengo miedo, porque mi vida me importa más que la patria'. La reflexión se impone: también el pacifismo está atrapado en las redes del discurso estatal del heroísmo.

Las ficciones literarias sobre Malvinas contestaron con claridad meridiana a los discursos políticos, sociales o de los medios sobre el valor y el deber, fuera de militares o de civiles, bélicos o pacifistas: la primera novela de Malvinas, Los pichiciegos de Enrique Fogwill, es una novela de desertores. Los pichis hurtan su cuerpo a la guerra y a la captura por parte del estado: no pueden desertar, porque una isla es una trampa mortal de la que nadie puede escapar, pero crean una pequeña isla dentro de la isla, y su único objetivo es seguir con vida el mayor tiempo posible, y para ello no dudan en ofrecer información al enemigo y aun favores sexuales. Desde el vamos, la literatura sobre Malvinas cancela toda posibilidad de discurso épico. Ni siquiera se ocupa de refutarlo, sino que, más radicalmente, se rehúsa a entrar en el juego, así como el desertor es quien se rehúsa a entrar en el juego de la guerra. La de Malvinas es una literatura que deserta. Los relatos iniciales sobre la guerra adoptan las inflexiones de la picaresca, y la picaresca, ya se sabe, es refractaria al heroísmo. Bien lo sabía Shakespeare, que en su Enrique IV contrapuso a las figuras de Hotspur y Falstaff; sobre el final, Falstaff simula matar a Hotspur - que ya había sido muerto por el príncipe Hal - y se queda con la gloria de su vencimiento: clara imagen de la victoria carnavalesca del pícaro sobre el héroe.

El testimonio, en cambio, está atrapado en las alternativas del discurso épico: a favor o en contra, pero no puede hacer lo que la literatura hizo desde un principio: salirse. Y como en el fondo estamos hablando de discursos, es interesante comprobar cómo a veces las cuestiones más formales de construcción discursiva pueden tener efectos decisivos sobre la construcción de la realidad y de su ideología.

Los conscriptos o "colimbas"

El primer libro en reunir testimonios de ex combatientes, Los chicos de la guerra de Daniel Kon, se limita, como su título indica, a los soldados conscriptos. En el libro de Kon, los testimonios están ordenados por ex combatiente: los capítulos se titulan "Fabián", "Juan Carlos" etc. Lo que este ordenamiento privilegia es la experiencia individual, o al menos la del grupo chico (los dos o tres que cabían en un pozo de zorro), y el efecto que su lectura deja es el del desamparo y la indefensión de estas mónadas frente al clima hostil, la ausencia de víveres y, eventualmente, el enemigo; la desorganización del ejército, el enfrentamiento entre oficiales y tropa. Los ‘chicos' aparecen sobre todo como víctimas sacrificadas a la crueldad o ineptitud de sus oficiales.

En 1995 se publica Partes de guerra de Graciela Speranza y Fernando Cittadini. Aquí, el principio ordenador es una posición (San Carlos-Goose Greene) y la batalla del mismo nombre. Los testimonios han sido ensamblados en un cuidado montaje secuencial, para construir un relato coral que nos lleva desde la llegada a las islas hasta el regreso al continente, y se alternan, sin distinción, oficiales, suboficiales y soldados (los encabezados de cada sección prescinden del rango de cada uno). El efecto, aquí, es el de una organización colectiva mayor: una unidad de combate que funciona y es capaz de dar batalla. Oficiales y soldados forman un bloque unido, predominan las historias de colaboración sobre las de los enfrentamientos o desavenencias entre oficiales y tropa. El desamparo - pues no hay relato de Malvinas sin él - no se plantea hacia adentro sino entre este grupo unido y los mandos superiores de Puerto Argentino y el continente, que los abandonan a su suerte, sin provisiones y sin refuerzos, y aun así les exigen seguir combatiendo hasta el último hombre.

Las diferencias entre ambos libros de testimonios no se deben a que las condiciones en Darwin - Goose Green hayan sido radicalmente diferentes a las de Puerto Argentino. La diferencia es sobre todo la del principio ordenador de cada uno: la experiencia individual de conscriptos aislados, en el caso de Los chicos de la guerra; la experiencia colectiva de la unidad de combate, en Partes de guerra. Y cada uno resulta ser solidario con la ideología dominante de cada momento: condena de los militares y separación tajante de militares y civiles a principios de los ochenta; reconciliación de las fuerzas armadas con la sociedad civil, unión de oficiales y soldados en una sola agrupación, la Federación de veteranos de guerra, durante el período menemista. De todos modos, más allá de las respectivas coyunturas, ideologías o agendas subyacentes, ambas versiones son ciertas. Si no aceptamos esta posibilidad no tendremos manera de comprender las contradicciones y ambivalencias en los relatos y los reclamos de los soldados que fueron a Malvinas, su simultáneo o alternativo rechazo de, y apegamiento hacia, los oficiales y suboficiales que los condujeron durante la guerra.

