Alfonsín no recibió a Cortázar en 1983 por consejo de BrandoniPor Juan Pablo Csipka.
Pocas semanas antes de su muerte el autor de Rayuela, Julio Cortázar, visitó por última vez la Argentina. Fue en diciembre de 1983. Aún pesaba sobre él la orden de captura de la Dictadura.
Alfonsín asumía en esos días. Su asesor de Cultura desaconsejó recibirlo con los honores que merecía. Cortázar ya enfermo, no fue recibido.
El asesor Cultural era Luis Brandoni.
La última imagen de Cortázar vivo es la de su visita al país en diciembre del 83, dos meses antes de morir. Y el símbolo de esa visita fue su no entrevista con Raúl Alfonsín, un episodio en apariencia anecdótico pero que bien mirado resulta sintomático de las primeras horas del gobierno constitucional. Hay dos versiones sobre el desencuentro. Una señala un error en el manejo de la agenda de Alfonsín por parte de Margarita Ronco, la secretaria del presidente; así lo sostienen quienes lo rodeaban, y el propio Alfonsín, muchos años después, afirmó que le hubiera gustado conocerlo. La otra afirma que asesores del mandatario le hicieron saber que no era conveniente una foto con Cortázar. Osvaldo Soriano abonó esta tesis: según relató, Hipólito Solari Yrigoyen hizo las gestiones para el encuentro. Mario Goloboff, biógrafo de Cortázar, también estima que se le aconsejó a Alfonsín no recibir al escritor, y se llegó a mencionar a Luis Brandoni como el responsable del veto.
En su gran semblanza sobre Cortázar días después de su muerte en París, Soriano pone el dedo en la llaga si es que damos por cierto que el alfonsinismo gambeteó la posibilidad de ese encuentro. Soriano escribe una carta a José María Pasquini Durán y su esposa Sonia, fechada el 20 de febrero de 1984 (ocho días después de la muerte de Cortázar) y recogida en "Piratas, fantasmas y dinosaurios". Dice Soriano:
"Cortázar veía en el pensamiento del nuevo presidente la esperanza de una vida democrática por la que él había luchado desde el extranjero. No podía ser radical, como muchos intelectuales de turno lo hubieran querido, porque conocía las flaquezas de las clases medias (de las que él había surgido), sobre todo cuando tienen el poder. Pero quería, como todos sus amigos, que Alfonsín y los suyos tuvieran éxito".
Unos párrafos antes, a propósito de las horas posteriores al deceso, Soriano marca algo que va en consonancia con la idea del plantón en diciembre: "A su muerte el gobierno se tomó casi veinticuatro horas para enviar a París un telegrama seco, casi egoísta: Exprésole hondo pesar ante pérdida exponente genuino de la cultura y las letras argentinas'". El episodio burocrático de diciembre sigue (y seguirá) en la nebulosa y en la polémica. La reacción fría del gobierno aquel 12 de febrero de 1984 fue y es evidente.
Pasando las páginas del libro de Soriano llegamos a su semblanza de Jorge Luis Borges y allí hace notar que Cortázar ni se mosqueó en ir a saludarlo en aquella visita final. Vuelve a remarcar, respecto del autor de "Rayuela", que "el gobierno lo ignoró", y dispara contra el alfonsinismo: "Su modelo de intelectual es Ernesto Sabato".
Ahí está el meollo de la cuestión si damos por válido que ex profeso se quiso evitar el encuentro desde el gobierno, con la anuencia o no del presidente. Cortázar fue un crítico absoluto de la dictadura desde el primer momento, sufriendo la prohibición de su obra en el país y editando la revista Sin Censura con Soriano en París. Era un nombre urticante desde lo ideológico y las "flaquezas" del gobierno bien pudieron pesar: apenas habían pasado horas desde el 10 de diciembre y que Alfonsín, en esos momentos de audacia inicial (decreto 158 y creación de la Conadep), eligiese sacarse una foto con un símbolo de la resistencia cultural, podía significar demasiado. Quizás no. Pero, por si acaso, mejor no mover el avispero.
Que Soriano sugiera el nombre de Sabato como el del intelectual orgánico del alfonsinismo va en esa línea. La imagen final de Sabato (desde 1984 en adelante) es la del titular de la Conadep que denuncia las atrocidades de la dictadura en el "Nunca Más". Atrás quedan, en un manto de olvido, las declaraciones asépticas de los años más duros (Sabato firma, junto con Borges, una solicitada de las Madres de Plaza en 1980; a partir de esa fecha denuncia los crímenes; antes, ni una palabra, almuerzo con Videla al margen), período en el cual puede incluso publicar: su ensayo "Apologías y rechazos" es de 1979, tiempos de censura y muerte que denunciará un año más tarde (por esa época Cortázar publica el impresionante cuento "Recortes de prensa", que da cuenta del calvario de la familia Bruschtein Bonaparte).
