Comodoro Rivadavia 1901-2019: El triste aniversario de una ciudad golpeada por la decadencia y la degradaciónHoy Comodoro Rivadavia conmemora su 118 aniversario de fundación. Como todos los años habrá actos formales, eventos festivos de diverso tipo y semblanzas sobre la historia local en los medios de comunicación. Pero en el ambiente se respira una sensación de inconformismo, de malestar, de incertidumbre.
Parte importante de este clima social está ligado a la crisis profunda de alcance nacional que atraviesa al país, inmerso desde hace muchos años en una pendiente descendente en términos económicos, políticos, de integración social, en referencia al respeto por valores comunes, a la muy débil existencia de un horizonte colectivo, un proyecto de futuro que no aparece claro más allá o más acá del gobierno de turno.
Pero nuestra ciudad emerge como prisionera de sus propias tensiones y contradicciones, de miserias locales que no logran resolverse, que generalmente permanecen latentes pero que nos acompañan, cada vez con más fuerza, en la vida cotidiana. Hace casi dos años atrás, en marzo-abril de 2017 la naturaleza nos golpeó con fuerza y desnudó, una vez más, lo profundo de la crisis que nos gobierna. La mayor parte de las consecuencias de esa crisis aún permanecen visibles, poco se ha hecho para remediar sus impactos y muchísimo menos para dar sentido a una frase remanida en esos días: "refundar la ciudad".
Hoy, vivimos la continua emergencia de servicios públicos deteriorados, administrados con la vieja lógica del "lo atamos con alambre" pero que se presentan cada vez más onerosos en el presupuesto individual y familiar. El problema del abastecimiento de agua potable permanece como columna vertebral de nuestra historia, las cloacas rebalsan y se colapsan periódicamente en distintos puntos de la ciudad y seguimos contaminando las playas a niveles impensados con efluentes sin ningún tipo de tratamiento. La mayor parte de las calles y avenidas de la trama urbana no reciben ni siquiera el mantenimiento necesario, con sectores que parecen propios de una ciudad abandonada "a la buena de Dios", ni hablar de una política de asfaltado genuino. La infraestructura y el equipamiento de la ciudad se asemejan más a las necesidades poblacionales de la década de los 80 que a las actuales. Salvo por el Predio Ferial, el Centro Cultural, la remodelación del Aeropuerto (después de años de abandono) y alguna que otra cosa, Comodoro Rivadavia ha quedado siempre expuesta a la postergación y a la falta real de planificación de su crecimiento. Las obras a medio terminar pululan por el paisaje: el Estadio del Centenario (ya pasaron 18 años de ese centenario y todo sigue igual), los shoppings y los cines en las tierras ganadas al mar generadas por las "dudosas" empresas de Cristóbal López, la ciudad judicial, entre otros casos muy conocidos. Vivimos con atraso.
La ciudad ha generado un caudal enorme de recursos en base a la explotación petrolera desde 1907, pero muy poco de ese fenomenal monto de recursos se hace visible en la calidad de vida de sus habitantes. Lo que ha retornado como parte de la inversión local de algunas empresas petroleras (YPF fundamentalmente), o bajo la forma de distribución de regalías nunca ha podido equiparar las urgencias y las necesidades de fondo de nuestras comunidades. Las desigualdades sociales son evidentes, las postergaciones en inversión pública también.
Pero la degradación de la dirigencia local es, quizás, el factor más acuciante. Desde hace años vemos personajes al frente del municipio que pareciera sólo entienden ese lugar como un trampolín para alcanzar otros escaños de poder, fundamentalmente la gobernación. Poco y nada han hecho por visibilizar, discutir, intervenir y resolver los problemas locales. Desde hace casi dos décadas no se hace evidente en ninguno de los cuadros de gobierno local un proyecto de desarrollo de Comodoro Rivadavia. Algunos han atravesado en sus mandatos ciclos de fuerte crecimiento de los ingresos locales por el aumento del barril de crudo y el aumento de las explotaciones extractivas, y aun así la coyuntura expansiva no mejoró, ni siquiera rozó el perfil de estancamiento de la ciudad. Otros, se excusan permanentemente en el ciclo recesivo, trasladando las culpas de la propia inacción a otros niveles de gobierno (más allá de las responsabilidades que seguramente le caben a esos niveles). En uno y otro caso el resultado es el mismo: que todo siga igual.
Y todo sigue igual (o peor). No se vislumbra ningún horizonte de desarrollo para los próximos años, no existe un objetivo en el mediano plazo para direccionar la vida colectiva. Las instituciones públicas están inmersas en pujas políticas-partidarias-faccionales de cortísimo plazo. Las privadas buscan sostenerse frente a la crisis, viviendo el día a día. La coyuntura se nos ha impuesto como única meta posible: sobrevivir es la palabra. Pero en este esquema no podemos trascender a lo inmediato, lo urgente le ha ganado la batalla a lo importante y cada uno transita lo cotidiano como puede (muchas veces mascullando bronca y decepción). La decadencia y la degradación se nos imponen en una ciudad que aún mantiene, sobre todo en el espíritu de las generaciones más grandes, la vocación de ser la "capital regional" que casi nunca se pudo alcanzar con solvencia. Esa vieja idea de un futuro promisorio y agradable se debilita, se empobrece y se "naturaliza" el contexto de sobrevivencia. Aún estamos a tiempo de cambiar la tendencia pero todo tiene un límite. Que este aniversario nos ayude a pensar en perspectiva hacia el pasado pero sobre todo hacia el futuro. Si no, será un día más sin pena ni gloria.
(*)Magister en Historia, Docente-Investigador de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNPSJB y del Departamento de Ciencias Sociales en la UNPA-UACO, Miembro integrante del GEHISO Pa.Ce.Al.