Víctimas no

Como reacción frente a esta asimilación automática del discurso heroico-patriótico con el militarismo o la derecha, surgió con fuerza en los primeros años de la posdictadura la tendencia a poner a los ex combatientes en el lugar de víctimas, asociándolos, a veces hasta igualándolos, con las víctimas del terrorismo de estado. Así se pensaba salvarlos de la contaminación con la dictadura. El único problema con esta bienintencionada propuesta es que los ex combatientes, en su gran mayoría, no quieren ese lugar. Y es comprensible: es un lugar cómodo solo para aquel que lo adjudica. Mediante la categoría de víctimas se le hace a los ex combatientes el favor de separarlos de la dictadura, y lo único que se les pide a cambio es que acepten que sufrieron, pelearon y murieron por nada, que renuncien a todo orgullo por haber estado en Malvinas, que se avengan al lugar de objetos antes que de sujetos de una práctica y un discurso. La gran mayoría de ellos fue enviada a las Malvinas bajo coerción legal o social, es cierto; pero eso no es lo mismo que ser secuestrado. La deserción era una opción, y la gran mayoría eligió no desertar. Muchos, una vez en las islas, estaban decididos a quedarse. Ninguna víctima del terrorismo de estado eligió ser llevada a un chupadero. Ninguna eligió permanecer. Ninguna desfila portando emblemas de la ESMA o del Olimpo en los aniversarios significativos. Haber pasado por la ESMA y haber pasado por Malvinas son experiencias radicalmente distintas.

En su Islas imaginadas Julieta Vitullo incluye una interesante cita de An Intimate History of Killing de Joanna Burke. En referencia a las dos guerras mundiales y la de Vietnam, Burke señala: "Para la época de la Primera guerra mundial, cada vez se daban menos medallas a quienes rescataban a los heridos y cada vez más a los que protagonizaban hechos de sangre. En 1918 la Canadian War Records Office realiza un reporte sobre el otorgamiento de la condecoración de la Victoria Cross y enuncia explícitamente que los hechos de coraje deben mostrar resultados materiales antes que sentimentales, que el deber que inspiró el hecho debe ser militar antes que humanitario." La autora también cuestiona la relación directa entre actos de heroísmo y coraje: "los actos heroicos muchas veces no eran realizados por hombres con rasgos de coraje, resistencia e independencia, sino que eran los actos de hombres aterrados... La reacción temporaria del cobarde era vista por la gran mayoría como análoga al impulso heroico momentáneo del héroe condecorado."

Es comprensible, aunque no necesariamente aceptable, que naciones guerreras prefieran reservar la categoría de héroe para el hombre que mata más enemigos antes que para el que salva más vidas. Pero la Argentina no es una nación guerrera, ni tiene ninguna guerra prevista en su agenda. Quizás sería mejor, entonces, que categorías como las de gloria, coraje y heroísmo se usaran cada vez menos en los discursos oficiales, estatales y periodísticos sobre la guerra de Malvinas. Si vamos a hablar de héroes, si los discursos oficiales son constitutivamente incapaces de prescindir de esta categoría, se puede intentar revertir esa tendencia señalada por Joanna Burke y honrar a los soldados que se ayudaban entre sí a sobrevivir, a resistir las condiciones inhumanas y las vejaciones y humillaciones constantes de sus superiores, se puede celebrar la solidaridad antes que el valor en combate o la obediencia. Así no se podrá colar ningún torturador en los homenajes ofrecidos a los ex combatientes, así los soldados podrán sentirse orgullosos de haber estado en Malvinas sin ser tildados de milicos o fascistas, y así se cerrará un poco la brecha entre los discursos sobre la guerra y los discursos sobre el terrorismo de estado, que muchas veces parecen transitar carriles distintos. Y se podrá honrar a algunos sin dejar de respetar a los que tuvieron miedo y trataron de salvar sus vidas o las de otros.

*Carlos Gamerro -uno de los grandes narradores contemporáneos de la Argentina- es el autor de "Las islas", la novela más extraordinaria que se haya escrito en torno de Malvinas junto a la fundacional "Los pichiciegos" de Rodolfo Fogwill. A 37 años del desembarco, publicamos en esta sección especial su ensayo "Las alarmas de un entrenador de Gurkhas", incluido en su libro "Shakespeare en Malvinas" editado por Espacio Hudson (www.espaciohudson.com) en 2018.

*Gamerro es narrador, ensayista y docente. Su obra publicada incluye las novelas "Las Islas" (1998), "El sueño del señor juez" (2000), "El secreto y las voces" (2002), "La aventura de los bustos de Eva" (2004) y "Cardenio" (2016), los cuentos de "El libro de los afectos raros" (2005) y los ensayos "Ulises. Claves de lectura" (2008), "Facundo o Martín Fierro" (Premio de la crítica a la mejor obra literaria de 2015) y Borges y los clásicos (2016). Escribió junto a Rubén Mira el guión del film Tres de corazones (2007), dirigido por Sergio Renán. Su obra teatral Las Islas se estrenó con dirección de Alejandro Tantanian en el Teatro Alvear (2001).