En los años finales de la dictadura, cuando Sabato se vuelve crítico, lo hace de forma tal que no irrita al poder militar: en 1981 responde una nota de Gabriel García Márquez en la que se recordaba el almuerzo con Videla y la desaparición de Haroldo Conti, y plantea su rechazo "a todas las violaciones de los derechos humanos, vengan de donde vengan. (...) Ni crímenes de la represión ni crímenes del terrorismo de izquierda, que siempre conducen, además, a la instauración de las peores dictaduras".
La réplica a García Márquez, que publica El Espectador de Bogotá el 14 de junio de 1981 es, quizás, la primera alusión de Sabato a la teoría de los dos demonios. El Sabato inofensivo de los años de Videla habla recién a partir de 1980, y cuando lo hace empieza a merodear la equiparación entre los crímenes de la guerrilla con los del aparato del estado. De ahí que desde la lógica del alfonsinismo no fuese un nombre urticante como sí lo podía ser el de Cortázar. Los antecedentes de uno contrastaban con los del otro. Aun con su pasado comunista y su postura crítica en la parte final de la dictadura, Sabato era, en comparación, infinitamente digerible para todos. La imagen de Alfonsín estrechando la mano de un escritor abiertamente de izquierda podía ser un signo que sobrepasaba el imaginario de los propios radicales, conviviendo aun con el pasado: en las horas finales de Cortázar en Buenos Aires se tomó juramento al nuevo jefe del Ejército, Jorge Arguindeguy, y en el palco oficial estaban presentes, entre otros, Videla y Bussi.
Mientras llegaba el telegrama de condolencias a París, el 13 de febrero de 1984 caía preso en Brasil Mario Firmenich (García Márquez, refutado por Sabato, lo había entrevistado en 1977). Para el gobierno que demoraba el pésame era un contrapeso al arresto, tres semanas antes, de Ramón Camps. Y la materialización del decreto 157 que, en los hechos, igualaba la persecución judicial a las cúpulas guerrilleras con la ordenada por el decreto 158 respecto de los militares. Así se concretaba la teoría de los demonios, explicitada en el prólogo del "Nunca Más" en septiembre. Héctor Yánover relató alguna vez que la enfermedad le impidió a Cortázar el deseo de radicarse en Buenos Aires durante el primer año de la democracia. Ernesto Sabato hubiese encarado, muy probablemente, una nueva polémica.
Fuente: Factor el blog
Por Juan Pablo Csipka.
Pocas semanas antes de su muerte el autor de Rayuela, Julio Cortázar, visitó por última vez la Argentina. Fue en diciembre de 1983. Aún pesaba sobre él la orden de captura de la Dictadura.
Alfonsín asumía en esos días. Su asesor de Cultura desaconsejó recibirlo con los honores que merecía. Cortázar ya enfermo, no fue recibido.
El asesor Cultural era Luis Brandoni.
La última imagen de Cortázar vivo es la de su visita al país en diciembre del 83, dos meses antes de morir. Y el símbolo de esa visita fue su no entrevista con Raúl Alfonsín, un episodio en apariencia anecdótico pero que bien mirado resulta sintomático de las primeras horas del gobierno constitucional. Hay dos versiones sobre el desencuentro. Una señala un error en el manejo de la agenda de Alfonsín por parte de Margarita Ronco, la secretaria del presidente; así lo sostienen quienes lo rodeaban, y el propio Alfonsín, muchos años después, afirmó que le hubiera gustado conocerlo. La otra afirma que asesores del mandatario le hicieron saber que no era conveniente una foto con Cortázar. Osvaldo Soriano abonó esta tesis: según relató, Hipólito Solari Yrigoyen hizo las gestiones para el encuentro. Mario Goloboff, biógrafo de Cortázar, también estima que se le aconsejó a Alfonsín no recibir al escritor, y se llegó a mencionar a Luis Brandoni como el responsable del veto.
En su gran semblanza sobre Cortázar días después de su muerte en París, Soriano pone el dedo en la llaga si es que damos por cierto que el alfonsinismo gambeteó la posibilidad de ese encuentro. Soriano escribe una carta a José María Pasquini Durán y su esposa Sonia, fechada el 20 de febrero de 1984 (ocho días después de la muerte de Cortázar) y recogida en "Piratas, fantasmas y dinosaurios". Dice Soriano:
"Cortázar veía en el pensamiento del nuevo presidente la esperanza de una vida democrática por la que él había luchado desde el extranjero. No podía ser radical, como muchos intelectuales de turno lo hubieran querido, porque conocía las flaquezas de las clases medias (de las que él había surgido), sobre todo cuando tienen el poder. Pero quería, como todos sus amigos, que Alfonsín y los suyos tuvieran éxito".