Hoy Comodoro Rivadavia conmemora su 118 aniversario de fundación. Como todos los años habrá actos formales, eventos festivos de diverso tipo y semblanzas sobre la historia local en los medios de comunicación. Pero en el ambiente se respira una sensación de inconformismo, de malestar, de incertidumbre.
Parte importante de este clima social está ligado a la crisis profunda de alcance nacional que atraviesa al país, inmerso desde hace muchos años en una pendiente descendente en términos económicos, políticos, de integración social, en referencia al respeto por valores comunes, a la muy débil existencia de un horizonte colectivo, un proyecto de futuro que no aparece claro más allá o más acá del gobierno de turno.
Pero nuestra ciudad emerge como prisionera de sus propias tensiones y contradicciones, de miserias locales que no logran resolverse, que generalmente permanecen latentes pero que nos acompañan, cada vez con más fuerza, en la vida cotidiana. Hace casi dos años atrás, en marzo-abril de 2017 la naturaleza nos golpeó con fuerza y desnudó, una vez más, lo profundo de la crisis que nos gobierna. La mayor parte de las consecuencias de esa crisis aún permanecen visibles, poco se ha hecho para remediar sus impactos y muchísimo menos para dar sentido a una frase remanida en esos días: "refundar la ciudad".
Hoy, vivimos la continua emergencia de servicios públicos deteriorados, administrados con la vieja lógica del "lo atamos con alambre" pero que se presentan cada vez más onerosos en el presupuesto individual y familiar. El problema del abastecimiento de agua potable permanece como columna vertebral de nuestra historia, las cloacas rebalsan y se colapsan periódicamente en distintos puntos de la ciudad y seguimos contaminando las playas a niveles impensados con efluentes sin ningún tipo de tratamiento. La mayor parte de las calles y avenidas de la trama urbana no reciben ni siquiera el mantenimiento necesario, con sectores que parecen propios de una ciudad abandonada "a la buena de Dios", ni hablar de una política de asfaltado genuino. La infraestructura y el equipamiento de la ciudad se asemejan más a las necesidades poblacionales de la década de los 80 que a las actuales. Salvo por el Predio Ferial, el Centro Cultural, la remodelación del Aeropuerto (después de años de abandono) y alguna que otra cosa, Comodoro Rivadavia ha quedado siempre expuesta a la postergación y a la falta real de planificación de su crecimiento. Las obras a medio terminar pululan por el paisaje: el Estadio del Centenario (ya pasaron 18 años de ese centenario y todo sigue igual), los shoppings y los cines en las tierras ganadas al mar generadas por las "dudosas" empresas de Cristóbal López, la ciudad judicial, entre otros casos muy conocidos. Vivimos con atraso.
La ciudad ha generado un caudal enorme de recursos en base a la explotación petrolera desde 1907, pero muy poco de ese fenomenal monto de recursos se hace visible en la calidad de vida de sus habitantes. Lo que ha retornado como parte de la inversión local de algunas empresas petroleras (YPF fundamentalmente), o bajo la forma de distribución de regalías nunca ha podido equiparar las urgencias y las necesidades de fondo de nuestras comunidades. Las desigualdades sociales son evidentes, las postergaciones en inversión pública también.
Pero la degradación de la dirigencia local es, quizás, el factor más acuciante. Desde hace años vemos personajes al frente del municipio que pareciera sólo entienden ese lugar como un trampolín para alcanzar otros escaños de poder, fundamentalmente la gobernación. Poco y nada han hecho por visibilizar, discutir, intervenir y resolver los problemas locales. Desde hace casi dos décadas no se hace evidente en ninguno de los cuadros de gobierno local un proyecto de desarrollo de Comodoro Rivadavia. Algunos han atravesado en sus mandatos ciclos de fuerte crecimiento de los ingresos locales por el aumento del barril de crudo y el aumento de las explotaciones extractivas, y aun así la coyuntura expansiva no mejoró, ni siquiera rozó el perfil de estancamiento de la ciudad. Otros, se excusan permanentemente en el ciclo recesivo, trasladando las culpas de la propia inacción a otros niveles de gobierno (más allá de las responsabilidades que seguramente le caben a esos niveles). En uno y otro caso el resultado es el mismo: que todo siga igual.
Y todo sigue igual (o peor). No se vislumbra ningún horizonte de desarrollo para los próximos años, no existe un objetivo en el mediano plazo para direccionar la vida colectiva. Las instituciones públicas están inmersas en pujas políticas-partidarias-faccionales de cortísimo plazo. Las privadas buscan sostenerse frente a la crisis, viviendo el día a día. La coyuntura se nos ha impuesto como única meta posible: sobrevivir es la palabra. Pero en este esquema no podemos trascender a lo inmediato, lo urgente le ha ganado la batalla a lo importante y cada uno transita lo cotidiano como puede (muchas veces mascullando bronca y decepción). La decadencia y la degradación se nos imponen en una ciudad que aún mantiene, sobre todo en el espíritu de las generaciones más grandes, la vocación de ser la "capital regional" que casi nunca se pudo alcanzar con solvencia. Esa vieja idea de un futuro promisorio y agradable se debilita, se empobrece y se "naturaliza" el contexto de sobrevivencia. Aún estamos a tiempo de cambiar la tendencia pero todo tiene un límite. Que este aniversario nos ayude a pensar en perspectiva hacia el pasado pero sobre todo hacia el futuro. Si no, será un día más sin pena ni gloria.
(*)Magister en Historia, Docente-Investigador de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNPSJB y del Departamento de Ciencias Sociales en la UNPA-UACO, Miembro integrante del GEHISO Pa.Ce.Al.