Unos párrafos antes, a propósito de las horas posteriores al deceso, Soriano marca algo que va en consonancia con la idea del plantón en diciembre: "A su muerte el gobierno se tomó casi veinticuatro horas para enviar a París un telegrama seco, casi egoísta: Exprésole hondo pesar ante pérdida exponente genuino de la cultura y las letras argentinas'". El episodio burocrático de diciembre sigue (y seguirá) en la nebulosa y en la polémica. La reacción fría del gobierno aquel 12 de febrero de 1984 fue y es evidente.
Pasando las páginas del libro de Soriano llegamos a su semblanza de Jorge Luis Borges y allí hace notar que Cortázar ni se mosqueó en ir a saludarlo en aquella visita final. Vuelve a remarcar, respecto del autor de "Rayuela", que "el gobierno lo ignoró", y dispara contra el alfonsinismo: "Su modelo de intelectual es Ernesto Sabato".
Ahí está el meollo de la cuestión si damos por válido que ex profeso se quiso evitar el encuentro desde el gobierno, con la anuencia o no del presidente. Cortázar fue un crítico absoluto de la dictadura desde el primer momento, sufriendo la prohibición de su obra en el país y editando la revista Sin Censura con Soriano en París. Era un nombre urticante desde lo ideológico y las "flaquezas" del gobierno bien pudieron pesar: apenas habían pasado horas desde el 10 de diciembre y que Alfonsín, en esos momentos de audacia inicial (decreto 158 y creación de la Conadep), eligiese sacarse una foto con un símbolo de la resistencia cultural, podía significar demasiado. Quizás no. Pero, por si acaso, mejor no mover el avispero.
Que Soriano sugiera el nombre de Sabato como el del intelectual orgánico del alfonsinismo va en esa línea. La imagen final de Sabato (desde 1984 en adelante) es la del titular de la Conadep que denuncia las atrocidades de la dictadura en el "Nunca Más". Atrás quedan, en un manto de olvido, las declaraciones asépticas de los años más duros (Sabato firma, junto con Borges, una solicitada de las Madres de Plaza en 1980; a partir de esa fecha denuncia los crímenes; antes, ni una palabra, almuerzo con Videla al margen), período en el cual puede incluso publicar: su ensayo "Apologías y rechazos" es de 1979, tiempos de censura y muerte que denunciará un año más tarde (por esa época Cortázar publica el impresionante cuento "Recortes de prensa", que da cuenta del calvario de la familia Bruschtein Bonaparte).
En los años finales de la dictadura, cuando Sabato se vuelve crítico, lo hace de forma tal que no irrita al poder militar: en 1981 responde una nota de Gabriel García Márquez en la que se recordaba el almuerzo con Videla y la desaparición de Haroldo Conti, y plantea su rechazo "a todas las violaciones de los derechos humanos, vengan de donde vengan. (...) Ni crímenes de la represión ni crímenes del terrorismo de izquierda, que siempre conducen, además, a la instauración de las peores dictaduras".
La réplica a García Márquez, que publica El Espectador de Bogotá el 14 de junio de 1981 es, quizás, la primera alusión de Sabato a la teoría de los dos demonios. El Sabato inofensivo de los años de Videla habla recién a partir de 1980, y cuando lo hace empieza a merodear la equiparación entre los crímenes de la guerrilla con los del aparato del estado. De ahí que desde la lógica del alfonsinismo no fuese un nombre urticante como sí lo podía ser el de Cortázar. Los antecedentes de uno contrastaban con los del otro. Aun con su pasado comunista y su postura crítica en la parte final de la dictadura, Sabato era, en comparación, infinitamente digerible para todos. La imagen de Alfonsín estrechando la mano de un escritor abiertamente de izquierda podía ser un signo que sobrepasaba el imaginario de los propios radicales, conviviendo aun con el pasado: en las horas finales de Cortázar en Buenos Aires se tomó juramento al nuevo jefe del Ejército, Jorge Arguindeguy, y en el palco oficial estaban presentes, entre otros, Videla y Bussi.
Mientras llegaba el telegrama de condolencias a París, el 13 de febrero de 1984 caía preso en Brasil Mario Firmenich (García Márquez, refutado por Sabato, lo había entrevistado en 1977). Para el gobierno que demoraba el pésame era un contrapeso al arresto, tres semanas antes, de Ramón Camps. Y la materialización del decreto 157 que, en los hechos, igualaba la persecución judicial a las cúpulas guerrilleras con la ordenada por el decreto 158 respecto de los militares. Así se concretaba la teoría de los demonios, explicitada en el prólogo del "Nunca Más" en septiembre. Héctor Yánover relató alguna vez que la enfermedad le impidió a Cortázar el deseo de radicarse en Buenos Aires durante el primer año de la democracia. Ernesto Sabato hubiese encarado, muy probablemente, una nueva polémica.
Fuente: Factor el blog